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El ministro Wert, el ministerio de la Jesa y la maldición gabacha

Wert: "Los toros son un ingrediente de la marca España"
Mario López
miércoles, 29 de febrero de 2012, 07:58 h (CET)
El ministro, además, resalta la faceta cultural de la Fiesta Nacional. Eso es lo que yo más le veo: su faceta cultural. Claro está, entendiendo por faceta cada uno de los aspectos que en un asunto se pueden considerar y por cultural lo relativo a una cultura, siendo tal cosa la forma en la que un pueblo se adapta o defiende del medio (o del miedo) que le rodea. Y no hay duda de que el medio vital español es la dehesa. Ya lo dijo el gran poeta castúo Luis Chamizo: “el que no diga jigo, jacha y jigüera no es hijo de esta tierra”. Bueno, pues dehesa somos. De esa parte del planeta cuyas gentes languidecen toreando al destino, le ponen los cuernos al más pintado y,cuando por fin deciden hacer algo, cogen al toro por los cuernos; que no hay mal que cien años dure ni cuerno -perdón- cuerpo que lo aguante. Cuernos y siempre cuernos. Los cuernos de don Friolera, don Ramón. Pura tauromaquia. Faceta cultural indeleble de nuestro saber estar en la jesa (dehesa en castúo).

Y todo iría sobre ruedas si no fuera por esa pandilla de ágrafos resentidos que jamás han pisado el verde, que nunca han destripado un terrón y que no le han visto el culo a un pollo. Coño, que les ha dado por vivir en el asfalto y preferir los libros a darle patadas a un balón o pullas a un becerro. Qué encono el de estos afrancesados, jacobinos o, sencillamente, lilas. Si es que no puede ser. Si lo de los Arapiles tenía que haber acabado con el exterminio del gabacho. Así nos va, que nunca rematamos la faena y luego, a la vuelta de un siglo (o dos, si son chicos) ya vuelven ellos a sacar esa su afeminada arrogancia liberal de guillotina para tocarnos el honor nacional con esos sus ridículos guiñoles de pacotilla, pretendiendo hacer chufla de la viril gallardía y superior talento de nuestros deportistas. Si es que es para cogerlos de los colgajos que malamente les cuelgan de sus patéticas entrepiernas y colgarlos del mismísimo puente de Aquitania; que, total, ya ves tú, como si para tomar un buen espumoso tuviéramos que irnos a Saint Emilion. Qué coraje, Virgen Santa ¡Que se vayan por la Rue de la Liberté a freír caracoles, coño!

Si no fuera por la estupenda plaza de toros de Nimes, yo no comería ostras de Arcachón. Faceta cultural taurina es lo que nos falta en este mundo global y anarquizante. Pues eso, salud y República.

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Afrontando las navidades, fiestas intemporales que van más allá, desde el punto de vista religioso y  cultural, de su actual avatar cristiano, vuelvo, mucho tiempo después, a las cuevas del Castillo, en Cantabria; allí, inmortalizadas en las paredes cavernarias, me encuentro de nuevo con aquellas manos que otros humanos inmortalizaron hace decenas de miles de años. 

Me refiero a esas apreciaciones que nos deslizan hacia la experiencia sublime en los diferentes estratos de la presencia humana. Contienen el duende necesario para abstraernos de las naderías y hacernos fijar la atención con maestría, moviendo hilos indescriptibles. Funcionan con ese algo especial capaz de congregar en el mismo estrado fascinante a la emisión de un mensaje de calidad y la fina sensibilidad del receptor.

Basado en las microexpresiones faciales, sin que digas una sola palabra, está claro que la mirada lleva diferentes firmas emocionales. Las arrugas de expresión transmiten mucho más de lo que imaginas y la mayoría de las veces, quienes conviven contigo suelen decir que te conocen.

 
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