No, no fue un político, ni un eminente sabio, ni un legislador como Solón, u otros sabios legisladores, fue solamente un humilde carpintero de Nazaret que, al cumplir los treinta años, esa es la creencia general, abandonó el taller en que trabajaba, heredado de su padre José, y se dedicó a recorrer los caminos de Israel, predicando una doctrina desconocida hasta entonces y actuando como si fuese un profeta. Se desconoce los estudios que realizó, si es que tuvo algunos, dónde se formó y quiénes fueron sus maestros, pero su filosofía o modo de entender la vida y ser feliz, fue superior a la de los grandes maestros de la Humanidad como Confucio o Zoroastro, por citar algunos. Solo sabemos de su existencia por lo que narran unos escritos, llamados Evangelios, lo que el historiador judío-romano, Flavio Josefo dice en su libro Antigüedades Judías, libro XIV, cap. XVI, sec. 4, que, cuando murió Herodes hubo un eclipse de luna, y lo de los Evangelios apócrifos, no tenidos en cuenta por no ser canónicos.
Dato también expuesto en el libro “los Evangelios ante la Historia” de Juan Manuel Igartua. Durante el pasado siglo, los estudiosos del tema han aceptado que Herodes murió en el año cuatro a.C.
Los evangelistas Mateo y Lucas dicen que Jesús nació en el reinado de Herodes; por ello, si nace durante el mandato de Herodes, y este muere cuatro años antes del nacimiento de Jesús, y la matanza de los inocentes, decretada por este, se ejecuta con los niños de dos años para abajo, quiere decir que Jesús nació, entre cuatro y seis años antes de nuestra era, por lo que, según ese computo, el año actual debería de ser como mínimo el 2026, o 2030.
Siempre andando, solo subió un jumento cuando entró en Jerusalén pocos días antes de que lo crucificasen, recorrió los caminos de Israel por Judea y Galilea seguido de sus discípulos, aunque los más íntimos fueron doce, las multitudes lo acompañaban y en cierta ocasión quisieron nombrarlo rey, pero se escabulló de la multitud, retirándose a lo más profundo de un bosque en un cerro.
Se le unieron unos pescadores atraídos por el magnetismo de sus palabras, pero, cuando llegó en momento de demostrar que eran sus discípulos y que estaban con él, todos huyeron como conejos asustados.
Predicaba un reino no terrenal. Él decía que su reino no era de este mundo, no se sentaba en un trono ni tuvo un ejército para defenderlo.
Realizó muchos prodigios que no tienen explicación alguna. Grandes señales que solo podrían ser llevadas a cabo si se poseía un poder especial: conversión de agua en vino, resurrección de difuntos, dar de comer son solo dos panes y cinco peces a más de cinco mil personas y tantos otros inexplicables, más.
Predicaba la pobreza, la humildad, la sencillez y la desposesión del orgullo. En cierta ocasión se le acercó un joven bueno y la preguntó que qué podía hacer para ganar ese reino. La respuesta desoló al muchacho que, agachando la cabeza se fue en silencio. Era muy rico y le había pedido que vendiese todo lo que tenía y lo diese a los pobres.
Expuso ocho reglas para ser feliz que son conocidas como las bienaventuranzas, pero toda la prédica que había enseñado durante los tres años de recorrer los caminos de Judea y de Galilea, la resumió en dos mandatos, muy fáciles de decir, pero muy difíciles de practicar: “Ama a Dios sobre todas la cosas yal prójimo como a ti mismo”. Este es el resumen de su Constitución que, si la pusiéramos en práctica, seríamos felices. Quien ama no mata, no hiere ni con puñal ni con la lengua, no despoja a nadie de lo que es suyo, y es capaz de los mayores sacrificios, aún a la pérdida de la vida por su prójimo. Es cosa de que nos preguntemos ¿quién es este Jesús cuya doctrina siguen hoy miríadas de personas?
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