Estamos en un pabellón cualquiera de un sábado cualquiera. Un muchacho bota un balón, aunque, por la torpeza con la que lo hace, parece que fuera el balón el que lo llevara a él. A trompicones se queda debajo del aro, lanza a canasta y… ¡falla otra vez! Lo mismo sucede con los pasos, los dobles… un sinfín de errores mejorables que cualquiera de nosotros entiende porque la perfección no existe, están en formación y es deporte base.
Seguimos en el pabellón cualquiera del sábado cualquiera. Un árbitro sanciona una jugada cualquiera, otra más, y el público, casi todo padres y madres de la muchachada, se enciende y comienza a gritar y a sentirse agraviado. Da igual que el árbitro haya demostrado con sus acciones que no hace distingos, que, al igual que los jugadores, comete errores hacia los dos equipos por igual, pero la afición ya tiene claro el culpable desde antes del partido y contra él dirigirá su ira, soltando los tacos más usuales, clásicos y desagradables de nuestro idioma.
“¡Cabrón, hijo de puta, comprado!”
La escena es cotidiana y se produce cada fin de semana en todos los eventos deportivos de nuestro país. Cuando mis hijos apostaron por el baloncesto como deporte, quedé encantado porque pensé que el público sería más respetuoso y que habría una clara diferencia con el del fútbol. Por desgracia, cada fin de semana compruebo que no es así, que el deporte, que debería ser motivo de superación y concordia, saca las más bajas pasiones de los aficionados, quienes suelen mostrar una agresividad extrema ante lo que ellos consideran errores arbitrales y reclaman continuamente cualquier acción que les perjudica, pero callan cuando salen beneficiados. Poco importa que sus hijos hayan fallado canastas fáciles bajo el aro, que hagan pasos o faltas personales por doquier, la culpa es siempre del mismo y no dudan en apabullarlo, independientemente de la edad que tenga y del deporte que se haga.
“¡Hijo de puta, comprado, cabrón!”
Unos amigos, cuyos hijos juegan al balonmano, me contaban que, dado el nivel de gritos y conflictos semanales, en su categoría se había creado la figura del moderador de grada, un padre por equipo encargado de velar por el buen comportamiento de estos y que mediaba cuando alguno se enardecía ante una decisión arbitral. Moderador de grada, toma ya, para dar ejemplo, toma ya, un cargo rotativo que busca concienciar a los mayores de la importancia del respeto en un momento en el que han de ser referentes para sus vástagos y no vergonzantes. La idea es buena, aunque el hecho de tener que crear esa figura no sea, ni mucho menos, para sentirse orgulloso. Las normas aparecen cuando el sentido común no hace acto de presencia.
“¡Comprado, cabrón, hijo de puta!”
Y tiene difícil solución, porque el deporte profesional alimenta continuamente la rabia contra el árbitro de turno buscando, una vez más, justificar las derrotas y echar, nunca mejor dicho, balones fuera. Independientemente de que tu equipo no haya estado a la altura, se focaliza en una equivocación olvidando los errores propios. El mismo Real Madrid, que se benefició de una decisión controvertida contra el Celta durante la Copa hace una semana por un penalti clarísimo no pitado, ha puesto el foco este sábado en la no expulsión de un jugador del Español que luego marcó el gol de la victoria. En vez de encontrar soluciones a su desacertada manera de jugar, descargan responsabilidades y culpan a los otros, una vez más. En vez de aceptar el error como parte inherente de la naturaleza humana –“errare humanum est”–, solo lo sacan a la palestra cuando se sienten perjudicados. Mala manera de afrontar la vida. Mal ejemplo siempre.
Se debería aprender del tenista Jannick Sinner, eliminado el año pasado en semifinales del Torneo Máster 1000 de Montecarlo debido a un error gravísimo de la jueza de silla y que, lejos de quejarse, sentenció en rueda de prensa: "Sé que podría haber parado, pero ese no es mi trabajo, es el del árbitro. Su posición era más favorable. Pasó, es algo sobre lo que no hay nada que hacer. Está en el pasado. Es difícil aceptarlo, sí, estaba jugando a un gran nivel, yendo en la dirección correcta a nivel táctico. Por suerte o por desgracia, todos cometemos errores. Yo también puedo equivocarme". Todo un ejemplo, sí, señor. Aceptarlo y poner el foco en mejorar tú. Y no le ha ido mal, que encabeza la lista de jugadores. Número uno sin duda en muchos más ámbitos de la vida.
No hemos avanzado nada desde que yo jugaba al fútbol allá por los años 80. Ni siquiera hemos cambiado la manera de insultar. No sé, si no aceptan el error como parte de la vida, deberían, al menos, proferir otro tipo de gritos como el que encabeza este artículo. Al menos, relajaría el ambiente. O no, que uno ya viene cabreado de casa.
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