¿Deberíamos condicionar nuestras acciones a raíz de la amenaza de atentados terroristas? Me muestro a favor de la cuestión planteada por tres motivos: en primer lugar, porque ya condicionamos nuestras acciones en función del contexto; en segundo lugar, porque estamos viviendo una nueva tipología de guerra; y en tercer lugar, porque hay que poner en valor la vida humana.
Primeramente, las personas condicionamos constantemente nuestras acciones en función de las ocurrencias del entorno. Condicionar no significa renunciar de forma absoluta, sino más bien adaptar nuestra conducta según los propios criterios. Éstos pueden estar basados en prejuicios, suposiciones, malas interpretaciones, etc. En cualquier caso, es una realidad que muchas de nuestras decisiones responden a criterios de no racionalidad ni objetividad.
Por ejemplo, hay estadísticas que reflejan que los porcentajes de accidentes de avión son mucho menores que los de coche; sin embargo, hay personas que evitan desplazarse en avión por temor, no actuando ni sintiendo lo mismo en relación al coche. Por lo tanto, si regulamos nuestros comportamientos en base a todo tipo de subjetividades, ¿Por qué el temor a un atentado terrorista no puede formar parte de éstas?
En segundo lugar, ya hay diversos analistas que califican el escenario actual como una nueva guerra. La particularidad de ésta es que las fronteras no son el eje central, es decir, no se trata de una lucha entre territorios. La crítica al respecto podría ser que entonces no puede categorizarse como guerra. No obstante, es importante introducir la siguiente reflexión: los conceptos y los fenómenos evolucionan, y por lo tanto, pueden surgir guerras de características diferentes a las tradicionales.
Así pues, más bien es una guerra entre los que su objetivo central es mantener su vida, y los que su finalidad última no necesariamente es conservar la vida, sino quizás acceder al llamado “paraíso”. En cualquier caso, hay que reconocer que la descripción puede incluir diversos matices e interpretaciones. Más allá del carácter definitorio, es razonable que ante una guerra las personas regulen su conducta e intenten evitar las máximas situaciones de peligro.
En tercer lugar, hay que poner en valor la vida humana. En principio, las personas tenemos una única vida -no pretendo cometer la falacia dirigida a la ignorancia, es decir, proclamar la verdad de una proposición en tanto que no hay una prueba que sostenga lo contrario-, y por lo tanto, el valor que ésta adquiere es inmenso. En este sentido, hay que cuidarla, siendo legítimo optar por evitar peligros, como lo son posibles atentados terroristas. Hay que reiterar que esto no significa renunciar a todo o a muchas actividades, pero sí regular nuestras conductas.
Al fin y al cabo, tener vida es lo que nos permite cualquier otra acción conocida -estar con nuestros seres queridos, viajar, mantener relaciones sociales, practicar nuestras aficiones, etc-. A veces olvidamos una reflexión muy simple: la vida es como la raíz de un árbol, esto es, todo viene derivado de la presencia de vida. Ésta nos ofrece libertad, amor, emociones, descubrimientos, temores, tristezas, alegrías, etc. En definitiva, la vida es el pilar de nuestra existencia.
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