Esta vez no escribiré de política al uso. Esta vez quiero rendir un homenaje a un sueño que se pierde en el tiempo y la memoria. Pero que hoy quiero rescatar. Tal que un día de Reyes falleció mi abuela, Juana Vidarte. Mujer de carácter que aún siendo yo un niño cuando se fue, guardo su recuerdo vívido. Pero no es ella la protagonista de este breve relato. Lo es su madre. Una señora libertaria, una feminista radical avant la lettre. Y era libertaria porque en la Navarra del primer tercio del siglo XX, la única forma posible de progresía era esa. Algo que no debe llevar a la sorpresa, pues en el viejo reino, ciudadanos que en otras circunstancias hubiesen sido liberales, o bien eran marxistas o seguidores de Bakunin. En una sociedad con olor a inciensos, piojos e ignorancia había escaso espacio para las medianías.
Mi bisabuela tenía un establecimiento, "La Moderna", contestación escandalosa al Círculo Carlista. Y ese nombre definía como ningún otro el carácter de aquéllas ciudadanas incómodas en un entorno hostil de sojuzgamiento, opresión y superchería. En su local se organizaban bautizos y entierros laicos que mi abuela, y después su hija rememoraban al ritmo del tres por cuatro "el día que yo me muera, que no me canten latines, que me canten buenas jotas, con guitarras y violines". La Moderna significaba el sueño y la esperanza de que otra sociedad de espíritus libres era posible. Allí se organizaban tertulias, y fiestas. Y qué fiestas. Frente a las procesiones y cosos tradicionales, la libertaria organizaba lidias con mujeres toreras. Y con un par, mientras la beatividad toda acudía a los oficios nacionalcatólicos, asistían lívidos, en la calle al inédito espectáculo de una orquesta de negros que tocaban jazz, de nombre "Tom".
Ella fumaba, pues entonces fumar era una conquista femenina, se peinaba con ondas y se oponía al voto femenino, pues conocía la influencia de las sotanas sobre su género. Ella no estaba en la onda Campoamor. Ella se situaba en la línea de Kent, con la que compartía nombre de pila. Y desde su balcón proclamaba bajo el diáfano cielo de la tierras medias navarras que un futuro de igualdad y fraternidad eran posibles. Y gustaba de utilizar el término ciudadana. Una ciudadana de un mundo sin fronteras ni gobiernos.
Pero el sueño devino en pesadilla. Y en su lecho de muerte, con el golpe de Estado triunfante en Navarra el médico díjole a mi abuela, que Victoria ya no escuchaba. Fué entonces cuando una amiga le susurró al oído que los fascistas habían sido derrotados y las fuerzas republicanas asomaban ya en el horizonte rragués. Se levantó y quiso asomarse al mismo balcón que otrora utilizara con su radio para soliviantar al caciquismo y la reacción. Las fuerzas se lo impidieron, pero se marchó pensando que por fin la libertad triunfaba. Ahora supongo estará rodeada de sus espíritus libres. Y no me perdonaría que no siguiera luchando por la causa. Ciudadana Tabar, moderna, aquí seguimos. Nicolás de Miguel
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