El 19 de febrero pasado, en este diario, empecé un artículo titulado: “¡Dios mío!”, con la siguiente frase:
“Que el hombre sea obra de Dios, es probable, que Dios es obra del hombre es seguro”.
Cuando pienso en Jesucristo, evitando lo que dice el “Tantum ergo” en los versos de arriba: “Que preste la Fe el suplemento de lo que falta a los sentidos”, creo que debe ser muy semejante a lo que de él se cuenta. Tuvo una presencia histórica, e insisto en la semejanza porque coincide en su esencia lo que de aquel hombre nos llega.
Cuando la Iglesia elige, ahora, lo que se ha de contar de él, lo hace con aquello que consideramos más próximo al pensamiento del hombre, en el enfoque más humano.
No sé si Jesús era hijo de Dios, dando ese nombre a quien en nuestro desconocimiento y confusión, creemos que fue el Creador de todo. Incluso de nuestra Vía Láctea que, según los astrónomos, tiene entre “doscientos y cuatrocientos miles de millones de estrellas” y aunque las visibles a simple vista sean sólo unas tres mil… son muchas. Conocemos poco a la Tierra en la vivimos y desde nuestra lógica, si buscamos explicación, no parece sensato creer que ese Dios Creador al que nos referimos, fuera a enviar a su único hijo a este pequeño planeta.
Aunque… tampoco podemos negarlo.
En las acciones que nos cuentan de Jesús y en los Evangelios, encontramos a un hombre con una clara visión de lo humano, mucho más cerca de la actual, que todo cuanto dice la Biblia y más próximo al nosotros de hoy, de todo lo que manifestaba entonces el pueblo y la religión judía.
Su humanismo (entendido como amor a los hombres) aparece con extrañas connotaciones quizás más próximas al Budismo que a lo que de su propio pueblo cabría esperar.
Por ejemplo, del “amar a los enemigos”, no hay en la Biblia ningún antecedente.
Cuando Jesús habla de la vida del más allá, hemos de tener presente la confusa y prologada estancia del pueblo judío, en Egipto (más de dos siglos. S/Éxodo 12:40 430 años) y la trascendencia que de esa idea tenían los egipcios, con sus ritos, sus tumbas, sus pirámides, sus jeroglíficos.
Cuando dice ser hijo del Padre, puede estar refiriéndose a que a esa idea, a ese Padre, a ese Dios, lo entiende, lo vive, como un bien para Todos, completo, total, general, universal.
Todos, que no son sólo los judíos, ni ellos con los samaritanos, ni con los otros pueblos próximos. Sus todos son Todos.
Cuando con Él empieza su Era, tiene muy clara la idea que hoy, más de veinte siglos después, cuando ya no quedan tierras, ni pueblos por descubrir, se tiene al hablar de Todos.
Su Todos no excluye ni a otras razas ni a los humanos que pudiésemos llamar disminuidos: los ciegos, cojos, enfermos, endemoniados, etc. Su visión humana es global, ahora está de moda decir holístico, pues eso, su visión es holística.
Imagina y cree, tal como sabemos por lo que nos han contado, que ese Dios es necesario para que la humanidad pueda ser más humana en todas partes, para todas las gentes y durante todo el tiempo.
Ante un pueblo cuyos profetas habían anunciado, sin base alguna, la venida de un Mesías, hijo de Dios, estaba claro que o se asumía ese papel o no había nada que hacer.
Fuera del tan anunciado y prometido Mesías, no había esperanza de que nadie, por superior y correcta que fuera su filosofía, hubiera sido escuchado ni mucho menos seguido.
El Mesías según los profetas iba a ser el Rey de Israel, entonces Judea, tenía que mejorar al mundo, a la humanidad, tenia que dictar leyes, tenía que, al menos, decir que aquí nada estaba por encima de lo humano.
Jesús que conocía a los profetas, a la religión, las costumbres y esperanzas del pueblo judío, su pueblo, pudo ser un hombre de una inteligencia muy superior, capaz de una visión futura, que llegase a pensar que su propia muerte, en pro de esa humanidad a la que amaba y entendía, era conveniente, incluso dolorosamente necesaria.
El modelo de Jesús y su filosofía considero que valen la pena.
Ha habido filósofos que antes de él han hablado de la supervivencia del alma tras morir el cuerpo. Cicerón (106 a 43 a de C), en Roma, muy próximo a él en el tiempo sostiene: "Muchos se ríen de mí porque considero que después de la muerte hay otra vida. Cuando muramos, si no la hay no podrán seguir riendo, pero si existe, seré yo el que me ría de ellos".
También ha habido otros con enseñanzas seguramente tan ricas como las suyas. Aquí en Hispania, coincidiendo en el tiempo con él, Séneca y el estoicismo.
Si seguimos buscando podemos encontrar a muchos más, cuyas lecciones podrían haber sido ideales para la humanidad.
Sin embargo ninguna de estas filosofías han podido sobrevivir, como sí que ha ocurrido con la de Cristo, porque a todas las demás les ha faltado una fuerza superior a todo lo previsible e imaginable para los hombres: “Asumir ser el Mesías prometido por los Profetas”.
Aunque no trataba de referirme a la Iglesia oficial, sabemos que en ella y en nombre de Dios se han hecho a lo largo de la historia cosas que resultan, como poco, contradictorias.
Se cuenta que la Inquisición a algunos condenados a muerte arrepentidos que pedían confesión, les impedía ese sacramento para que al morir no fueran al cielo.
También se han defendido otras cosas curiosas, como sostener que cuando un sacerdote, listo o tonto o loco, consagraba, Cristo se venía obligatoriamente dentro de la hostia y se tenía que quedar allí pasara lo que pasara, que si alguien la robaba se tenía que ir con el ladrón y que quien comulgaba lo recibía, aunque no creyera en él.
No hace muchos años, en los últimos años del siglo XX, parece que un sacerdote raro fue en Roma a una panadería y consagró. Pregunté al que me lo contaba: “¿Y que paso?” Me contestó: “Nada, que la Iglesia compró todo el pan que allí había”.
Aquello me resultó, y me sigue resultando aun, sorprendente.
De repente caigo en la cuenta de que este tema requeriría un estudio mucho más en profundidad, hay escrito sobre religión miles de libros, de teólogos, filósofos, sociólogos…
Pero, pienso: “¿Acaso estas dudas y reflexiones es preciso magnificarlas? A fin de cuentas son mías”.
Mi resumen es: “No sé si Jesús es Dios o no, si resucitó o no”; pero lo que se dice de él me convence y me inspira a seguirle, desde mis posibilidades, en mi cada día y a darle gracias por lo que ha dicho y hecho.
Porque dio su vida también por mi, de eso estoy seguro.
Si tras la muerte, como decían Cicerón y André Maurois, hay vida del más allá, mejor, si no, en cualquier caso gracias a Jesús, su visión de la vida me sirve, me anima, me ayuda y… aunque me quede corto, muy corto, digo: “Para mí ser cristiano tiene sentido”.
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