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Un cambio de mirada

A aun año vista del comienzo de las revueltas árabes, hacemos un repaso de la situación analizando algunas de las causas que las provocaron y del contexto general en que estas se encuentran
Gonzalo Soria
lunes, 27 de febrero de 2012, 08:45 h (CET)
Hasta hace poco más de un año, en el imaginario colectivo occidental los países árabes aparecían lugares anclados en un profundo atraso moral y político fruto de un radicalismo religioso que no permitía el desarrollo necesario para ser considerados en igualdad de condiciones con nuestras democracias. Las sucesivas caídas de longevos dictadores en Túnez, Egipto o Yemen y las violencias desatadas en Libia o Siria han hecho cambiar, en parte, esta visión.

A día de hoy son muchos quienes han comprendido que ese “atraso” político y social en que se considera que vivían los países árabes no se debe tanto ha un fanatismo obcecado de sus gentes como ha un terrible abuso de poder de sus gobernantes. Gobernantes dictatoriales que han sido desenmascarados como dirigentes corruptos y represores que restringían las libertades de sus ciudadanos mientras llenaban sus bolsillos y los de sus familiares.

Entre las causas que desataron las revueltas destacamos aquí algunas que nos parecen principales. Suele tomarse como punto de partida la inmolación de Mohamed Bouazizi frente a una comisaría en Túnez. Sin embargo, no son pocos quienes apuntan que unos meses antes en el Sáhara Occidental, el asesinato de Nayem El Gareh, abatido por el ejército marroquí en el campamento de La Dignidad a las afueras de El Aaiun, despertó un clamor de justicia que cruzó el desierto de parte. Nayem tenía 14 años. Los jóvenes, los más jóvenes han tenido un papel principal en las movilizaciones de la ciudadanía. Desprovistos de ese miedo atávico que sus mayores habían mamado desde generaciones y ansiosos por poder participar de las libertades que la era global ofrece en otras partes del mundo, contagiaron las ganas de cambio al resto de sus conciudadanos.

Sería injusto atribuir únicamente al impulso de la juventud los cambios que estos países han vivido. Años, décadas de activismo duramente reprimido por los gobernantes árabes, habían producido un caldo de cultivo, que la crisis económica acabó por rematar. Valga la pena también mencionar que este activismo ha sido mayoritariamente ajeno a las distintas fuerzas de la clase política. Antes bien se ha tratado de un activismo de base desideologizado, reivindicativo de los derechos humanos más elementales y denunciante del autoritarismo, la manipulación y la corrupción que las dictaduras venían ejerciendo. A pesar de que cada país tenía su situación y su contexto y que el desarrollo de las revueltas ha sido local y particular, sí ha existido una conciencia panarabista popular de que los regimenes árabes estaban oprimiendo a sus pueblos.

Un año después cuatro dictadores han caído (Ben Alí, Mubarak, Salhed, Gadafi), una guerra civil se ha desatado en Libia y una cruel y desmedida represión se está llevando a cabo en Siria. Otros países han callado, algunos han sido silenciados a fuego rápidamente, como Barhein; la Liga Árabe se ha movido mayormente para mantener el anterior status quo.

Son todavía muchas las cuestiones que quedan en pie, son muchas las reivindicaciones y los derechos que quedan por alcanzarse. La revuelta árabe parece acallada, controlada y de futuro incierto. Pero esa mirada occidental de la que hablábamos al principio sí ha cambiado realmente, y lo que es seguro más importante, la visión que los pueblos árabes tenían de sí mismos, ha cambiado también y para siempre.

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En un mundo que presume de avances sociales, tecnológicos y morales, hay un virus antiguo que sigue latiendo bajo la superficie, “el egoísmo”. No se trata de una simple preferencia por uno mismo, sino de una actitud enquistada que se manifiesta, con demasiada frecuencia, en la avaricia y la indiferencia hacia quienes solo aspiran a algo tan básico como vivir con dignidad.

Muchos se interesan por mi opinión sobre el nuevo papa. Y yo que sé. Un montón de personas, alguno de mi familia, hablan de Robert Frances Prevost como si le conocieran de toda la vida. Ciertamente, estuvo en Málaga durante unos días en mi querido Colegio de los Olivos, lo hizo en función de su cargo dentro de la Orden agustiniana. Anecdóticamente, tengo un ahijado que comió con él en una ocasión. Pues muy bien.

Existen hoy periodistas, si se les puede llamar así, que buscan la conformidad fácil reivindicando un ateísmo moderno y un antitradicionalismo de manual progre, y perdonen, pero no estoy de acuerdo. Es triste que basándose en tópicos y estereotipos que son minoría en muchos sentidos, se pierda el respeto a las tradiciones y a la cultura religiosa, que es mucha.

 
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