Las protestas, nunca vistas en el país eslavo desde la caída de la URSS, y la tosca actuación de las autoridades han colocado todos los focos sobre el dúo Putin/Medvedev. Las denuncias sobre pucherazos electorales en las Rusias son endémicas. El último escándalo ocurrió hace no mucho en el sovjoss bielorruso. Pero las dimensiones de Rusia y su relevancia mundial hacen de la presunta farsa del día 4 un asunto que difícilmente pueda pasar de puntillas pese a los intentos de los inquilinos del Kremlin.
Lo que se suponía un mero trámite en la carrera de Putin, para ser investido de nuevo como autócrata el próximo marzo, deviene en inoportuno contratiempo. Ya en las jornadas previas, comenzó la detención y persecución de intelectuales, periodistas y opositores. Bajo el pretexto de infringir distintas normas, varios partidos y coaliciones vieron denegada su participación en las elecciones. Medida fuertemente contestada, pues todo apunta que estas candidaturas fueron prohibidas por motivos políticos. Y así lo puso de manifiesto tanto el Parlamento Europeo como el Departamento de Estado estadounidense. Además de este veto, debemos tener en cuenta que el sistema electoral ruso castiga duramente a los partidos minoritarios, pues es necesario pasar el umbral del 7 por ciento para obtener representación en la Duma, el más alto de Europa.
El nerviosismo putiniano era patente por cuanto las encuestas manejadas alejaban al partido del poder de la mayoría absoluta. Y eso, para alguien como Vladimir Putin, ex-coronel de la KGB en la RDA y un nostálgico no tanto del sovietismo como de la grandeza imperial rusa era inadmisible. Conforme los resultados de las encuestas a pié de urna como los primeros recuentos dejaban a Rusia Unida sin mayoría absoluta, comenzó el rosario de denuncias. Teniendo en cuenta que el país cuenta con 9 usos horarios de Vladivostok a Kaliningrado el margen de maniobra se antoja amplio. Tanto los observadores rusos como los internacionales y representantes de los partidos opositores, multiplicaron las protestas por presunto fraude a lo largo y ancho del país. A su vez se iniciaron las manifestaciones callejeras ante la previsible manipulación electoral en favor de RU. Para colmar el vaso, más de medio millón de votos por correo no llegaron a las urnas. Los datos oficiales, conocidos el día 9, dan la victoria con mayoría absoluta al partido de Putin (si bien es cierto que con un 50 por ciento de los votos frente al 64 de 2007). El Partido Comunista se alza en segunda posición, con el 20 por ciento de las papeletas. Tanto Rusia Justa como el Partido Liberal Demócrata rondan el 12 por ciento. Entre los que no alcanzan la barrera del 7 por ciento para entrar en la Duma destacan Yabloko, Patriotas de Rusia y Causa Justa. Los votos nulos sobrepasaron el 20 por ciento y la abstención alcanzó cotas elevadas. Según la oposición los resultados de Rusia Unida están inflados en un 20 por ciento.
Las movilizaciones ciudadanas se han sucedido durante toda la semana poniendo en tela de juicio la "glasnost" del proceso electoral. Movilizaciones que no se han amedrentado ni con los fuertes dispositivos policiales, ni con la utilización de los Nashi (juventudes del partido oficialista) como contramanifestantes. Que la democracia rusa no se rige por los estándares occidentales es una realidad, como lo es que su arquitectura institucional se asemeje más a la Rusia zarista de 1911 que a las actuales democracias europeas. Pero que las comunicaciones son diferentes, también. Y en eso, el Estado más grande y poblado del Viejo Continente no es una excepción. Y las redes sociales han jugado un papel primordial, tanto en las acusaciones de irregularidades durante la jornada electoral, como en su rápida difusión. Pese a los esfuerzos de la Administración por impedirlo, tanto facebook como twitter se han convertido en protagonistas durante las últimas jornadas. Con escándalo incluido, si nos atenemos a las fuentes que apuntan a una grosera pérdida de papeles de Medvedev para con el famoso bloguero Alexei Navalny, arrestado el día 6 por participar en las protestas contra Putin.
El malestar general hacia la clase dirigente en Rusia es una constatación. Un malestar que viene dado por una frustración creciente ante la corrupción generalizada que alcanza todos los niveles institucionales; La no traducción entre el crecimiento económico y un aumento del bienestar; los temores de estancamiento económico en un país que basa su riqueza en la exportación de recursos naturales; un resentimiento notable por la brutal brecha entre ricos y pobres; una creciente clase media urbana que demanda una mayor calidad de vida; la impotencia ante extorsiones, secuestros, asesinatos sin resolver, cuyas víctimas se cuentan entre los defensores de la libertad de expresión, la información y los derechos humanos y civiles. En definitiva, un sentir general de pérdida de derechos e incapacidad de influir en la política. Y los planes de Putin de intercambiar cromos con Medvedev han desatado la ira de buena parte de los rusos. Hasta el punto de conseguir aunar a una atomizada oposición frente al todopoderoso Putin. Desde los comunistas a los liberales, pasando por Gorbachov.
La irritación del Zar crece cuando desde el exterior le llueven las críticas ante el posible fraude electoral. Protesta capitaneada por la Secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton y que ha recibido la consabida respuesta de Moscú, acusando a la Casa Blanca de estar detrás de las protestas. A Rusia le han salido valedores en el exterior que no dudan de la limpieza electoral rusa: Pekín y Caracas principalmente. Los que nos lamentábamos de la inexistencia de una sociedad civil crítica y comprometida con los valores democráticos, tal vez estamos de enohorabuena. Tal vez asoman señales de vida cívica en una sociedad civil que creímos en coma. Las concentraciones convocadas por la oposición política y la resistencia civil, se han saldado con un éxito sin precedentes. Las más multitudinarias se han dado en las dos capitales emblemáticas, Moscú y San Petersburgo. Las manifestaciones del sábado, día que se conmemoraba la Declaración Universal de los Derechos Humanos, nos dan pié a no perder la esperanza. Una esperanza con lazo blanco.
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