El corazón de la sociedad, es decir la familia, está sufriendo un deterioro que es patente. Por ejemplo, hay mucho miedo al compromiso o al fracaso para contraer matrimonio, aumentan las separaciones y divorcios, se confunde amor con el sentimiento o lo más grave la secularización, de modo que las personas que desean formar una familia no tienen convenciones firmes y se encuentran lejos de Dios, siendo el matrimonio un sacramento de la Iglesia Católica.
El individualismo también influye en la crisis de la sociedad y en la familia, ese individualismo que favorece personas egoístas que solo se preocupan de sus cosas y se siente ajeno a las necesidades de los demás. Además, las personas que componen la familia y en especial el matrimonio están influidos también por el materialismo consumista o el emotivismo (actuar de acuerdo con las emociones y sentimientos).
Es así que un egoísta no puede amar, porque amar supone entrega, darse, sacrificarse sin límites por la persona amada. Recordemos que “La necesidad más profunda del ser humano es amar y sentirse amado”. Esta frase la he leído en bastantes libros y documentos, además de ser una experiencia universal. Me gusta decir que para ser feliz hace falta: saber amar, sentirse amado y tener un proyecto claro de vida.
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