La política 'woke' del país está preocupada, porque el gran jefe del imperio americano pretende ignorar en general tal forma de hacer política, inclinando su favor hacia la plantilla del personal más representativo de las grandes tecnológicas americanas, ante lo cual, a manera de respuesta, se ha conformado con referirse a ella con el término peyorativo de tecnocasta. Al hacerse referencia a la casta, se viene a decir que los representantes de esas grandes empresas tecnológicas son una clase especial, que desentona del resto y se sitúa por encima, debido a su riqueza. Sin embargo, la clase política en activo hace lo mismo, en este caso, utilizando a su conveniencia la autoridad prestada por el pueblo. Ya que lo que venden al público es en realidad desigualdad, en la que los privilegios de clase contrastan con ese panorama idílico de grandes igualdades, que se defienden desde la pura desigualdad vigente, destinada a arrinconar al ciudadano común. Pura antinomia.
Esta leve irritación frente a la decisión del imperio es natural, porque supone cuestionar la política local, lo que implicaría tener que cambiar de dirección, habida cuenta de que, pese a los adornos de una hipotética soberanía casera, el uno, ha venido actuando como imperio y, el otro, como colonia. Pero no es ese el caso, porque la fórmula solo es aplicable en el imperio, pero no en los territorios a él subordinados. También resulta paradójica cuando resulta que hasta hace poco tiempo, la tal casta tecnológica no llamaba la atención —a pesar de ser casta, tal como lo era desde mucho antes— , se la respetaba, se la ensalzaba e incluso se la veneraba, dada su capacidad inversora, creadora de riqueza en el país. Ahora se trata de cambiar de tercio, simplemente para decir que ya no es tan buena para la política como antes lo era en razón a sus inversiones —aunque resulte que unos u otros continúan siendo los amos del Ibex—. Sin embargo, en este caso, la casta es lo de menos, aunque se cargue contra ella, la cuestión es que la política, por mucho que le pese, seguida a las órdenes de quien dirige el imperio, aunque afecte negativamente al Estado y a la base social.
En el fondo, con esta llamada de corto recorrido, se trata de efectuar un toque de atención a las políticas de descarado despilfarro público, entendido ahora como progreso, con la pretensión de colocar la racionalidad económica en su lugar, pero solamente aplicable en el territorio del imperio. Fórmula que no parece oportuno seguirse en sus colonias, por razones obvias, ya que no vende, y es de lo que se trata. Pero el simple hecho de llamar a fortalecer el Estado, no suena bien por aquí, ya que supone dejar en mal lugar las prácticas que se venían siguiendo. Máxime cuando están plagadas de personal favorecido por una u otra vía. Y más aún, que la economía desplace abiertamente a la política en esas funciones animadoras del mercado, que había asumido, no esta bien considerado. Aunque paradójicamente ambas sirvan al mismo patrón, la cúpula del dinero real.
Sin embargo, lo que ha desencajado a la política local ha sido que las grandes empresas que manejan la comunicación y la manipulación a nivel mundial vengan a echar por tierra —al menos aparentemente— el sistema de control local establecido y que las gentes se puedan mover por sus redes usando de la información, de la desinformación y de los bulos, sin censura visible —lo que no quiere decir sin censura real—, para que piensen lo que quieran. Se teme que si se permite la libertad de pensar, más allá de las creencias doctrinales, las personas descubran por su cuenta las falacias del sistema local. Pese a las argumentaciones de los entendidos en la materia y el temor a que esto pase a ser lo que se ha llamado el nuevo salvaje oeste, en realidad lo que preocupa es que se pueda descubrir públicamente que la información oficial —pese al aval de los datos, que luego se utilizan a conveniencia—, en realidad no informa tanto, pueda estar sesgada o se trate de una desinformación más. En cualquier caso, no hay motivo para la alarma, porque siempre queda echar mano, para remediar la situación inconveniente, de la anestesia consumista, la anestesia política y la anestesia mediática. Al final, todos dormidos.
Solo una observación más, para quitar definitivamente importancia a este inconveniente. Cuando se calmen las aguas, todo seguirá igual, el progreso y sus progresistas continuarán en sus puestos y firmarán la paz con la llamada tecnocasta, porque todos están a lo mismo, explotar el negocio, cada uno a su manera.
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