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Carrillo y su piara

Rafa Esteve-Casanova
Rafa Esteve-Casanova
jueves, 21 de abril de 2005, 22:18 h (CET)
Las paredes siempre han sido muy sufridas. Durante siglos han venido aguantando los mensajes más diversos. Unas veces eran ilegales, es decir hablaban de todo aquello que la prensa oficial callaba y otras veces eran escaparate del pensamiento oficial. Los recuerdos de mi primera infancia están orlados por pintadas, hechas con la correspondiente plantilla y sin la prisa del temor a la policía, donde se veía al entonces joven dictador Franco sonriendo desde cualquier muro. Muchos años más tarde llegaron las primeras pintadas convocando a las, entonces, ilegales huelgas y el “hit-parade” de las pintadas llegó con el lejano y famoso mayo francés del 68 donde, entre otras cosas, se pedía “lo imposible” o “que debajo de los adoquines estaba la playa”. No fue extraño que cuando Franco murió y en este país aparecieron soplos de libertad las paredes fueran también un lugar donde expresarse. Pero por aquellos días los que habían tenido la sartén por el mango durante casi cuarenta años también quisieron aprovecharse de las paredes para expresar sus opiniones. Estaban en su derecho, un derecho que nos habían venido negando a los demás, a los llamados disidentes. Y apareció una pintada que hizo historia, decía algo así como “Vamos a matar al cerdo de Carrillo”. Estos chicos del puño americano y los mamporros nunca han hecho buenas migas con la sintaxis, y así les salían las pintadas. Pronto alguien, con buen sentido del humor, pintó debajo “Ojo, Carrillo te quieren matar el cerdo”.

Luego ya saben como fue esto. Carrillo y el viejo PCE renegaron de la Republica, el viejo comunista se presentó envuelto en la bandera rojigualda a las elecciones y la Carrera de San Jerónimo tuvo la oportunidad de ver las camisas floreadas y las chaquetas coloridas del poeta Alberti y la entrañable presencia de la que para muchos era nuestra abuela eterna, “La Pasionaria”. Pero los “ultras” seguían al pie del cañón. En plena transición balearon a los laboralistas de Atocha, los botes de humo de la policía siempre se equivocaban y le daban a alguien de izquierdas matándolo y mientras Fraga Iribarne, presidente honorario y perpetuo del PP, decía que la calle era suya en Vitoria sus policías mataban a obreros reivindicativos y en huelga.

Y cuando ya nos estaban intentado hacer creer que todo esto era historia, que estaba pasado y olvidado por ambas partes, aparecen los de siempre, los intransigentes joseantonianos falangistas, su jefe acuñó aquello de la “dialéctica de los puños y las pistolas”, para agredir con las banderas a los intelectuales y a Carrillo, su bestia negra. Estoy seguro que muchos de los agresores era la primera vez que acudían a una librería ya que su mal, esa ignorancia supina, visceral y babosa que tienen contra el pensamiento se cura leyendo. Pero ellos son de una especie que piensa que el mejor destino de los libros es la hoguera. Hitler y sus SS ya lo hicieron. Ellos, la Falange, también, pero ahora quieren, alentados por una parte de los medios de comunicación que cada día babean su odio por los micrófonos eclesiales, seguir diciéndonos a los españoles lo qué hemos de hacer. Pero los españoles ya estamos hartos de aguantar tantos años esas mentiras de un grupúsculo que vivió muy bien a la sombra franquista y que ahora no acepta que la democracia les arrincone.Así que D. Santiago lleve cuidado que ahora no le matarán el cerdo pero hay mucho cerdo esperando hincarle el cuchillo jamonero.

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