Los europeos nos equivocamos, acaso, al creer que Myanmar tendrá el mismo destino que el resto de dictaduras agónicas de la segunda mitad del siglo XX. Con China en imparable ascenso, y tan cerca de la antigua Birmania como España de Portugal, resultaría inocente creer que el capitalismo birmano, que sin duda llegará, será Made in America.
La reciente visita de Hillary Clinton, la Secretaria de Estado estadounidense, a Myanmar ha despertado mucho interés mediático en el Sudeste Asiático. China es el gran competidor de EE.UU. en la economía y geopolítica global. Y es el principal inversor en Myanmar, un país con el que comparte una larga relación histórica y 2.000 kilómetros de frontera. No es de extrañar que casi todas las opiniones asiáticas coincidan en recalcar que el renovado interés americano busca contrarrestar, seguramente en vano, el peso económico y cultural de China en la región.
En Europa, sin embargo, hay una tendencia a creer que democracia y “americanización” son sinónimos. Hay también un casi total desconocimiento del término chinaization, que tarde o temprano tendrá que ser traducido. Y existe todavía, por algún motivo, la idea de que sólo hay una forma de abrirse a la economía de mercado: la que pasa por Facebook, McDonalds y Starbucks. En China, la segunda economía del mundo, no hay Facebook.
Lo que a Estados Unidos le preocupa es que Myanmar no siga las reglas del juego. Y estas son las que siguió Europa después de la Segunda Guerra Mundial, cuando Washington era dueño y señor del mundo: hace un siglo, como quien dice. China abre un sinfín de posibilidades para países que aún estudian cómo zambullirse en el capitalismo, Myanmar entre ellos. Todo indica que la antigua Birmania se abrirá a la democracia y al influjo yanqui, desde Hollywood a Internet, a cambio de menos sanciones; y que el límite de esta rendición al American Way of Life vendrá dictado por su relación con China.
Es cierto que China y Myanmar no siempre se han llevado bien. Desde poco después de su independencia de Gran Bretaña en 1948 hasta la muerte de Mao Tse-Tung en 1976, el apoyo chino fue dirigido a financiar la guerrilla comunista, que luchaba por derrocar al dictaor Ne Win. De igual manera sucedía, mucho más ruidosamente, en la cercana Vietnam.
Sólo a partir de 1988, cuando un nuevo gobierno militar decidió endurecer el régimen (entre otras cosas, arrestando a la entonces líder de la oposición, Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz en 1991) y cuando comenzaron las restricciones impuestas desde Estados Unidos y Europa, China comenzó a copar el mercado, la política internacional y el ejército birmano con sus productos, diplomacia y tecnología militar.
Aunque Washington haya dado un paso de gigante con respecto a lo que hicieron o dejaron de hacer los gobiernos anteriores, la visita ha venido marcada por la cautela. Clinton ha sugerido que levantará sanciones si el gobierno birmano (oficialmente civil aunque de ascendencia militar) libera presos políticos y relaja el conflicto armado con los grupos étnicos del norte. El gobierno birmano, según la BBC, ha relegado la visita de la Secretaria de Estado americana a la segunda página del periódico oficial. En la primera página figura la visita del primer ministro de Bielorrusia.
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