La FIFA quiere prohibir la comercialización de productos de empresas “amigas” en un radio de 2 kilómetros alrededor de los estadios el próximo mundial. Más de 170 mil personas se han visto obligadas a cambiar de hogar. Sus casas son hoy modernos estadios y centros comerciales, construidos para reforzar el espectáculo. Símbolo de progreso para una de las grandes economías emergentes, y que en palabras de la FIFA, “ayudarán a modernizar a la sociedad brasileña” a pesar de que muchos de sus ciudadanos no tienen garantizado las indemnizaciones por el traslado, ni la seguridad de tener un nuevo hogar.
Sólo una empresa de comida basura podrá vender sus productos en los estadios. Se cambiará la ley brasileña que prohíbe la venta de bebidas alcohólicas. Los aficionados podrán comprar cerveza, fabricada en Estados Unidos. No se podrá entrar a los estadios ni con una botella de agua, ni traer el bocadillo de casa.
Con este tipo de medidas, no se ayuda al comercio interior. Se desprecia y mercantiliza al futbol como deporte. Encarece la vida alrededor de un estadio. Los precios de los productos FIFA no son para todos los bolsillos. Negocios como restaurantes, bares, cafeterías, vendedores ambulantes de camisetas, banderas… podrían ser una oportunidad para los comerciantes de la zona de crear riqueza. Se imposibilita así, que los comerciantes tengan una fuente de ingresos extra, y que los beneficios se vieran reflejados en la calle.
"La FIFA es el FMI del fútbol”, sostiene Eduardo Galeano. Las políticas de casino, desarrolladas por estos dos grandes organismos, tienen un ritmo similar aunque jueguen en campos distintos y en divisiones diferentes: movidas por el “interés común”, ese mismo que sólo beneficia a unos pocos, moldean normativas legislativas de los Estados, si la coyuntura histórica lo precisa. En Europa sería inviable, y en el Mundial de Futbol de 1994 en Estados Unidos ni siquiera se intentó la idea de blindar los aledaños de los estadios, y la gente no pudiera beber, ni comer, ni comprar productos que no tuvieran el “sello FIFA”. Son organizaciones exclusivas y de mucho poder, con una influencia “peligrosa” y creciente en los países emergentes.
Los 24 miembros del Consejo de la FIFA viajan por todo el mundo, negocian proyectos con los Estados, están acostumbrados a compartir cubierto con las grandes corporaciones, buscan nuevas fuentes de financiación para sus negocios. Es un organismo con poca rotación entre sus dirigentes, la mayoría de los empleados ocupan sus puestos durante más de 15 años. ¿Es la Copa del Mundo una pista de despegue para Brasil o un negocio más de la FIFA? La inversión, para que sea transformadora, debe de tener una función social decidida y que pueda traducirse más allá de las fechas concretas del evento, a través de programas que doten a todas esas construcciones de usos que sumen beneficio a la comunidad.
No se puede secuestrar, ni adueñarse de lo que genera un espectáculo, patrimonio de todos. Y escuela de vida, de valores para millones de personas. La FIFA debe velar por regular las federaciones de los países, y las competiciones, así como generar proyectos donde el futbol sirva para generar alegría allí donde no la hay. Todo lo contrario a medidas de este tipo, que convierten el espectáculo en un simple negocio. Así, se pone en duda a quién beneficia la celebración de este tipo de eventos.
Brasil es un espejo para Latinoamérica, y el centro de las miradas de Asia y Europa. Su PIB creció el año pasado 7, 5%, superó a Reino Unido como séptima economía del mundo. En palabras del pensador Frei Betto, “es hora de que los aficionados organizados y los movimientos sociales pongan el balón en el suelo y disparen a gol”, y no se claudique, una vez más, frente la imposición de los grandes grupos de poder que se mueven alrededor de este tipo de eventos. Esperemos que la expectación que crea el campeonato dibuje en el horizonte algo más que esqueletos diseñados por los mejores arquitectos.
Antonio Ruiz Morales
|