La letra de un antiguo himno carlista decía algo así como: «Por Dios, por la Patria y el Rey, lucharon nuestros padres. Por Dios, por la Patria y el Rey lucharemos nosotros también».
Vaya por delante que, con la práctica desaparición de las monarquías absolutas, la palabra “Rey” habría que sustituirla por gobierno o gobernante de la región en conflicto. Pero efectivamente, esta canción, pone el dedo en la llaga de las razones por las que una persona está dispuesta a involucrarse en un conflicto armado y además, yo añadiría que por ese orden.
La religión ha sido la primera desde tiempos inmemoriales. Al margen de la opinión de que pudiera tener cualquier forma de Dios, siempre habrá algún intérprete de la voluntad divina en la tierra, dispuesto a opinar que la violencia es el camino. Lo cierto es que, hoy por hoy, sigue siendo la motivación más potente para matar o arriesgarse a morir en una guerra.
La segunda seria “La Patria” y es que como decía François Mitterrand cuando le quedaba menos de un año de vida, en el mejor discurso que ha escuchado el Parlamento Europeo: «El nacionalismo es la guerra»
Acatar los deseos del gobernante sería la tercera, aunque seguramente en la mayoría de los casos, más que de lealtad al líder, se trataría de miedo a las consecuencias de oponerse.
Pero no debemos confundir las razones por las que la gente va a las guerras, con las causas que las provocan y para comprender realmente su origen, debemos de seguir la pista del dinero.
Los problemas surgen cuando los intereses del «Don dinero» de una región, se contraponen a los intereses económicos de los grandes tenedores de fortuna de otra. Si esto ocurre y alguna de las partes decide que una guerra le dará la ventaja deseada, movilizará su fuerte influencia sobre su respectivo gobierno el cual, apelará a la movilización ciudadana en términos de trascendencia religiosa si procede. Si esto no viene a cuento, aludirá al sentimiento patriótico y finalmente ordenará el acatamiento de la voluntad del gobernante.
Esto ha sido la historia de Europa hasta la creación de una Unión Europea, que al implicar tener que compartir a los mismos sectores influyentes como la banca y las multinacionales, acabó con la motivación de las tradicionales contiendas que desde siempre manteníamos entre los europeos. Consolidar una alianza con Mercosur, puede ser la guinda del pastel a nivel global, pero en cualquier caso queda claro que cualquier medida proteccionista de un estado hacia sus castas financieras, implica riesgo de conflicto. Los negocios y sus fortunas asociadas deberían de competir a nivel internacional siguiendo las reglas de juego del mercado y sin envolverse en ninguna bandera patriótica que ponga a un ejército al servicio de sus intereses.
Tal y como ha demostrado Europa, compartir las esferas de poder económico es la verdadera garantía de paz entre los estados que así lo hagan y hacerlo en el marco de auténticas democracias es un indiscutible valor añadido para el ciudadano.
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