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Luigi Mangione, entre el mono naranja y el fentanilo

Caer enfermo en EE.UU. puede llevarte a la indigencia. Puedes verte obligado a hipotecar tu casa para poder pagar una operación o un tratamiento médico que apacigüe el dolor
Vicente Manjón Guinea
martes, 7 de enero de 2025, 10:55 h (CET)

Acaba de ser detenido y, cómo no, la policía junto con los políticos de turno, exponen a la presa ante los fotógrafos para que, de esa manera, la población vea lo eficientes que son y lo pulcramente que miran por la justicia ciudadana.


FOTO CONDENADO A MUERYT


Camina con un mono de color naranja, de ese que llevan los condenados a muerte en las galerías más profundas de las cárceles americanas. Las manos esposadas y a cada uno de sus brazos se aferra un perro de presa, vestido con chaleco antibalas y una gorrita donde puedan verse las iniciales de NYPD (New York City Police Department).


La intención no es otra que exhibirse ante los medios de comunicación y todas las televisiones para mostrar la eficacia policial y como los dirigentes políticos velan por la seguridad. Sin embargo, todo se ha torcido. Ese muchacho que llevan esposado no es el típico criminal que puede reflejarse en los manuales de criminalística de Lombroso. Lejos de tener cráneo prominente o una quijada excesiva, es un joven apuesto y agraciado. Lejos de ser un embrutecido necio es un muchacho educado y culto, descendiente de una familia adinerada de Baltimore. Formado con un grado en Ingeniería de Ciencias de la Computación en la Universidad de Pensilvania.


Pero en esta ocasión hay algo que no cuadra. Hay algo que no encaja bien en toda esta parafernalia. Parte de la ciudadanía, lejos de lo que se esperaban el alcalde de Nueva York y sus secuaces, parece haberse puesto del lado del criminal. De un muchacho que ha cautivado a miles de jóvenes, por su atractivo y un cierto encanto seductor. Pero no todo acaba ahí, porque, por otro lado, hay miles de estadounidenses que lo ven como un héroe. Un tipo convertido en símbolo capaz de denunciar los abusos de los seguros médicos. Un David enfrentado a un gigantesco Goliat hasta derribarlo. Capaz de llegar hasta el final de las consecuencias frente al abuso indignante de las grandes empresas y emporios que se hacen multimillonarios con la ineludible salud de la gente.


Las palabras grabadas en los casquillos de las balas que acabaron con la vida de Brian Thompson, director ejecutivo de United Healthcare, reflejan la rabia frente a esas enormes aseguradoras que se basan en prácticas desleales y que se burlan de los propios legisladores con enormes bufetes de abogados especializados, solo y exclusivamente, en reclamaciones con tal de enredar la legalidad.


Delay, deny, defend


Deny, Defend, Depose. Tres vocablos en inglés que hacen referencia a las prácticas de las aseguradoras para rechazar reclamaciones o tratamientos solicitados por los asegurados; la continuada defensa de las decisiones de las aseguradoras frente a las apelaciones de los clientes; y por fin, la acción de posponer o retrasar la aprobación de tratamientos o pagos hasta el desespero.

El método es bien sencillo: denegar coberturas para maximizar los beneficios. Pero quizá, lo más flagrante de todo, es que se ha llegado a un punto en que se rechazan coberturas de manera sistémica y draconiana. Una práctica perversa en la que la salud en EE. UU es una mercancía, una oportunidad inexcusable y vital para hacer caja gracias a la desgracia de los demás.


Para ello vale todo, aumentar deliberadamente la tasa de rechazo para pacientes mayores de sesenta y cinco años o discapacitados, e incluso llevar a cabo la evaluación de la cobertura mediante la creación de una Inteligencia Artificial diseñada, a sabiendas, con un algoritmo defectuoso para denegar la cobertura necesaria a múltiples pacientes.


En el año 2010, el escritor y jurista Jay M. Feinman, sacó a la luz su libro Delay, Deny, Defend, en el cual exploraba sobre la denegación de reclamaciones de seguros, verificando que esto no se realizaba de forma ocasional ni accidental. El resultado no era otro que un enfoque creciente para engrosar las ganancias por parte de las grandes empresas del sector de los seguros. Había que denegar y rechazar hasta hacer caer en el desespero al cliente ya que esto significaba múltiples casos de abandono al verse inmerso en una disputa procesal. La perversión del sistema judicial que, al fin y al cabo, favorece al más poderoso en lugar de proteger al más débil.


Precisamente, gracias a esas humillantes formas de actuar, la empresa del asesinado Brian Thompson, UnitedHealthcare, tuvo un ingreso de más de 280.000 millones de dólares gracias al sufrimiento dilatado y prolongado de miles de personas como consecuencia de esa política de rechazo metódico y sistematizado. Desde el año 2010 al año 2024, todas estas empresas aseguradoras se han ido especializando en al arte de provocar un continuado fraude de ley. Hasta tal punto de utilizar los nuevos avances de la Inteligencia Artificial en contra de la humanidad e incluso llegando a limitar el tiempo de anestesia para la realización de una operación, sin tener en cuenta si esta puede tener mayor o menor complicación en el momento de realizarse, en el momento en que el paciente se encuentre a corazón abierto.


FOTO IA ENCAPUCHADO


Caer enfermo en EE.UU. puede llevarte a la indigencia. Puedes verte obligado a hipotecar tu casa para poder pagar una operación o un tratamiento médico que apacigüe el dolor. Me viene a la mente esa colección de imágenes como zombies andantes por las calles del Bronx. Individuos que se han iniciado en el consumo del fentanilo, ese opioide sintético y barato, utilizado con fines analgésicos, porque es la única forma de mitigar el dolor de una enfermedad que les asola y de la que el sistema de salud les ha dado la espalda, porque no tienen el dinero suficiente para pagar un tratamiento, o porque, simplemente, ya han terminado de arruinarse. Enfermos de cáncer que prefieren adormecerse narcotizados ante un dolor insoportable, por poner un ejemplo.


Me pregunto qué pensaría aquel individuo de avanzada edad, empleado de un McDonalds de East Plank Road, cerca de la Interestatal 99, Pensilvania, si, por mala fortuna o designio del destino, cayera enfermo de cáncer o de ELA, o de cualquier otra innumerable enfermedad de la que nadie nos encontramos a salvo. Qué pensaría si tuviera que ponerse en manos de UnitedHealthcare, en el caso de que tuviera un seguro privado. Qué pensaría si después de toda una vida pagando una enorme cuota le denegaran la cobertura de un acertado tratamiento para su dolencia. Aunque, sinceramente, siendo un simple empleado de McDonalds, dudo mucho que pudiera hacer frente a las cuotas de un seguro médico privado en la tierra de las oportunidades.


Me pregunto, ¿qué sería de su casa, de su coche, de sus ahorros… de su vida? ¿Volvería a llamar a la policía para ejercer de ciudadano ejemplar? ¿Descolgaría el teléfono para dar el chivatazo de que Luigi Mangione se encontraba ingiriendo la comida basura que oferta el local donde trabaja?

¿Volvería a llamar, un lunes por la mañana, a esos tipos que ahora le llevan de paseíllo con un mono naranja para regocijarse frente a los medios de comunicación en la hazaña de haberle detenido?

Probablemente sí. A una mala… siempre le quedará el fentanilo.

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