Nunca he creído en el sistema de organización social que impera actualmente en todas sociedades, ni siquiera en otros que imperaron en determinadas zonas en otros tiempos, porque las evidencias demuestran que no sólo no han conseguido solucionar los problemas de desarrollo social del conjunto de los individuos que conforman las naciones, sino que todos ellos han sido, de una forma u otra, inventos de una exigua elite para que el grueso de los ciudadanos vivieran sosteniéndoles, si bien y por lo común, en límites próximos a la precariedad o la pobreza, un filón que lo mismo servía para defenderlos en caso de guerra que para usarlos como carne contributiva.
Efectivamente, para cualquiera que haya leído –no digamos ya si lo que hizo fue estudiarla- Historia, es evidente que los sistemas de organización social y gobierno han sido siempre injustos y desequilibrados, no importa en cuál de todos ellos nos fijemos. Hasta nuestro hoy, fecha en la que si no lo remediamos es más que posible que estemos poniendo el colofón a una era, hemos tenido de todo, así imperios como repúblicas, dictaduras como democracias y mil experimentos mixtos, todos con un resultado común: el fracaso.
Este denominador común de todos los sistemas de organización social habidos hasta la fecha, entiendo que ha sido así a causa de que el único fin que se perseguía era la potenciación del Estado –o sus valedores particulares- y en ninguna forma los individuos que conformaban esas sociedades. Éstos, han sido siempre tan prolíficos que los poderes los han considerado reemplazables, prescindibles, bienes de propiedad como podría serlo un escritorio, un animal o un arma. Si el objetivo último de cualquier sociedad hubiera sido el individuo, otro gallo nos hubiera cantado, y para muestra, valga apuntar que los únicos órdenes que han fijado su meta en cada cual, han sido las filosofías –no todas- y las religiones –manipulaciones aparte-. La supervivencia de ambas a través de los milenios, es una prueba de que cuando el fin es cada uno de los individuos que conforman el grupo, no importa qué circunstancias atraviesen a lo lago de las centurias, finalmente terminan por supervivir. Desde los remotos credos del Tao a los modernos credos cristianos del último siglo en Norteamérica, el tiempo no parece afectar a los credos, algo que deberían aprender los economistas y los poderosos, si es que no quien construir permanentemente sociedades volátiles y periódicamente revolucionarias que abonan taz a taz cada tanto una elevada cuota de sangre para renovarse y volver a lo mismo.
Es por esto que, en mi humildad de intelectual desea aportar su contribución a la sociedad que se lo dio todo, en su momento, hace ya algunos años, desarrollé un modelo distinto de organización social basado en el individuo, en cada uno de los individuos, de modo que el fin de la sociedad sería el desarrollo y evolución positiva de cada uno de los miembros de la sociedad, asumiendo las tareas de organización en conjunto de todos ellos y, en particular, los individuos más cualificados y honestos. Como no puede ser de otro modo, a esa sociedad la llamé Deontocrática. Una ilusión o visión literaria, si quieren, un poco al modo aunque no al estilo de la Utopía de Thomas Moro o de otros autores que a lo largo de la Historia han querido mostrar su visión de sociedades alternativas, probablemente imperfectas, pero buenas como base de partida para la discusión social, razón por la cual fueron presentadas en forma de cuento o novela.
Sin embargo, la realidad que vivimos es la que es, ni más ni menos. En vano es tratar de hoparse de ella, porque es tozuda y con sus resultados están afectando las vidas de muchos, de casi todos, excepto esa elite que sólo obtiene de ella beneficios, lo cual no sería distinto que si los obtuviera de las sangres de los ciudadanos. Vivimos una crisis que no sólo nadie de la base entiende, sino que no parece contentarse o mejorar con las barbaridades que están perpetrando los Estados, amiseriando a sus poblaciones y coartándolas hasta la práctica extinción de sus derechos civiles. El resultado, como en los anteriores casos, es nada más que el fracaso. Se suele decir que no hay otra solución, pero también esto es falso, y, lo que es más, falaz, por cuanto oculta la solución sin tener que abandonar el sistema.
A pesar que no me decanto como partidario de este sistema, por considerarlo injusto y desequilibrado, les pongo aquí mi potencial solución, resultado de muchos años dedicado a la alta dirección de empresas y otros muchos más al comercio internacional, viajando por todo el mundo:
1. Negarse a pagar la deuda, al menos hasta haber reestructurado el tejido social. Puede ser una demora de entre 3 y 10 años. No se trata de negarse a pagar la deuda, sino de evitar un continuo y progresivo endeudamiento que impida alguna vez el desarrollo.
2. Salir inmediatamente de la Comunidad Europea. Europa sólo nos ha representado –hechos- la desindustrialización del país y el convertirnos en donantes de recursos a fondo perdido, construyendo en su lugar un espejismo de progreso que no estaba sustentado en la realidad, sino en la transformación de España en una suerte de meublé de Europa. No sólo hemos perdido la identidad, sino también la independencia. Es hora de recobrarla.
3. Vuelta a la peseta y devaluación significativa de la moneda. De esta forma, siendo que es verdad que la energía y otros productos nos resultarían más caros, nuestra competitividad en los mercados internacionales sería tan agresiva que multiplicaríamos por mucho nuestros ingresos. El euro beneficia a Alemania y Francia y perjudica a todos los demás Estados de la UE: ¿por qué debemos consentirlo?
4. Eliminar el desempleo. Si no hay recortes, no hay desempleo o puede ser sufragado, y si, además, no tenemos que pagar la deuda porque hemos establecido una moratoria unilateral, podremos invertir toda esa enorme milmillonada en el desarrollo de nuestro tejido social e industrial, promoviendo nuevas empresas y fortaleciendo o desarrollando a las que ya existen. Un esfuerzo en el que cada empresa que sea capaz debe participar contratando a tantos trabajadores como les sea posible, aún a costa de reducir sus beneficios.
5. Nacionalizar la banca, única forma de controlar el flujo de capitales, cosa que, como todos sabemos, no tienen patria a no ser que esté nacionalizada. De esta forma circularía el crédito, reavivando la economía.
6. Condonar toda la deuda a Latinoamérica, a cambio de que los productos españoles no tengan el gravamen de aranceles, sino que el conjunto de los productos producidos en todos los países del ámbito, puedan ser considerados, en ambos sentidos, nacionales o área de libre comercio.
7. Integrar Latinoamérica, Portugal y España, no sólo por cuestiones económicas, sino históricas y culturales, y desarrollar desde los respectivos gobiernos de cada Estado la identidad cultural y social a que la Historia nos llamó desde hace casi un milenio. La creación de un sólido acuerdo Iberoamericano que aspire a una identidad común y a un libre movimiento de personas y productos es, en sí mismo y por sus propias características y haberes, el mayor potencial de desarrollo venidero que puede ofrecer el planeta en la actualidad. El intercambio de materias primas y know-how recíporco, establecería el grupo de naciones con mayor expectativa de futuro en el planeta.
Es sólo una idea, porque no basta con presentar la fealdad de la sociedad o de los tiempos que se viven, sino que es necesario aportar soluciones, aunque tal vez sean susceptibles de ser mejoradas. Ésta, es la que aporto humildemente a mi sociedad. Ya de por sí es mucho más de lo que aporta el gobierno de mi país, el cual no deja de endeudarnos, aplicar medidas intolerables, y, con todo y con ello, desde hace años no dejan de ser insuficientes, insoportables para los ciudadanos e inútiles para salir de la crisis. Tal vez sea hora de escuchar a quienes no tienen intereses espurios, y esta aportación es gratuita.
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