Hace pocos días, cerca de la Navidad de 2024, un canal argentino de “streaming” transmitió un pesebre viviente. Mal guionado (si no fue espontáneo), mal actuado y de pésimo gusto: digo “de pésimo gusto” porque realizar una parodia no es solo juntarse entre varios convencidos, el humor tiene sus reglas.
El “streaming” comparte algunos rasgos de la comunicación social por radio (el formato es coloquial, improvisado), por teatro (hay inmediatez) y por la televisión (abordaje de supuestas tendencias según audiencias segmentadas, repeticiones, etc.). Reviste también bastante similitud con aquellos maravillosos radioteatros presenciales de principios del siglo XX, cuando en la radio, los parlamentos interpretados no necesitaban de cámaras ni de seguidores digitales. Asistía el público, hay archivos sobre ello y respecto de célebres publicidades cantadas (“jingles”). Pero no existía literalidad. El arte en todas sus formas nunca es literal a menos que se utilice este recurso como herramienta, verbigracia, en el humor gráfico.
En el caso del cuestionado pesebre viviente hubo una alusión chabacana a la sexualidad, supongo que con el siniestro fin de criticar abiertamente el milagro de la Virgen Inmaculada, en el que tampoco creen, por ejemplo, los cristianos protestantes. Sin embargo, Lutero dedicó más energía e inteligencia a perseguir la corrupción de los papas. Surgió así la conocida Dieta de Worms.
“Dime de qué alardeas y te diré de qué careces”, el dicho popular resulta aplicable a los que suponen que al mostrar, certifican. Me refiero al comportamiento en el pesebre viviente de ciertos actores, fascinados de sí mismos y de algún ¿subyacente “erotismo”? No voy a describir cada desagradable actuación para no darle una inmerecida entidad, sépase tan solo que el improvisado pesebre “refutaba” la idea del milagro. La cuestión recibió la crítica inmediata de creyentes y sacerdotes católicos. Algunos más indignados que otros convocaron a una misa en desagravio, acordando relevancia a un hecho en verdad carente de valor artístico y de argumentos. Lo digo con certeza, pues si bien la apreciación de un hecho artístico o humorístico no deja de ser subjetiva, el derecho a expresarse no implica la facultad de ofender bizarramente.
El Kitsch es un estilo nacido para cuestionar el arte de vanguardia, no hay que exagerar…Y la improvisación es un arte, en el sentido de técnica/herramienta/medio que si se hace bien, cosecha aplausos. Federico Fellini, por dar un ejemplo, acostumbraba a presentarse en el plató de filmación sin guión. Pero al cineasta lo acompañaba un excelente director de fotografía – Giuseppe Rotunno -; colaboraban con él actores avezados y bien dispuestos. Un escándalo parecido (me refiero a una expresión que hiere la conciencia de algún culto) se armó en Buenos Aires a fines de noviembre de 2004, con motivo de la muestra del fallecido León Ferrari. En el Centro Cultural Recoleta se exhibieron imágenes paródicas. Se cuestionaba en mi opinión más el puro consumo de las mismas que su veneración religiosa: la creencia no necesita de evidencias de ninguna imagen, así lo consideran evangelistas, protestantes y otros credos cristianos. Y la pulsión se vincula más al goce que al deseo, siempre. Una asociación católica interpuso una acción judicial y una medida cautelar previa, a efectos de que se suspendiese la instalación. La jueza de primera instancia del Poder Judicial de la Ciudad, Dra. Elena Liberatori, hizo lugar a la medida. La razón principal (no debidamente divulgada por los medios masivos de entonces, que dieron preferencia a una argumentación secundaria en el fallo como la transgresión a una garantía constitucional), es que el irrestricto y democrático ejercicio de la libertad de expresión cuando bordea la ofensa a ciertas creencias debe ejercitarse con fondos privados y no, públicos. Lo cual constituye, a mi juicio, un argumento ético.
Continúo con el caso Ferrari: la decisión de la AD QUO fue apelada. Y la segunda instancia, mediante el pronunciamiento AD QUEM de los Dres. Horacio Corti, Carlos Balbín y Esteban Centanaro, dejó sin efecto la medida dispuesta por la jueza. Ordenó al Poder Ejecutivo de la ciudad, sin embargo, a que mantuviera restringido el ingreso a menores y exhibiera carteles que advirtiesen acerca de la afectación posible de la obra a portadores de sentimientos religiosos. El caso de hace pocos días en Argentina del que ahora me ocupo es ligeramente distinto en tanto el daño directo y actual se produjo en la transmisión misma. No se trataría, en principio, de un daño continuado como en la muestra del Centro Cultural Recoleta. Sin embargo, al tratarse de una transmisión después viralizada en las redes y canales digitales, cierta analogía jurídica con el precedente podría existir. Claro que el fallecido artista León Ferrari producía obras de arte.
Nadie ignora que los derechos constitucionales se conceden dentro del marco razonable del sistema de valores vigentes en una sociedad. El principio de reserva legal de los Estados de Derecho consiste en que puede hacerse todo aquello que no está prohibido. Aunque el uso y las buenas costumbres todavía siguen siendo fuente de Derecho, por lo que toda permisión no es absoluta y debe encontrarse en armonioso equilibrio entre las garantías consagradas constitucionalmente. Asimismo, los símbolos, las tradiciones, las leyendas y creencias, los relatos populares forman parte de la cultura y, en lo posible, el humor debería ser razonable; esto es, evitando herir conciencias y convicciones.
En el caso reciente no se encuentran afectados fondos públicos. La transmisión no se hizo por un canal de la televisión pública y los aportes son del sector privado. De modo que la similitud con el precedente estriba solamente en la naturaleza de los ofendidos, que aquí serían católicos (habida cuenta de haberse parodiado el milagro del Nacimiento). Pero no se trata de implementar reacciones rabiosas o de restringir con el mismo grado de intolerancia con que se pergeñó, actuó y transmitió un pesebre viviente paródico, de mal gusto.
Quizá, es lo que opino, haya que señalar apenas que el cinismo y los falsos nihilismos no hacen sino agitar fantasmas de odio, que es precisamente aquello que no celebramos los cristianos con el Nacimiento ni los católicos con el milagro de la Concepción. No estaría tampoco demás recordar que en la vida social no todo éxito descabellado trasciende. Las redes y los nuevos medios no están para descargar emociones sin más y controvertir y burlarse sin consistencia. No es imprescindible ser abogado ni jurista para diferenciar entre “poder” y “deber”. Y “poder con razonabilidad y esmero”… ¡Haya paz para todos en 2025!
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