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​La atención sanitaria desde la Prehistoria. Superstición y pragmatismo

Entre lo técnico y lo humano, aún hay un espacio para las raíces, para esa sabiduría olvidada que nos recuerda que, al final, el arte de curar siempre ha sido el arte de cuidar
María del Carmen Calderón Berrocal
sábado, 22 de febrero de 2025, 12:41 h (CET)

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En un mundo donde los hospitales se erigen como catedrales de la ciencia, cargados de tubos, monitores y bisturíes de precisión milimétrica, cabría preguntarse si no hemos perdido algo en el camino. La sanidad pública española, tan compleja como necesaria, es un coloso que mezcla luces y sombras, avances tecnológicos que rozan la magia y, a la vez, la amarga sensación de deshumanización en los pasillos fríos donde los pacientes se convierten en números.


Sin embargo, en medio de este vértigo de datos, tratamientos y diagnósticos, resurge con sorprendente vigor un eco de tiempos antiguos: el retorno a las raíces, a la medicina popular, al uso empírico y casi mágico de las plantas medicinales. No es casualidad que, en la época del cirujano robot y la resonancia magnética, crezca el interés por los remedios naturales. Tal vez sea un ajuste de cuentas con esa medicina moderna que, en su arrogancia, parece a veces olvidar el rostro humano tras la enfermedad.


Entre superstición y pragmatismo


La enfermedad, esa fiel compañera de la humanidad desde que pintábamos bisontes en las cuevas, siempre ha sido vista como un enigma a descifrar. En la Prehistoria, desprovistas de microscopios y laboratorios, se miraba al cielo o a las entrañas de los animales en busca de respuestas. Era el tiempo en el que un hueso roto podía ser interpretado como un castigo divino y el mal de ojo se combatía con amuletos, mantras y oraciones.


En las sociedades primitivas, el chamán se erigía como el protector de la salud del grupo, una mezcla de sacerdote, médico y brujo. Elegido por signos misteriosos o herencias familiares, era quien luchaba contra los espíritus malignos que, según creían, se albergaban en los cuerpos de los enfermos. Solía estar ligado al poder, de forma que el rey solía ser también el mago o chamán de la tribu, el sabio capaz de todo, hasta de vencer a el mal. Así se comprende, por ejemplo, el concepto de “reyes magos”.


De sus prácticas surgieron métodos que, por sorprendente que parezca, hoy reconocemos como precursores de la medicina moderna. ¿Qué son, si no, los masajes, las cauterizaciones o la trepanación, más que los balbuceos iniciales de lo que un día sería la cirugía?


La sabiduría de las plantas


Con el tiempo, la observación paciente de la naturaleza llevó a nuestros ancestros a descubrir que ciertas plantas podían curar. La corteza del sauce calmaba el dolor, el cornezuelo de centeno aliviaba las migrañas y la digital salvaba corazones. Todo esto lo sabían ya los curanderos de antaño, los naturalistas llamados brujos por algunos, aquellos sabios rurales que, con un puñado de hierbas y una fe inquebrantable, combatían dolencias allí donde la medicina académica no llegaba. El poder de la mente hace milagros y personas sensibles y sensitivas eran capaces de transmitir energía positiva sobre una zona dolorida hasta extirpar ese dolor. ¿Qué si no es la caricia de esa madre sobre la barriguita dolorida de su bebé y ese mantra de “sana, sana, culito de rana, si no sana hoy, sanará mañana”, con el tierno besito que acompañaba?


Incluso hoy, en pleno siglo XXI, estas prácticas no son un vestigio muerto. En regiones de España como Extremadura, términos como el "mal de aire" o el "alunamiento" resuenan aún con significado. Son palabras cargadas de siglos, ecos de un pasado en el que la enfermedad era un fenómeno tan físico como espiritual.


El mal de aire


La expresión extremeña "mal de aire" se refiere a una creencia popular en algunas zonas de Extremadura, según la cual ciertas dolencias o malestares físicos son causados por la influencia de un "aire malo" o perjudicial. Esta noción, profundamente arraigada en la medicina popular y en la cultura tradicional, atribuye a este "mal aire" el poder de enfermar a las personas, generalmente con síntomas como escalofríos, dolores musculares, fiebre o incluso malestar general sin una causa aparente.


En el imaginario popular, este "aire malo" tiene orígenes sobrenaturales, pudiendo estar vinculado a espíritus, maleficios o incluso a ciertas fuerzas naturales que tienen un efecto negativo en el cuerpo. Se considera que lugares específicos, como cementerios, fuentes de agua estancada o zonas solitarias, son propensos a contener este tipo de aire perjudicial. Los pozos se relacionan con espíritus y el agua cobra un simbolismo mágico en ciertos lugares.


El “mal de aire” tiene síntomas físicos y psicológicos, se creía que las personas afectadas por el "mal de aire" experimentaban síntomas repentinos, como debilidad, mareo o fiebre y que estos eran causados no por enfermedades identificables, sino por la exposición a este aire dañino.


Existían rituales y remedios para curar el "mal de aire", los curanderos o sanadores tradicionales recomendaban prácticas como sahumerios con hierbas aromáticas como el  romero, ruda o tomillo; bendiciones, oraciones o incluso la utilización de amuletos para protegerse de futuras exposiciones. Un sahumerio es el humo aromático que se produce al quemar ciertas hierbas, resinas o maderas, entre ellas también el incienso, mirra o ruda, con fines rituales, terapéuticos o simplemente para aromatizar un espacio; y también es el acto o ritual en el que se genera este humo.


También se recurría a métodos como el paso de huevos o hierbas por el cuerpo del enfermo para "extraer" el mal.


El "mal de aire" no es exclusivo de Extremadura y tiene equivalentes en otras culturas y regiones de España y América Latina. Por ejemplo, en Andalucía se habla del "mal de ojo" o el "aire de cementerio", mientras que en Latinoamérica hay conceptos similares como el "susto" o el "espanto", todos ellos vinculados a la interacción entre el ser humano y fuerzas externas que afectan su salud. Algunas prácticas relacionan sitios geográficos, tal es el caso del “susto”, que relaciona a Extremadura con Hispanoamérica, España llevó allí sus tradiciones, su cultura y su folklore. Existe una práctica ancestral según la cual cuando a un bebé o a un niño pequeño tiene problemas estomacales, la madre o el familiar que sea bebe un buche de aguardiente y lo escupe o sopla sobre la barriquita del niño. Esta especie de mágia ancestral sin demasiado fundamento, no es más que un susto que se da al niño y en respuesta a ello, su organismo reacciona de una u otra forma. Se combate así ese supuesto “mal de aire” con un aire enriquecido con agua ardiente, aguardiente.


En resumen, el "mal de aire" es una expresión que, más allá de su sentido literal, encarna la visión tradicional de la salud como algo influido tanto por el entorno físico como por fuerzas espirituales o místicas. A pesar de estar desplazada en gran medida por la medicina moderna, esta creencia sigue siendo un testimonio fascinante de las raíces culturales de Extremadura.


El alunamiento


La expresión "alunamiento", utilizada en el folclore / folklore y la medicina popular de Extremadura y otras regiones, se refiere a una creencia según la cual ciertos trastornos físicos o psicológicos están relacionados con la influencia de la luna, en especial con su fase de plenilunio, la Luna llena. Esta idea forma parte de un conjunto de saberes tradicionales que conectan los ciclos naturales, como los de la luna, con la salud y el bienestar de las personas. Ciertamente el influjo de la Luna sobre la Tierra y sus habitantes es de suma importancia, pues rige desde las mareas, la menstruación, embarazos, hasta el sexo de los animales, pues en poblaciones como Ahillones, Badajoz, los habitantes saben como hacer para que el ser engendrado sea varón o hembra.


Según las creencias populares, el "alunamiento" se asocia con episodios de insomnio, crisis nerviosas, comportamientos erráticos, ataques epilépticos o incluso enfermedades cutáneas como irritaciones o erupciones. Estos síntomas se consideraban provocados o exacerbados por la luna llena o por una sensibilidad especial de algunas personas a su influencia.


En muchas culturas antiguas, los ataques epilépticos se asociaban con la luna y se les daba un carácter místico o sobrenatural. De hecho, la palabra "lunático" tiene raíces en la misma creencia, que vinculaba el comportamiento errático o los ataques súbitos con los ciclos lunares.


También están las causas místicas o espirituales. En el marco de la medicina popular, el "alunamiento" no solo tenía una explicación natural como era la relación entre los ciclos lunares y el cuerpo, sino también un matiz mágico o espiritual. Podía verse como un desequilibrio en la relación entre el individuo y las fuerzas de la naturaleza o como un "mal" que afectaba tanto a la mente como al cuerpo.


Para tratar el "alunamiento", los curanderos y sanadores utilizaban remedios tanto físicos como simbólicos, entre ellos las hierbas calmantes como infusiones de valeriana, melisa o tila para reducir la ansiedad o el nerviosismo asociados al "alunamiento". Incluso se utilizaba la planta llamada adormidera, para inducir el sueño a los niños.


Algunos rituales buscaban contrarrestar la influencia de la Luna, como el uso de amuletos, baños con hierbas o rezos específicos durante las fases lunares. En algunos casos, se recomendaba que las personas afectadas evitaran exponerse directamente a la luz de la Luna.


El "alunamiento" tiene paralelismos con otras tradiciones alrededor del mundo que relacionan la luna con la salud y el comportamiento humano. Incluso en la actualidad, ciertas creencias sobre la influencia de la Luna llena persisten en el imaginario colectivo, como la idea de que puede aumentar la actividad emocional, los accidentes o el insomnio.


El "alunamiento" es una expresión ancestral que refleja cómo las sociedades tradicionales explicaban fenómenos que no entendían completamente, vinculándolos con la naturaleza y los ciclos cósmicos. Es un concepto que mezcla ciencia, misticismo y observación empírica de las relaciones entre el cuerpo humano y el entorno.


El eterno retorno


Podríamos pensar que estos remedios populares son simples reliquias, pero ¿y si son algo más? En una época en la que la sanidad se enfrenta a retos que van desde el envejecimiento de la población hasta la saturación de los servicios, tal vez haya algo que aprender de esa conexión íntima con la naturaleza y el ser humano, que practicaron nuestros ancestros.


El mundo moderno, con su ciencia y su tecnología, nos ha llevado muy lejos, pero quizá el verdadero progreso consista en recordar, con humildad, que no todo comenzó en un laboratorio. Que, antes de los fármacos y las máquinas, hubo hombres y mujeres que, con intuición y conocimiento ancestral, lucharon por la vida. Y que, entre lo técnico y lo humano, aún hay un espacio para las raíces, para esa sabiduría olvidada que nos recuerda que, al final, el arte de curar siempre ha sido el arte de cuidar.

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