Solo pocos se atreven a decir lo que piensan, a riesgo de ser catalogados de “envidiosos”, “ávidos de reconocimiento” y demás sandeces usadas como dizque argumentación de defensa. Por ejemplo: basta leer la selección de escritores menores de 35 años de Granta para darnos cuenta de que se nos está vendiendo sebo de culebra, condimentado con un discurso supuestamente inclusivo que se traiciona en un par de detalles (entre varios): la calidad literaria y el espíritu de búsqueda (que lo hubo, pero a medias)… Bien por los convocados (plumas notables: Patricio Pron, Oliverio Coelho, Carlos Yushimito y algunos más), pero mal por los lectores a quienes, una vez más, se les quiere sorprender. Sin embargo, no es la primera vez que esto ocurre... En su momento otros intereses nos entregaron la farsa Bogotá 39…
Habría que mirar bien lo que se está escribiendo fuera de nuestras fronteras. Hay narradores que merecen, en todo sentido, una mayor atención, como el ecuatoriano Miguel Antonio Chávez (Guayaquil, 1979), de quien solo he leído su novela ‘La maniobra de Heimlich’ (Altazor, 2010) y uno que otro relato en antologías virtuales y físicas. La manera como llegué a ‘La maniobra de Heimlich’ obedeció a circunstancias únicas en la producción editorial latinoamericana. A mediados de 2009 la editorial peruana Altazor decidió apostar por la publicación de siete novelas de nuevos narradores latinoamericanos, más una gira con ellos por varias ciudades del interior del país. Ahora, sin desmerecer este esfuerzo histórico, habría que decir que varias de estas novelas a las justas rozaban el carreteo del vuelo literario, o sea, no despegaban. No obstante, me sirvió para toparme con un par de textos de muy buena factura.
En ‘La maniobra de Heimlich’ vemos ciertos factores que vienen configurando a la narrativa sudamericana última. El más notorio: un decidido alejamiento del realismo, escanciado con muchísimas referencias populares por medio de un discurso patentado por la irreverencia, digamos, literaria. Desde su primera página Chávez destaca por su humor e ironía, sin refocilarse en cantados lugares comunes, potenciado su discurso de ficción gracias un conocimiento envidiable de los lazos en común entre el mundillo literario y la publicidad.
Dividida en tres secciones: “La respiración del enano”, “En caso de descompresión, caerán unas mascarillas de oxígeno” y “La asfixia como anticonceptivo”, que nos presentan a un innominado narrador protagonista realizando una suerte de limpieza interior en clave excesivamente paródica, con innumerables guiños al lector sobre el proceso creativo de la escritura como tal, que ubican la novela en las sinuosas parcelas de lo metaliterario, pero desde la ya señalada irreverencia que parte del conocimiento de lo que se está recreando sin caer en el exasperante aburrimiento de otros autores que creen que la metaliteratura es “cosa seria”. Empero, en la ‘La maniobra de Heimlich’ hay contadas fisuras, las cuales son muestras no del ya señalado talento y obvia inteligencia narrativa de Chávez, sino de un cierto de apuro en la culminación de la primera y tercera parte. No obstante, estamos ante una interesante y buena novela que nos brinda la oportunidad de seguirle la pista a este escriba ecuatoriano de gran proyección.
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