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El dilema del tranvía

¿Qué haría usted?
Felipe Muñoz
martes, 24 de enero de 2012, 07:48 h (CET)
Somos muchas las personas, no solo las que escribimos en medios públicos, que venimos insistiendo en que España padece problema tanto o más graves que la crisis económica y en que, por supuesto, no es lo mismo salir de la crisis de una forma o de otra.

En todo caso, uno de los aspectos más relevantes de las medidas que está tomando el actual gobierno de la nación contra la crisis económica reside en que retratan a quienes las toman y nos indican qué es lo que quieren ellos para España (o para sí mismos), por mucho que se escuden en la urgencia de la situación.

El dilema del tranvía

Para ilustrar esta cuestión, tomemos del magnífico libro de J. Heath, “Lucro sucio”, su exposición de los llamados “dilemas del tranvía”. En una primera versión, imagínese el lector en un hipotético escenario en el que, mientras espera al pie de una vía, se percata de cómo se acerca, a toda velocidad, un tren fuera de control y, como un misil, el se dirige hacia un andén donde esperan cinco personas: todo morirán, a menos que alguien pueda detener el tren.

“Afortunadamente”, usted tiene a mano un dispositivo con el que puede desviar el ferrocarril a la vía adyacente. El problema consiste en que, en esa vía contigua, hay un operario de mantenimiento absorto en su trabajo. Si usted desvía el tren, el operario morirá. ¿Debería usted pulsar el dispositivo, a pesar de ello? ¿Qué decidirá?

El tren se acerca y no tenemos es dispositivo

Este escenario ha sido propuesto en encuestas sociológicas y la gran mayoría de la gente responde que accionaría el mando, aun sabiendo que el operario morirá a causa de ello. Se trata de un precio asumible a pagar, por salvar a las otras cinco personas.

¿Qué decidió usted? Sea como fuere, compliquémoslo aún más. Cambiemos un poco el escenario. En esta ocasión no tenemos al alcance ningún mando o dispositivo que pueda desviar el tren. Pero el tren se acerca y cinco personas van a morir si no hace usted algo.

En este caso, se encuentra usted, amigo lector, cerca del operario de mantenimiento. Resulta que es operario es muy, muy corpulento, mucho más que usted. Sabe perfectamente que, si lo empuja a la vía, su cuerpo quedará atrapado bajo las ruedas y el tren se detendrá o descarrilará sin alcanzar a las cinco personas. Usted mismo podría arrojarse a las vías, pero no tiene el peso suficiente para detener al tren. Dejando al margen la posibilidad técnica de este escenario, ¿debería usted, moralmente, empujar al operario a la vía?

Los fines y los medios

Esta situación también fue sometida a encuesta pública, con parámetros sociológicos, y la mayor parte de la gente respondió que no empujaría al operario. Las consecuencias son las mismas que en primer escenario, pero hay algo fundamentalmente distinto entre las acciones de desviar un tren hacia una persona y la de arrojar a una persona a un tren, aunque se trate, en ambos casos, de salvar a otras cinco.

El valor de una acción, de un proyecto o de un programa de gobierno no está solo en las propuestas o en los objetivos, ni siquiera, oigan, en los resultados. El valor de todo ello depende, también, de cómo se llega a estos resultados o cómo se alcanzan estos objetivos.

En los dilemas que hemos planteado, el resultado final no cambia. El operario ha de morir, en ambos casos, para que las cinco personas que esperan en el andén se salven. Sin embargo, parece claro que, para alcanzar ese fin, no es permisible cualquier medio. Y, en este sentido, cuando un gobierno actúa con indiferencia hacia el operario, muestra los síntomas de ser un gobierno despótico o autoritario. La muerte de una persona, sí, es preferible a la muerte de cinco; pero, como programa de acción, para salvar a “las personas del andén” no es deseable, ni se puede admitir, que nadie se ponga a arrojar a desconocidos a la vía del tren.

El déficit público y los impuestos

Salvando las distancias, pero no demasiada distancia, porque de jugar con vidas humanas se trata, e independientemente de todas las excusas que esgriman desde el gobierno, de todas las emergencias nacionales tras las que se escondan, hay un hecho matemático comprobable e irrefutable: el déficit público, tanto el de la Administración Central como el autonómico, se puede reducir a cero en un solo año, sin reducir nada, nada de nada, las partidas de Sanidad y Educación.

Se trata de que el presupuesto de todas las administraciones se reduzca un 20%. Nada más. Basta con darse un paseo por los Presupuestos Generales del Estado, o por los Presupuestos autonómicos, para comprobar, sin dificultad, que esto es cierto y, por lo demás, sencillo de llevar a cabo. Simplemente hay que utilizar con eficiencia nuestro dinero (el dinero que nosotros pagamos), es decir, no despilfarrarlo por intereses personales, partidistas o personales y partidistas de nuestros gobernantes.

Siempre es lo mismo

Existía, y existe, el dispositivo para detener el ferrocarril. Sin embargo, en todas las ocasiones que se les ha presentado el dilema a nuestros gobernantes, han preferido empujarnos a todos a la vía, para salvar a los cinco del andén.

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Hoy quisiera invitarlos a leer un ensayo entrañable y necesario para nuestro tiempo, marcado por la tecnología, el individualismo y la alienación voluntaria, una época en la que el nihilismo se ha convertido en una amenaza latente para la humanidad. Se trata de la obra "La resistencia" (2000) de Ernesto Sábato, y emerge como un llamado urgente a la reflexión y la acción.

Ni es oro todo lo que reluce ni racismo todo lo que se identifica como tal. Hemos llegado a un punto de histeria colectiva con esto de la corrección política que casi atajamos si algo se considera discriminatorio, salvo que se demuestre lo contrario. Pasa con el racismo, naturalmente. Si aparece en el escenario un negro, un magrebí o un gitano, la cagada está cociéndose a fuego lento.

Acaba de ser detenido y, cómo no, la policía junto con los políticos de turno, exponen a la presa ante los fotógrafos para que, de esa manera, la población vea lo eficientes que son y lo pulcramente que miran por la justicia ciudadana. Camina con un mono de color naranja, de ese que llevan los condenados a muerte en las galerías más profundas de las cárceles americanas.

 
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