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Alejandra Alejandra, mujer sonde las haya. Sí Señor (IX)

Los fines de semana Alejandra estaba sola
Aurora Peregrina Varela Rodriguez
lunes, 24 de abril de 2017, 21:35 h (CET)

Entre cuento y cuento de los que Alejandra se enteraba, ella veía por la ventana y veía “La Aurora Boreal”. Que bonita le parecía. ¿Quién dice que ese espacio no existe?. Existe, claro que sí. Allí hay muchas almas. Sus colores llenaban sus ojos de alegría y decía:

-Amanecer, amanecer, Aurora Boreal, ¿cuándo serás mío?...

Tanto tiempo soñándote, esperando por ti, deseándote. Mi madre ya me hablaba de ti, me decía: “sueña con praderas rosas. El color naranja es bonito, no feo”.

El cielo es naranja, no azul, criatura, vive la vida que Dios se dará cuenta algún día de que lo que queremos es La Aurora.

Y la tendremos.

Claro que sí. Que el amanecer no nos faltará. Dios nos lo dará. Aunque sea sólo en sueños…

Sin saber como, escribió otro poema:

Amanecer,
llenas muchas noches de placer.
Amanecer,
la luna clara que me afecta,
alguna vez se ve.
Amanecer me das libertad,
¿qué más?,
amanecer me gusta la Libertad,
conmigo estarás. Lo sé.
Te sueño
como los que te disfrutan
y piden. Para ellos serás.
Dios los ayudará, que pecar sano es.
Amanecer no permitas
que la Luna me dé de frente,
que me vuelvo loca,
no sé qué hacer. Linda mañana,
que me dé la Luna, pero sólo un poco.

Esa poesía llamó mucho la atención de importantes escritores de poesías, que sin saber de rima ella siquiera, se la quisieron comprar y pagar bien. La simbología de la Luna es por todos bien conocida, quien no vivió alguna vez con el recuerdo de sus reflejos. La luna tiene un pesado poder sobre los que son como Alejandra. Te vuelve loca, y con su luz llegas a ser capaz de desear matar a masas, pasas a ser como un lobo. Así es, y luego, irse a dormir tan tranquila, como si nada hubieras hecho.

Ella lo sabía, y usaba una crema especial para protegerse de sus influencias.

Con la luna hay que tener cuidado. Es poderosa. Transforma hasta a un santo. Convierte en terroristas a los seres mortales. Se pierde el alma.

En cambio el sol sentaba bien a Alejandra. Agudizaba su tez morena.

Alejandra se ponía más guapa al sol. La ponía alegre. Andaba con más salero bajo el sol. Parecía una gitana andaluza. Se movía mejor cuando había calor, estaba más simpática, le gustaba ir a la playa, acostarse sin la parte de arriba del traje de baño y disfrutar de sus rayos. Así podía olvidarse de la luna, aunque fuese por unos instantes, podía lograrlo. Le temía realmente, aunque era hermosa.

Iba con poca ropa hasta la costa. Llevaba pan para los pájaros, que decía, estaban siempre muy hambrientos. Alejandra despertaba pasiones por donde pasaba moviendo las caderas.

Se ponía morena con una hora caminando bajo el sol. Alejandra tenía talento para enamorar de jóvenes a viejos. Alejandra sabía conquistar, pero cuando le daba la luna, daba miedo. Alejandra se sentía, a pesar de todo, protegida por los dioses. Mejor que no la tocaran. Usaba protección de noventa para no quemarse. Alejandra iba a la piscina pero no se bañaba pues el agua estaba fría y llena de la orina de otros bañistas. Alejandra tenía paños de todos los colores. Alejandra sabía jugar al fútbol con los amigos. Era portero, y de los buenos. Iba al gimnasio y hacía bicicleta estática, y pesas y colchoneta. Alejandra sabía hacer muy bien el puente y la estrella y los pasitos de oso y el sistema klak. Llamaba la atención en el gimnasio por su figura, su pelo en trenza, hablaba a todos con simpatía, sin titubeos, incluso a los desconocidos. Siempre quería probar los aparatos más complicados, se arriesgaba a hacer el ridículo, a no dar la talla.

Los instructores siempre la corregían. A Alejandra le gustaba andar en la cinta de andar, en las máquinas de musculación, en las barras de madera se colgaba como un mono de circo. Le gustaba experimentar las cosas nuevas. Se abría a ellas como una puerta sin cerradura. Alejandra hacía muchas cosas durante el día. Los fines de semana no le gustaba madrugar. Dormía hasta las diez o las once de la mañana. Cuando su madre no estaba hacía la comida. Le gustaba hacer ensaladas con estos ingredientes:

-Un cogollo de lechuga. -Una zanahoria. -Medio pepino. -Una lata de espárragos. -Media lata de aceitunas. -Media lata de champiñones frescos. -Dos latas de atún en aceite. -Un chorrito de vinagre. -Dos cucharaditas de aceite. -Una chisca de sal.

Lo picaba todo muy bien picadito y lo revolvía muy bien y queda una ensalada rica rica.

Otras veces hacía arroz con pechuga de pollo, pimiento, ajo, cebolla, champiñones, y luego le ponía salsa de tomate Orlando o salsa de yogourt.

También le gustaba mucho el salmón con lechuga, patatas cocidas y mayonesa, mucha mayonesa.

Preparaba muy bien las tortillas:

-Dos huevos. -Medio pimiento rojo. -Medio pimiento verde. -Dos dientes de ajo. -Una cebolla pequeña. -Medio tomate. -Sobras de arroz o patata. -Pan. -Colorante. -Sal.

En ocasiones comía fuera un bocadillo de jamón y queso con mayonesa, tomate y lechuga que sabía muy bien y encima le tomaba el nada despreciable café con leche en polvo y sacarina.

También le gustaban mucho los bollos de chocolate cortados en círculo, las rameras y palmerillas de fresa, los cachitos de jamón serrano con queso de tetilla, las milhojas dulces con frutas, los rollitos de crema o de nata, el pan de jamón de las navidades, las caracolitas pequeñas con pasas, los pasteles de crema de chocolate y la bollería en miniatura de cuidadosa elaboración.

El café, del que era adicta, lo tomaba con leche y sacarina en pastillitas, para no engordar. También tomaba descafeinado, capuchino, café vienés e irlandés. No podía pasar sin dos o tres cafés al día. Pero el café del lugar en que trabajaba, le sabía realmente mal. Le gustaba tomar café en las cafeterías, pero estas tenían que ser finas y elegantes. Distinguidos lugares para tan distinguida señorita. Junto al café muchas veces le daban un dulcito de guayaba que no se rechazaba, por supuesto.

Muchas veces cogía el coche sólo por ir a una cafetería a tomar café, esa era su verdadera debilidad. El café mueve al mundo. Pensaba.

También era una apasionada del chocolate en las mañanas, calentito con un poquilito de brandy, para sacar la depresión que podría llegar a acumularse durante el día y para empezar la jornada con el pie derecho.

A Alejandra también le gustaban las almendras, los aliados, las nueces, el regaliz, los caramelos de plátano, de melocotón, de piña, los caramelos con vitamina C para la tos, los chocolatitos envueltos en papel de colores, las gomitas, los caramelos de menta, los polvorones, los roscones de vino, los chicles que protegen los dientes, los chicles blanqueadores y los de sandía...

Alejandra cuidaba mucho sus dientes, usaba volghajtaquí blanqueador, brofinchón, Líquido del Caracoloy y Bhicandiuir. Odiaba ir al dentista y a los dentistas... creo que también.

Tenía un cepillo eléctrico que usaba tres veces al día luego de las comidas.

Alejandra no quería quedarse sin dentadura joven pues a su madrina le pasara y sufriera mucho por ello. Las planchas no son sencillas de llevar.

Pero los fines de semana Alejandra estaba sola.

La soledad no es una buena compañía, pero de ella se aprende, sobretodo a no desear estar solo, sino rodeado, siempre rodeado, aunque sea de pájaros o de tortugas. Por eso cocinaba, para estar entretenida. Es bueno estar rodeados de almas, de movimiento, de expresiones de sentimientos, de gente que te necesita a ti y tú a ellos. De la soledad se saca el desear estar acompañado, aunque sea de una radio y explotando los recuerdos, buenos y malos sean ellos, pues la soledad es la que produce el ruido más insoportable y fuerte

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