Si hay algo que se ha puesto de manifiesto tras los comicios del domingo es el olor a cadáver que destila el Partido Socialista sin que nadie parezca querer practicar la autopsia de lo sucedido y sin enterarse de que es por él por quién doblan las campanas. Viendo cómo salió por la noche Rubalcaba en la sede de Ferraz, con el rostro de la muerte en su cara, y una más que evidente soledad, resulta elocuente que nadie se haya dignado todavía en velar el cadáver y preparar la mortaja, como primer paso para superar tal terrible pérdida.
Sin embargo, difícil acometida tiene nuestro post-zapaterismo patrio viendo el hundimiento generalizado y que supone, en mi opinión, un fracaso del socialismo que nadie quiere asumir. Porque, a la sazón, nadie puede negar que el socialismo está siendo borrado de un plumazo de los mapas de Europa, donde apenas queda algún residual país con gobiernos de izquierda. Es evidente que las causas de la debacle socialista son muchas, pero destacan tres: la pésima gestión de la economía, la corrupción –sobre todo en Andalucía, los ERE y la última operación de Corleone Blanco- y el abandono de los principios y doctrinas que hacían de la izquierda la defensora de los más humildes y desposeídos. Esto ha quedado finiquitado en estas elecciones. El mismo partido que se erigió como el adalid de los pobres ha dejado en el sumidero de la ruina no sólo a la nación, sino a sus ciudadanos. Y eso en una democracia madura no se debería indultar, como así ha sido. La ciudadanía perdona la sumisión al terrorismo, la manipulación del atentado del 11-M, la tensión y la división entre españoles y la muerte de Montesquieu, pero la miseria es difícil de camuflar.
Sin embargo, para ser ecuánime no sólo tiene que hacer una reflexión profunda Rubalcaba y demás acólitos. En la calle Génova deberían analizar los datos pormenorizadamente. Es incuestionable que el Partido Popular avanza y que logra atraer a muchos votantes procedentes del desastre socialista, pero su tsunami se debe más a un PSOE que ha naufragado que a sus propios méritos. ¿Acaso sea porque Rajoy ha hecho una oposición gris- casi oscura-, traicionando a sus principios y pagando con creces en el País Vasco la salida por la puerta de atrás de María San Gil?
Con todo, dos lagunas ha habido en estas elecciones. En primer lugar, Cataluña. Bien es cierto que Carme Chacón no ha salido bien parada de la embestida y consuma la primera derrota del socialismo catalán en unas generales, lo que, en mi opinión, la inhabilita para intentar ser la nueva lideresa del socialismo. Aunque sea porque los números no engañan. Por primera vez la política del miedo, el famoso mantra de que viene la derecha, no ha calado en un electorado que muy perjudicado por la mala costumbre de no poder ir a trabajar y de tragar saliva con un partido socialista travestido en nacionalismo rojo, les ha dado la espalda. Y ya sabemos que al final la gente prefiere el original a una pésima copia. Lo preocupante de lo ocurrido es que la sociedad catalana parece haber avalado con todas las de la ley las políticas de recortes del nacionalismo. O séase, recortes en servicios básicos como educación y sanidad mientras reparten millonadas en sus orgías patrióticas. Esa sociedad, sinceramente, o ha enloquecido definitivamente o realmente el virus del nacionalismo ha inoculado una amnesia crónica en los catalanes, sin cura posible.
Y cómo no, el País Vasco. La presencia con seis diputados de Amaiur no es una mala noticia. Es una tragedia. Son los mismos que vienen amparados por ETA-Batasuna, los que llevan pegatinas de apoyo a los presos de ETA. Han salido elegidos democráticamente, es cierto. Pero que semejante formación tenga un grupo propio en el Congreso de los Diputados demuestra el grado ético de una parte bien significativa de la sociedad vasca. Patxi López y Zapatero dieron de comer al monstruo batasuno y al final, cosas de la vida, el monstruo batasuno ha acabado por devorarlos vivos. Justo castigo cuando se juega con fuego o, paradójicamente, con bombas.
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