Desde la época de la Restauración borbónica, allá por finales del siglo XIX, se ha hecho tradicional la idea de que España es una Monarquía sin monárquicos. De hecho, aunque se viene repitiendo hasta la saciedad estos últimos treinta años, ya era, en su día, el argumento que utilizaba Franco para no ceder el poder a Don Juan de Borbón.
Monárquicos y republicanos
Sea como fuere, vistas las circunstancias y los debates vacíos actuales, resulta evidente que en España, además de no haber monárquicos, no existen republicanos. O los hay en muy pequeño número. Por lo demás, parece que el argumento republicano “definitivo” reside en que la figura del Jefe de Estado debe ser elegida por sufragio universal, si no se quiere incurrir en un “déficit democrático”.
Si miramos a la Historia, con independencia de su antecedente romano, la alternativa real entre Monarquía y República se planteó, con toda su crudeza, cuando la guillotina cayó sobre el cuello del rey francés Luis XVI.
La República en la Historia
Ya la Revolución Americana, y el consiguiente nacimiento de los Estados Unidos, habían demostrado que un país moderno podía ser gobernado sin rey. Y, tradicionalmente, la democracia había sido definida, en Teoría Política, como una forma de gobierno opuesta o, en todo caso, alternativa a la monarquía. Recordemos que, según la famosa definición de Aristóteles (tomada de Herodoto), los tipos de gobierno posible se clasificaban según el número de los que detentaban el poder. Así, la monarquía significaba el gobierno de uno solo; la aristocracia, el gobierno de unos pocos y, por fin, la democracia (o la república), el gobierno de todos.
Esta identificación de República y Democracia ha queda, por siempre y hasta nuestros días, como subyacente a las ideas republicanas de todos los países. No obstante, bien que por la fuerza de las armas, algunas dinastías reales se adaptaron progresivamente al “gobierno del pueblo”, abandonando la inmensa mayoría de sus posiciones de poder, a cambio de permanecer en funciones de mediación y representación cada vez más limitadas.
República y Democracia
Cada país, en la forma histórica en la que pudo acceder a la democracia, evolucionó de forma distinta, según sus circunstancias económicas, sociales y, en muchos casos, militares. Como regla general, se concedió más importancia al hecho democrático, a la obtención de derechos y libertades, que a la arquitectura institucional concreto, que se mantuvo siempre que no se convirtió en un obstáculo insalvable.
Llegados a este punto, a esta época actual, a finales del año 2011, en un país democrático, la cuestión de “Monarquía o República” ha perdido cualquier vestigio de urgencia, si es que alguna vez la tuvo. Sólo se remueve, y en algunos círculos, en los casos como el que vivimos ahora con respecto a Iñaki Urdangarín. Y, como se ha dicho, únicamente con el argumento de que no poder votar la figura del Jefe del Estado supone un defecto del sistema democrático (como si los casos de corrupción no se dieran en políticos electos…).
La democracia y las elecciones
En realidad, como siempre, todo depende de lo que entendamos por democracia. Democracia no es sólo votación. Y, por tanto, no tiene por qué consistir en votarlo todo. En Estados Unidos se elige por votación a jueces, fiscales y jefes de policía. No está claro que el hecho de que en Europa no se vote a estas figuras suponga ningún “déficit democrático”. Hay figuras, simplemente, que están al margen, como puede serlo, pongamos por caso, el Jefe del Estado Mayor del Ejército. No se vota a los generales. En fin, quizá en Estado Unidos hay un “exceso” o un “superávit” democrático.
Ironías aparte, lo importante de la cuestión radica, a mi juicio, en que la instauración de una República donde antes estaba una Monarquía no consiste, como muchos parecen pensar, en la sustitución, simple y llana, de la figura del Rey por la figura del Presidente de la República. Para ese viaje, no necesitamos alforjas. En ese caso, habría que volver a diseñar toda la arquitectura institucional de nuestro sistema democrático.
República se dice de muchas maneras
Si pensamos en una República del estilo de Alemania o de Italia, donde el Presidente es poco más que una figura decorativa y donde no acuden ni las águilas a las elecciones presidenciales, no alcanzo a comprender qué es lo que ganamos, en qué consiste el beneficio de la sustitución. Si pensamos, por otro lado, en una República presidencialista, tipo Francia o Estados Unidos, lo dicho, habría que rediseñar todo el sistema institucional, con el consiguiente riesgo de crear Repúblicas de Weimar o, más claramente, Repúblicas Bolivarianas. ¿Se imaginan qué habría hecho Zapatero si hubiera tenido el poder de Obama?
Los Presidentes de la República han sido, históricamente, o bien personajes todopoderosos, mucho menos controlados que los reyes, o bien figuras decorativas sin la capacidad de representación ni el factor de estabilidad que representa la tradición de una monarquía.
La Monarquía y la tradición
Quizá la Monarquía sea un anacronismo destinado a desaparecer. Es posible. Tal vez, incluso, deseable. Sin embargo, hoy, en España, la institución monárquica aún conserva el valor de la tradición. Y los que cuestionan la institución son los mismos que, en general, cuestionan la tradición. Por mi parte, yo temería a esa República.
Más importante que someterlo todo a elecciones que a casi nadie interesan, es educar a ciudadanos que sean, de verdad, capaces de elegir, con elementos de juicio suficientes y con criterios amplios y formados. Lo demás, vendrá por añadidura.
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