El tenis es Madrid reza uno de los eslóganes ideados desde la organización. De cara a la próxima edición debería cambiarse a otro más personalizado: el tenis de Madrid es Nadal. El tenista balear volvió a escribir otro sobresaliente capítulo en este torneo, aumentando su leyenda a cinco conquistas (2005, 2010, 2013, 2014 y 2017), hito que aumenta a 72º trofeos en su carrera (el tercero ya de 2017 tras Montecarlo y el Godó) e iguala con Djokovic al frente de los ganadores de Masters 1000 (ambos suman 30). Este triunfo en casa desvela otra gran cifra: 15 encuentros ganados (hacía siete años que no lo conseguía) sobre arcilla a escasas semanas de la cita de Roland Garros. Estadísticas aparte, Nadal evidenció un juego de antaño, cuando recuperaba una y otra pelota y sacaba a pasear su derecha con efectos dañinos para el contrincante. Era el Nadal más Nadal visto en los últimos años en Madrid.
Y no lo tuvo sencillo. Si bien Djokovic apenas encontró respuestas, sí las tuvo el imberbe tenista austriaco, Dominic Thiem, el considerado como sucesor de los cuatro grandes. Su estreno en una final Masters 1000 no acabó en sonrisas, aunque fríamente sabrá que ha sembrado las bases de un futuro más que prometedor. Así lo reconoció el público de Madrid. Así lo consideró Nadal en la ronda de agradecimientos. Porque el balear tuvo que emplearse a fondo hasta alzar los brazos al aire. Su quinto triunfo en Madrid llegó después de dos horas y 18 minutos de juego; de dos intensos sets, donde el primer se cerró con un agónico 7-6 y el segundo con un 6-4, aunque nada holgado.
Nadal vuelve a ser Nadal
El comienzo no fue nada sencillo. Más bien, complicado. El austriaco, debutante en este tipo de encuentros finales, soltó todos los nervios y dudas antes de acceder a la pista central Manolo Santana. Thiem se movió como si llevara años jugando este tipo de partidos, mostrando un buen revés y una gran derecha profunda. Y es de esos tenistas que tiene un gen de Nadal: sabe devolver cualquier pelota, nunca se siente vencido y sabe tener una relación de amor con las líneas, adonde sitúa la pelota con una pasmosa habilidad. Es, sin duda, alguna el futuro del tenis. Con este panorama, Nadal se vio con un 1-3 en contra en la primera manga. Remontó el balear recobrando un sólido juego y dejándose toda su alma en encontrar un resquicio en el austriaco. Tuvo dos bolas de set, pero erró hasta desembocar en el tie-break, en donde tuvo que salvar un punto de set antes de cerrar, a la segunda y tras una hora y veinte minutos, el primer asalto.
La segunda manga, enseguida, se puso con viento a favor de Nadal: 2-0 y un Thiem acusando el golpe del desenlace sufrido en el primer set, y quizá haber acabado casi de madrugada su semifinal con Cuevas. Pero se recuperó. Recuerden que comparte ese gen de Nadal. El balear fue ganando su saque hasta que dispuso de sus primeras bolas de campeonato. No fue a la primera, ni a la seguida, ni a la tercera, sino a la cuarta y cuando Nadal se inventó un par de esos golpes que suelen enmarcarse, una dejada con efecto y una derecha imposible. Entonces, el austriaco hincó su rodilla. Fue entonces cuando Nadal festejó que había agrandado su leyenda en Madrid. Son cinco trofeos en sus vitrinas, aunque quizá lo más importante fue ver, tanto en la final como a lo largo de esta semana de tenis en Madrid, un Nadal plenamente recuperado, rejuvenecido, en plenitud de facultades y deslizándose por la arcilla como sólo él sabe hacer. Ese es el gran trofeo. Y, aunque nunca se fue, que Nadal vuelve a ser Nadal. Y que Madrid no es tenis. Madrid es Nadal.
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