Tras el parón de Semana Santa, los mercados dejan una sensación inquietante donde no colapsan, pero tampoco rebotan. Se mueven sin dirección clara, en un entorno de alta volatilidad, baja liquidez y un sentimiento inversor cada vez más deteriorado. Es un escenario donde nada termina de romperse, pero todo parece al borde de hacerlo.
Wall Street ha encadenado 7 semanas negativas de las últimas 9. No hay “crash”, pero sí una lenta sangría. Y lo más preocupante es que ya no hace falta una mala noticia para caer, pues basta con seguir sin una buena que sea creíble.
Las últimas semanas han sido un recordatorio claro de que cuando la liquidez escasea, los activos de riesgo quedan expuestos. El nivel de liquidez percibida por los gestores es el más bajo desde la crisis bancaria de 2023 según el BoFA. Las asignaciones a renta variable han colapsado más de 50 puntos en solo dos meses. Y eso tiene consecuencias.
En un mercado cada vez más dominado por estrategias sistemáticas, la volatilidad se ha convertido en el principal “interruptor” de exposición. Hoy, tanto la volatilidad realizada como la implícita del SP500 están en percentiles extremos. ¿Qué significa? Que, aunque lleguen buenas noticias, no hay suficiente “munición neta” para reactivar posiciones. El mercado no está posicionado para reaccionar al alza. Está bloqueado. El ruido de las tarifas ya no es solo ruido.
Las idas y venidas en la política comercial de la administración Trump han dejado de ser un problema de narrativa para convertirse en una fuente real de disrupción económica. Empresas como Nvidia y AMD ya anticipan costes relevantes por las restricciones de exportación, y ASML ha decepcionado. El efecto dominó en el sector tecnológico está siendo inmediato.
Howard Marks lo explicaba esta semana con claridad: desmontar la lógica de la especialización internacional es renunciar al principio más básico del comercio moderno. La globalización no era moda, era eficiencia. Y sin eficiencia, el crecimiento se enfría.
El sentimiento inversor no está tocado, está roto. La encuesta de inversores minoristas AAII ha registrado más de 8 semanas consecutivas con más del 50 % de participantes en modo bajista. Es la racha más larga desde 1987. En paralelo, el índice de sentimiento de Goldman Sachs marca niveles históricamente bajos (-1,7), y el posicionamiento neto en acciones sigue en mínimos. Y en ese entorno, la señal silenciosa que grita más fuerte: el oro rozó los 3.400 USD esta semana.
¿Y ahora qué?
Puede que tengamos algún titular positivo. Puede que alguna empresa del Mag7 sorprenda con resultados. Incluso podríamos ver un mensaje más moderado desde la Fed. Pero hay una realidad incómoda que no se borra con titulares: no hay liquidez, no hay posicionamiento, no hay tolerancia al riesgo.
Estamos en lo que algunos llaman ya la “fase crónica” del deterioro macro. Un entorno donde las empresas deben elegir entre mantener márgenes, trasladando costes y perder ventas, o asumir erosión de beneficios y recortar plantilla. No hay salida fácil.
Así las cosas, esta semana no va a definir la dirección del mercado. Pero puede agravar su fragilidad o confirmar su estancamiento. Lo importante no es si llega una buena noticia. Lo importante es si el mercado está en condiciones de responder a ella. Y por ahora, la respuesta parece ser no.
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