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Cataluña, año cero

La realidad española siempre ha tenido un tufo complaciente entre el esperpento y la tragedia. Y sin uno ni otra no existiríamos
Francisco Morales Lomas
lunes, 18 de septiembre de 2017, 08:05 h (CET)
La realidad española siempre ha tenido un tufo complaciente entre el esperpento y la tragedia. Y sin uno ni otra no existiríamos. Pretender construir un estado legítimo desde la ilegalidad que concede un parlamento que incumple la ley (su propio Estatut) es un acto esperpéntico, un espacio escénico propio para la chirigota. La señora Forcadell, con su mirada perdida de dolorosa envuelta en la señera, accionó una ilegitimidad histórica, el primer paso para una revolución silenciosa en la que el espacio del Juego de la Pelota era el Parlament catalán. Querer construir un discurso legal desde la ruptura de la legalidad es obra de un artificiero o de un pirómano.

Pero el transcurso de estos días y el 1-0 y subsiguientes puede devenir en tragedia. Son los dos polos que ya Valle creó en su Luces de bohemia. España es una realidad deformada y trágica.

Los antecedentes históricos son un reclamo que puede ser sujeto de atención pero no es algo nuevo porque la construcción de un espacio catalán diferenciado es un asunto que transita diacrónicamente por varios siglos ya. Y, cuando el nacionalista observa que el estado español está debilitado, lo muerde sin compasión para obtener rentabilidad. Así ha sucedido durante los años de crisis en que quisieron convertirse en mentirosos adalides, en que la solución a todos los problemas del ciudadano vendría con la independencia. Igual sucedió en la II República, cuanto más debilitado estaba el gobierno proclamaron la República catalana. Esta traición, en palabras de Azaña en sus memorias, fue lo peor que le sucedió en su vida antes de la guerra.

Pero, ¿quién está detrás del Procés alimentándolo? ¿Por qué hay tanto silencio de muchos empresarios o incluso algunos se muestran comprensivos? ¿Hay intereses en esta independencia? ¿Se han echado al monte muchos burgueses catalanes? ¿Han echado mano de los Robespierre, Danton, Marat…?

Y otra pregunta, ¿quién es el Fouché del Procés? ¿Quién mueve tan bien los hilos de esta revolución que ha logrado poner contra las cuerdas al enigmático “cuanto peor, mejor para todos. Y cuanto peor para todos, mejor. Mejor para mí, el suyo. Beneficio político”?

Cuando España pasó de una dictadura a una democracia las Cortes desde la legalidad construyeron el modelo constitucional y territorial. No hubo revolución, sí Transición. Plenamente aceptada al cabo. Pero pretender construir un país, una nación, un estado desde un acto ilegítimo no hay precedente, salvo en una revolución o en un golpe de estado.

Lo que quieren ahora algunos catalanes enfervorizados con la calle, el asamblearismo de corrida de toros y la sinecura del control de medios favorecedores y la inoperancia de un statu quo es construir la política de los hechos consumados.

Cada día que pasa es más farsa, más guiñol, más esperpento… y, ojalá, no sea más tragedia.

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Leo en diversos medios que el Grupo Parlamentario Sumar va a presentar en el Congreso de los Diputados una proposición no de ley para instar al Gobierno a que impulse la fase de decisión y adopción del marco legislativo que permita la emisión del euro digital, a fin de reducir la dependencia que hay en la UE de las dos compañías estadounidenses de pago con tarjeta, Visa y Mastercard. Me ha chocado mucho semejante iniciativa.

En el panorama español actual, es la izquierda quien maneja mejor el discurso y quien se siente más cómoda apropiándose de causas ajenas para convertirlas en propias, aunque nunca por convicción, sino para obtener rédito político y arañar un puñado de votos. Si hay una causa a la que se aferran con uñas y dientes, es sin duda a la del feminismo, politizado hasta el extremo.

Las decisiones arancelarias unilaterales de Donald Trump se cumplieron como una profecía, lo mismo que las réplicas esperables de las demás potencias de cara a esta guerra comercial y tecnológica explícita. Argentina es una de los territorios expósitos que quedaron a merced de la propia debilidad del rumbo aperturista elegido, otra de las graves catástrofes que suma un gobierno de nula imbricación con la ética política.

 
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