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Contra el género español, con ocasión de la muerte de Manuel Fraga

Ha hecho usted bien, Don Manuel
Felipe Muñoz
martes, 17 de enero de 2012, 08:00 h (CET)
En este país, en el que los que ya han condenado sin juicio a Iñaki Urdagarin se quejan de que no se llame “presuntos” a unos etarras detenidos en Francia;

en este país en el que un presidente que arruina a su comunidad autónoma, en el mejor de los casos, termina en un juicio de faltas por si le han regalado o no unos trajes, y en el peor de los casos, termina en el Consejo Económico y Social o de presidente de comisión en el Congreso de los Diputados (es decir, con un sueldo adicional, además del vitalicio);

en este país en el que nuestros políticos ya han llegado a un consenso socialdemócrata, por más que los ciudadanos hablen de “neoliberalismo” (los políticos quieren que el Estado maneje mucho dinero, porque, cuanto más manejen, menos se nota lo que roban o despilfarran);

en este país en el que la izquierda hace recortes sociales y la derecha sube los impuestos (la derecha ya hacía recortes sociales y la izquierda ya subía impuestos);

en este país en el que los líderes autonómicos se atreven, siquiera, a cuestionar la potestad del gobierno para revisar sus presupuestos (y el gobierno no deja claro lo contrario),

en este país en el que todo político que se precie ha llevado a la quiebra a un ayuntamiento, una comunidad autónoma, un ministerio o una Caja de Ahorros;

en este país donde se concede importancia a la expresión con la que se designa el asesinato de mujeres, donde el “genocidio” contra ellas, alterna con la “violencia de todas las partes” del terrorismo (del terrorismo que deja de ser terrorismo y hace llorar a nuestros políticos);

en este país, donde un gobierno que nos engañaba sin rubor ha dado paso a otro gobierno que nos engaña con aún menos rubor (pero “nada es para siempre”, dice Rajoy),

donde una clase de políticos ineptos o perversos, o ambas cosas al mismo tiempo, viven como reyes a nuestra costa, mientras nosotros miramos el futuro con cada vez más pánico;

en este país en el que permitimos que nos suban los impuestos y nos recorten, al mismo tiempo, la educación y la sanidad, para tapar un agujero que han provocado los políticos y sólo los políticos;

en este país donde se pone traductores en el Senado para que dos andaluces puedan jugar a no entenderse, donde se permite que multen a una sola persona por hablar o rotular en su idioma (idioma oficial de su país), donde se tolera que existan partidos que apoyan el terrorismo, o que sitúan al mismo nivel a las víctimas y a los verdugos, donde no se ilegaliza a las formaciones que juran la Constitución “por imperativo legal”, donde se permite esconder y destruir impunemente los símbolos nacionales,

en este país en el que se retiran estatuas de Franco y se encargan estatuas del Che Guevara (o, en otro, muy otro, sentido, estatuas de Fabra para aeropuertos sin aviones), en el que los partidos tienen que mirar a la Guerra Civil, y seguir peleándose por ella, para hacernos la ilusión de que se diferencian en algo;

en un país que tolera como mayoritaria una formación históricamente tan destructiva y tan nociva como el PSOE, desde su misma fundación (si uno quiere votar a los socialdemócratas, al menos la mitad del PP lo es; y la mitad dominante);

en un país en el que todo el mundo mira al gobierno para que resuelva sus problemas, en el que algunos parados se dedican a hacer marchas a Madrid, en lugar de a buscar trabajo o a adquirir formación, y en el que los únicos que se rebelan son los que quieren más del Estado y le echan en cara que no soluciona sus problemas,

en un país que ya no hace nada y que ya no espera nada de sí mismo, y mira con una mezcla de esperanza y escepticismo a ver qué van a disponer de nosotros desde Alemania y Francia,

en ese país que ha dilapidado su historia, sus tradiciones, su justicia, su idioma y hasta sus religión;

en ese país, y mientras no lo reconstruyamos piedra a piedra, ya no merece la pena vivir.

Ha hecho usted bien en marcharse ahora, Don Manuel.

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Hoy quisiera invitarlos a leer un ensayo entrañable y necesario para nuestro tiempo, marcado por la tecnología, el individualismo y la alienación voluntaria, una época en la que el nihilismo se ha convertido en una amenaza latente para la humanidad. Se trata de la obra "La resistencia" (2000) de Ernesto Sábato, y emerge como un llamado urgente a la reflexión y la acción.

Ni es oro todo lo que reluce ni racismo todo lo que se identifica como tal. Hemos llegado a un punto de histeria colectiva con esto de la corrección política que casi atajamos si algo se considera discriminatorio, salvo que se demuestre lo contrario. Pasa con el racismo, naturalmente. Si aparece en el escenario un negro, un magrebí o un gitano, la cagada está cociéndose a fuego lento.

Acaba de ser detenido y, cómo no, la policía junto con los políticos de turno, exponen a la presa ante los fotógrafos para que, de esa manera, la población vea lo eficientes que son y lo pulcramente que miran por la justicia ciudadana. Camina con un mono de color naranja, de ese que llevan los condenados a muerte en las galerías más profundas de las cárceles americanas.

 
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