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Tenemos un país fracturado. Hemos llegado a un punto en el que todos, independientemente de nuestras ideas, nos consideramos los buenos y nos creemos en la necesidad de destruir y acallar a los que no estén dentro de nuestro círculo ideológico
Iria Bouzas Álvarez
viernes, 21 de octubre de 2016, 00:16 h (CET)
El boicot a la libre expresión de Felipe González que ha tenido lugar estos días en la Universidad Autónoma de Madrid tiene bastante sentido si se entiende la línea de pensamiento de una parte de la izquierda española.

Cuando uno ve el mundo de forma dicotómica donde la ideología propia es la de los “buenos” y todo lo que salga de nuestro propio esquema de valores automáticamente convierte a los demás en los “malos”, entonces nos arrogamos una superioridad moral y de valores que nos permite erigirnos como jueces y verdugos sin la menor sombra de remordimientos o culpabilidad.

Eso es fundamentalmente lo que le pasa a una parte de la izquierda española.

Tras años de una terrible dictadura, una generación de jóvenes educados en una sociedad que tímidamente se empezaba a abrir hacia el mundo reaccionó contra la injusticia y la opresión convirtiéndose en activistas de la libertad.

Este activismo se asentaba en una ideología fundamentalmente de izquierdas en sus más diversas modalidades.

Tras la muerte del dictador, la transición hacia la democracia fue liderada por estos jóvenes que por su formación, mayoritariamente universitaria, y por su experiencia política estaban preparados para hacer frente al cambio que el país tenía que experimentar.

Las imágenes de un país saliendo a la calle ilusionado por conseguir la tan ansiada libertad emocionan a cualquier con un mínimo de sensibilidad. Pero como todo en la vida, no hay Ying sin Yang y no existe luz sin oscuridad. El momento del nacimiento de la democracia quedó marcado por una idea errónea y perversa que ha pervivido hasta nuestros días y que ha mutado de todas las formas posibles, cada una peor que la anterior.

En el imaginario colectivo de la izquierda se ha creado la idea de que el único pensamiento justo, social y decente es el suyo. Por definición, cualquier ideología que no cumpla estrictamente las premisas de la socialdemocracia o incluso del comunismo, son por definición injustas y malvadas.

Si los padres de la democracia han fallado en algo y de forma estrepitosa ha sido en establecer en la sociedad los principios reales de la libertad.

Nos han contaminado con prejuicios de personas, que aunque se creían libres, realmente eran presos de un lastre ideológico creado durante los años en los que vivieron reprimidos.

Cualquier fuerza termina generando una fuerza contraria de igual o mayor intensidad.

Y así nos encontramos en los tiempos en los que nos encontramos.

Tenemos un país fracturado. Hemos llegado a un punto en el que todos, independientemente de nuestras ideas, nos consideramos los buenos y nos creemos en la necesidad de destruir y acallar a los que no estén dentro de nuestro círculo ideológico.

Nos insultamos en las redes sociales. Nos gritamos en los medios de comunicación y nos ponemos a parir en los bares mientras leemos el periódico y bebemos un café ardiendo.

Y al final, cuando somos capaces de abstraernos, aunque sea sólo por escasos segundos, llegamos a la conclusión de que probablemente todos tenemos razón y al mismo tiempo, no la tenemos ninguno.

Lo que le ha sucedido a Felipe González me parece inmoral.

Y me lo parece porque estamos cruzando otra línea roja. Hemos pasado de gritarnos e insultarnos a legitimarnos para invalidar los derechos de los demás haciendo prevalecer los nuestros.

Nuestra democracia ha nacido desde una dictadura y ha nacido marcada. Quizás los españoles podríamos haber sido una sociedad madura para evolucionar a partir de ahí pero está claro que no lo somos.

Los españoles ni sabemos convivir ni tenemos puñetera idea de lo que significa la libertad real. Simplemente estamos todos en una carrera de locos hacia la destrucción del bando contrario y hacia la victoria total del nuestro, aplastando cualquier resquicio de diferencia.

Pero quiero avisarles de algo. Con esta idiosincrasia que nos caracteriza las cosas no van a quedar ahí. Cuando un bando gane se dividirá en bandos enfrentados entre sí una y otra vez hasta el infinito.

Lo que le ha pasado a Felipe González es un claro reflejo de esto. Su bando se ha fraccionado y enfrentado hasta que él mismo se ha terminado por convertir en “el enemigo”.

Esto es ridículo y totalmente absurdo. Y desde luego, no dice nada bueno de nosotros como sociedad

Al final, la cordura como siempre en este país la terminará poniendo los acontecimientos y no las personas que deberían hacerlo.

España, ¡qué poco te merecemos los españoles!

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