Quizá sea un signo de la edad (la mía) o tal vez sea un signo de los tiempos (los nuestros): no termino de avenirme al auge de Internet.
Las redes sociales
Sí, ya sé. Todos los analistas de mercado, de cualquier mercado, coinciden en que las redes sociales constituyen el futuro de Internet. La clave de lo que se llama “web 2.0” está en convertir cualquier tienda online, cualquier periódico digital, cualquier buscador o, incluso, cualquier red interna de una empresa en una red social. Aparte de las redes sociales que lo son por sí mismas.
Perfecto. Uno introduce su “perfil”. Pinta su biografía como le viene en gana (total, lo “amigos” ya nada tienen que ver con aquello de “compartir la vida”) y, una vez construido su personaje, comienza a “invitar” a otros, o a hacer compras, o a compartir y extender su sabiduría mediante sesudos comentarios en las noticias de los periódicos digitales o en un blog cualquiera.
Las redes sociales y los amigos
Ciertamente, las redes sociales permiten, como se dice, “tener amigos en todas las partes del mundo”. Hasta el punto de que, para atender a nuestros doscientos o trescientos amigos, no tenemos tiempo para salir con nuestros amigos del barrio. Da igual: también podemos conectar con ellos.
Personalmente, yo sigo encastillado en la idea de que lo que yo hablo con mis amigos es una cuestión que sólo concierne a mis amigos (y a mí). Las redes sociales han significado la pérdida de esa privacidad, de esa exclusividad de la que gozaban, para nosotros, algunos de nuestros amigos.
Por muchas medidas de seguridad que tomemos con nuestro perfil, las redes sociales sobreviven económicamente (y resultan extraordinariamente rentables) a base de vendernos algo o porque son una fuente inagotable de información sobre qué es lo que tienen que vendernos y cómo tienen que vendérnoslo. Desde el principio de la existencia de las redes sociales, existen programas informáticos y aplicaciones enteras que las empresas utilizan para extraer información sobre lo que se habla en ellas, con vistas a su explotación comercial.
Las redes sociales y la información
Otra gran utilidad de las redes sociales consiste en atiborrar todas las páginas web que contengan algo de información con pulsadores especiales para enlazar el contenido directamente con ellas. Así, si uno quiere entrar en el periódico X, antes de aparecer la página de información, se descargan decenas de programas (“scripts”), que ralentizan gravemente el navegador y que obligan a uno a comprar un ordenador más potente o a contratar más ancho de banda, más megas de ADSL, aunque no sea usuario de estas redes.
En fin, por otro lado, Internet ha “democratizado” el saber, lo ha extendido y multiplicado casi hasta el infinito. Hoy, cualquier anónimo comentarista puede discutir las teorías físicas admitidas por la comunidad científica. O puede dictar sentencia judicial sobre la culpabilidad o inocencia de personas que aún no han sido juzgadas y, en algunos caso, ni siquiera denunciadas (en todo caso, personas y casos de los que no se sabe nada). O se pueden impartir consejos de economía, basados en estudios del mercado de mi barrio. O inventarse la historia de la Unión Soviética, asegurando que “caió pol la cospiración de ocsidente, liderado por el imperialijmo yaqui (socialismo o barbarie- o habel pedío muelte…) “.
Los comentaristas y los blogs
Y, si uno, con la práctica, se convierte en un experto comentarista de noticias, ya está preparado para crear un blog donde verter todas sus ocurrencias. En los blogs, uno tiene más libertad, es decir, más espacio, para diseñar teorías económicas absurdas, inventarse lo que ocurrió en la Historia, comentar noticias sin haberlas leído (o habiendo leído solo el titular) o insultar a jueces por sentencias que no se han leído. Todo un avance.
Ciertamente, en Internet disponemos de buscadores que nos permiten, cómo no, buscar cualquier cosa. Siempre y cuándo sepa uno lo que buscar. Sólo nos queda aprender que una información, aunque esté escrita en un millón de páginas web, puede todavía ser falsa (y, en muchos casos, lo es; véase la famosa cita de Einstein sobre las crisis).
Simplemente, Internet multiplica la velocidad de propagación de los errores. Joseph Goebbles, el ministro de Hitler para quien “Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”, habría sacado todo el partido posible de la red.
La libertad de información
En cualquier caso, y a pesar de que la dificultad de separar el grano de la paja, lo valioso de la basura, sigue haciendo necesaria la formación cultural fuera de Internet, a pesar de ello, quizá hubiera sido saludable la descentralización de las fuentes de información. Enterrados entre los millones de páginas de quienes escriben sin saber de lo que hablan, hay páginas de autores realmente serios y bien informados (pocas, muy pocas, pero las hay), incluso de buenos investigadores, al margen de los circuitos periodísticos.
Pero, he aquí que llegó Wikileaks y, enarbolando la bandera de la libertad de información, nos obligó a todos, en todos los países occidentales, a volver a leer el mismo periódico de siempre y de toda la vida, con sus prioridades específicas y sus ritmos editoriales, si queríamos informarnos de la fuente original. Como cuando el NODO. Igualito. Wikileaks ha sido otra nueva manipulación (una más), en nombre de la libertad.
El correo electrónico
Están bien. Aun nos queda, como virtud de la red, la instantaneidad, la posibilidad de conocer las noticias y los eventos casi en el mismo momento en el que se producen. Tampoco entiendo. Discúlpenme, esa urgencia. Todos los periódicos digitales compitiendo por colgar la noticia de su página web antes que los demás y con el titular más atrayente, aunque nada tengan que ver con la noticia real. En verdad, si alguna vez ocurren noticias verdaderamente urgentes, noticias del estilo de las alarmas antiaéreas en cuanto a urgencia, no nos vamos a enterar a través de un periódico. Ténganlo por seguro.
El periódico digital, como el fenómeno social del correo electrónico, crea la ilusión de que el momento presente es vital. Para, después, sobre todo el correo electrónico, fallarnos en el momento vital.
El mito de la escritura
Cuanta Platón en el Fedro, una obra de su vejez, que el dios Toth , del Antiguo Egipto, después de descubrir por sí mismo el número, el cálculo, la geometría, la astronomía y, también, el juego de damas, descubrió, por fin, las letras. Toth acudió con todos sus inventos al rey egipcio Thamos de Tebas (al que los griegos llamaban Ammon) y “mostrándole sus artes, le decía que debían ser entregadas al resto de los egipcios”. El rey, antes de entregar su conocimiento a todos, pidió al dios que le explicase la utilidad de cada una de aquellas artes.
Cuando llegaron a las letras, el dios Toth alegó que su conocimiento haría más sabios a los egipcios, y más memoriosos. Thamos no aprobó el invento y respondió al dios: “es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que fijándose en lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro de ellos mismos y por sí mismos”. “Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas, no verdad. Porque, habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes y difíciles, además, de tratar porque se han convertido en sabios aparentes, en lugar de sabios verdaderos”.
Los escritos caen en todas las manos: en las de quienes los comprenden y en las de los carentes de la más mínima comprensión, La palabra escrita no es capaz de responder cuando se le pregunta algo, necesita de un abogado externo. La verdadera escritura es la que “se graba en el alma del que aprende”.
El único provecho de lo escrito solo podría ser, pues, recordar lo ya sabido.
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