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Pentecostés, algo más que una romería

Abrirse a la acción del Espíritu Santo
Francisco Rodríguez
viernes, 2 de junio de 2017, 08:32 h (CET)
Con la fiesta de Pentecostés que celebraremos este año el domingo 4 de junio acaba el ciclo pascual. Para mucha gente quizás lo único que le suena de esta fiesta es el despliegue folclórico-religioso de la romería del Rocío: su camino, sus cantos, sus músicas, hasta llegar a la ermita de Almonte y sacar a la Virgen, que sin duda resulta emocionante para los asistentes.

Pero Pentecostés es mucho más, es el cumplimiento de la promesa de Jesús de que sus seguidores recibirían el Espíritu Santo a lo largo de los siglos y que este Espíritu sería la fuerza que pondría en pié a la Iglesia. Desde Pentecostés los cristianos vivimos el tiempo del Espíritu Santo que nos une a Jesús y nos hace hijos de Dios.

Es lamentable que la fe de mucha gente se haya ido apagando hasta un simple rescoldo, que produce de vez en cuando algún chisporroteo, alguna emoción ante la Virgen. Oí decir:” la mayor parte de los españoles no creen en Dios pero creen en la Madre de Dios”

Si nos alejamos de la fe y nos cerramos a la trascendencia, el Espíritu Santo no puede enriquecernos con sus dones. Más que nunca habrá que pedir que mande su luz desde el cielo, que entre hasta el fondo del alma, que mire el vacío del hombre si tu le faltas por dentro; que mire el poder del pecado cuando no envías tu aliento, si no nos enriqueces con tus siete dones.

Todos estamos necesitados de recibir los dones del Espíritu Santo que no podemos suplir por ninguna otra cosa: sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios.

No se trata de la sabiduría académica sino de la sabiduría divina, saber de Dios, de nuestra relación con El, sabiduría que nos hace participar del inmenso misterio del amor de Dios, que nos creó a su imagen y nos llama a gozar de su plenitud por toda la eternidad.

El temor de Dios también es un don, un regalo. En la Biblia podemos leer que el principio de la sabiduría es el temor del Señor. No se trata de miedo a Dios sino la constatación de la infinita distancia entre Él y nosotros, entre su inmensidad y nuestra pequeñez. Pobres locos los que quieren ser como dioses, los que se creen autosuficientes y niegan a Dios.

El don de inteligencia, para entender nuestro propio papel, nuestra propia vida, nuestro destino eterno, para distinguir lo realmente valioso de lo engañoso. El don de ciencia no nos va a hacer científicos, sino nos ayudará a entender las profundidades de Dios que nos ama, este don que nos llevará a la meditación y a la contemplación.

El don de consejo nos abrirá a las necesidades de los demás, a transmitirles lo que pueda ser útil y oportuno para sus vidas, para su destino eterno y el don de fortaleza es el que nos hará mantenernos firmes frente a todas las contradicciones, pruebas y luchas.

El don de piedad nos llevará a actuar como Jesús lo haría, siempre por amor, siempre siguiendo la voluntad de Dios que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad.

Cerrarnos a la acción del Espíritu Santo es la peor desgracia que nos puede suceder. Aprendamos a descubrir lo que de verdad importa para esta vida y para la otra.

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