Aquel 4 de diciembre de 1977 los andaluces salimos a reclamar que Andalucía, al igual que las llamadas nacionalidades históricas, poseía sus señas de identidad, o sea, que la igualdad debía ser el común denominador de la ciudadanía, además, claro es, de nuestra milenaria historia siempre anterior en siglos a gallegos, vascos y catalanes; y más tarde ganamos al gobierno de la nación española y hoy, si las cosas se pusiesen lo mismo que hace la friolera de 39 años lo haríamos exactamente igual. Tan sólo con que concurriera por estas tierras una estela fugaz de dignidad saldríamos a reclamar la misma igualdad; pero creo que en la actualidad, exceptuando a los que seguimos creyendo que Andalucía es bastante más que un territorio, nadie osa decir que somos un pueblo, una nacionalidad o una nación.
No deseo dejarme llevar por la oportunidad y mucho menos por la realidad de un mártir malagueño que murió asesinado aquel día porque alguien se negó a colocar la verde y blanca en la Diputación de esta ciudad, Málaga, que todo lo acoge y todo lo silencia, sino porque entre unos y otros: vampiros nacionalistas, gobernantes amantes de pactos que otorgaron poderío y la sumisión de un pueblo, el que siento, el andaluz, nos habéis usurpado la paternidad de nuestros hijos y nietos, o sea de aquellos que con una maleta de cartón desembarcaron en Cataluña en la búsqueda de callar el ruido de tripas de ellos y los suyos.
En ese día que da título al “copo” de hoy, hasta cerca de un millón de andaluces se manifestaron por las calles de Barcelona para pedir autonomía en pie de igualdad con Cataluña; que conste, he dicho un millón de andaluces abarrotaron la tierra catalana.
Qué queda de aquel millón de andaluces?; seamos sinceros: no queda nada, los hijos de los hijos de aquellos padres se han convertido en catalanes gracias a una dejadez por parte del gobierno central, por un vampirismo incansable del nacionalismo catalán, por una educación que ha olvidado las raíces de lo andaluz y, especialmente, por una conversión al capitalismo neoliberal.
Andalucía, creo yo, no debe llorar solamente por aquel joven, García Caparrós, que murió un 4-D-77 en Málaga abatido por una bala, sino por los cientos de miles de andaluces que, a causa del hambre y del caciquismo, abjuraron de sus raíces
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