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Hechos inhumanos; realidades deshumanizantes

Una concepción del mundo materialista, utilitaria y sin principios morales, nos lleva a que la sociedad se vea gobernada por intereses y conveniencias particulares, que lo único que hace es salvaguardar la crueldad
Víctor Corcoba
lunes, 11 de noviembre de 2024, 09:31 h (CET)

El mayor retroceso como especie pensante, radica en empedrar el corazón de indiferencia hacia el análogo, con lo que este ambiente sobrelleva de inhumanidad y de riesgo permanente de deshumanizarnos. Por si fuera poca la desolación, estamos viviendo fenómenos climáticos intensos, contiendas permanentes; hasta el extremo de reconocer, que la violencia no cesa por doquier lugar del mundo. Ojalá se nos ilumine la mente y el corazón a todos, suscitando sentimientos de fraternidad, solidaridad y acogida. Es nuestra gran asignatura pendiente, aminorar la furia de esta fuerte marea que nos tritura el alma, cuando sabemos que el futuro se cimienta pulso a pulso, con el cuidado mutuo entre generaciones y el intercambio de experiencias. ¡Protejámonos como humanidad!; es nuestro primer deber.


Si toda arma de destrucción de masas es indigna de la humanidad, esclarezcamos esos abusos ocultos y hagamos justicia, no permitamos que el terror nos contamine la conciencia, hundiéndonos en conductas de riesgo. Hoy más que nunca precisamos de otras capacidades públicas, que graviten alrededor de la vida y no de la muerte, de la concordia en suma. El poder por el poder nos está dejando sin entrañas. La política ya no es tampoco una poética de anhelos. Quizás precisemos hacer un alto en el camino, al menos para cambiar de ruta y lograr oírnos todos, a través de un espíritu democrático global, si en verdad queremos que la humanidad persista y renazca, sin estos huracanes que todo lo corrompen de odios y venganzas. ¡Activemos el perdón!; además jamás vaciles en tender la mano, ni tampoco titubees en aceptar el abrazo que el semejante te tiende.


Pensemos en aquellos que nos darán continuidad al linaje. La inhumanidad contra ellos es manifiesta. He aquí sólo algunas muestras, de recientes estadísticas globales: Más de la mitad de los niños de dos a 17 años -en total, más de mil millones- sufren alguna forma de violencia cada año. Alrededor de tres de cada cinco niños reciben castigos físicos de manera regular en su hogar. Una de cada cinco niñas y uno de cada siete niños son víctimas de violencia sexual. Entre el 25% y el 50% de los niños han experimentado acoso escolar. La principal causa de muerte entre los varones adolescentes es la violencia, a menudo con armas de fuego o de otro tipo. Al final, vamos acabar todos ciegos, por aquello del ojo por ojo. ¡Despertemos!; porque una sociedad que maltrata o aísla a sus jóvenes, corta sus amarras, disminuye sus fuerzas y está sentenciada a debilitarse.


Indudablemente, no hay mayor ofuscación que continuar en la barbarie como si no pasara nada, cuando debiera producirnos la firme decisión de rechazar el camino del fanatismo, junto con el firme deseo de combatir todo aquello que siembra odio y división dentro de la familia humana, trabajando en comunión para que germine una nueva era de cooperación internacional, inspirada en los ideales más sublimes de solidaridad, justicia y armonía. Desde luego, una concepción del mundo materialista, utilitaria y sin principios morales, nos lleva a que la sociedad se vea gobernada por intereses y conveniencias particulares, que lo único que hace es salvaguardar la crueldad, bajo una atmósfera que no respeta el sentido natural de las cosas, ni tampoco el sano juicio. ¡Vuelva la sensatez!, pues; la prudencia, es el más excelso de todos los bienes.


Bajo el paraguas de esta atmósfera desquiciada, todo se corrompe y las relaciones entre las personas, llegan a ser un amor imposible. Lo que se demanda, es una especie de revolución humanitaria, donde a nadie se le considere superior, puesto que todos somos necesarios, tanto para cuidar la creación y no depredarla, como para auxiliarnos entre sí como una familia conjunta. Desde luego, el gran desafío ético que afrontan los países y, por ende, la comunidad internacional consiste en armonizar el desarrollo con la solidaridad, para superar tanto un progreso deshumanizador como el superdesarrollo, que considera a las personas como meras unidades económicas en un sistema consumista, donde todo se compra y se vende. O eres productivo o no eres nadie, ¡ausencia de dignidad!; cuando ésta, ha de estar por encima del miedo.

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