En nuestra vida laboral, solemos pensar que la felicidad llegará cuando alcancemos un mejor puesto, recibamos un aumento o nuestras circunstancias cambien. Pero, ¿qué pasaría si la felicidad no dependiera de factores externos, sino de cómo interpretamos nuestro entorno?
Existe una antigua historia que ilustra esta idea:
Un viajero agotado llegó a un oasis en medio del desierto. En la entrada de la ciudad, vio a un anciano descansando a la sombra de una palmera y se acercó para preguntarle: —Abuelo, dime, ¿cómo es la gente de este lugar? El anciano, con calma, respondió con otra pregunta: —Dime, hijo, ¿cómo era la gente del lugar de donde vienes? El viajero frunció el ceño y dijo con amargura: —Eran personas mezquinas, egoístas y desagradables. No soportaba estar allí y por eso me fui. El anciano suspiró y asintió lentamente. —Aquí encontrarás lo mismo —dijo.
El viajero, decepcionado, tomó un poco de agua y se marchó.
Más tarde, llegó otro viajero con una sonrisa abierta y preguntó al anciano: —Abuelo, ¿cómo es la gente de esta ciudad? El anciano le devolvió la sonrisa y preguntó: —Dime, hijo, ¿cómo era la gente del lugar de donde vienes? El viajero suspiró con nostalgia: —Eran personas maravillosas, amables y generosas. Disfruté mucho mi tiempo con ellos, pero tuve que seguir mi camino. El anciano asintió y respondió: —Aquí encontrarás lo mismo.
Unos niños que escuchaban la conversación se acercaron intrigados y preguntaron: —Abuelo, ¿por qué le dijiste cosas distintas a cada viajero? El anciano sonrió y respondió: —Porque la bondad y la maldad no están afuera, sino dentro de cada uno. Encontramos en el mundo lo que llevamos en nuestro corazón. Si llevamos maldad, la veremos en todas partes. Si llevamos bondad, la hallaremos en cada persona.
Esta historia nos recuerda que la percepción que tenemos de nuestro entorno está determinada por nuestra actitud y emociones. En el mundo laboral ocurre lo mismo. Si creemos que nuestro trabajo es un castigo, lo viviremos con pesadez. Si pensamos que es una oportunidad para crecer y aportar valor, encontraremos satisfacción en él.
Cada día tenemos la oportunidad de decidir cómo experimentamos nuestra jornada laboral ¿Elegimos centrarnos en lo negativo o en lo positivo? Si cultivamos una actitud de apertura y aprendizaje, nuestra experiencia cambiará. Si fomentamos la empatía, la motivación y el feedback positivo, contribuiremos a un ambiente más armonioso y productivo.
La felicidad en el trabajo no es un destino al que llegamos cuando las circunstancias mejoran, sino una forma de viajar cada día. No se trata solo de dónde estamos, sino de cómo elegimos vivirlo. Si queremos transformar nuestro entorno laboral, comencemos por transformar nuestra actitud. Como en la historia del viajero, nuestra percepción define nuestra realidad, y depende de nosotros hacer del trabajo un espacio de crecimiento y disfrute.
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