Enclavado en el Asia Central, que durante el siglo XIX se disputaran los imperios ruso y británico en su "Gran Juego", se encuentra Uzbekistán, una de esas repúblicas que accedió, sin demandarlo, a la independencia en 1991, tras el desmoronamiento del tinglado soviético. Y gobernada con mano de hierro desde entonces - y antes, pues no podemos obviar que ya era el máximo dirigente comunista de la República Socialista Soviética Uzbeka -, por Islam Karimov. Un país semidesértico que se extiende por casi 450.000 km2 , con una población aproximada de unos 26 millones de almas y con unas relaciones con sus vecinos no exentas de tensión por dos causas fundamentales: la primera fruto de la arbitrariedad en la delimitación de fronteras del colonialismo-imperialismo ruso; la otra, el agua. Pero Uzbekistán es mucho más que eso. Alberga las joyas turísticas de la antigua Ruta de la Seda con nombres tan evocadores como Bujará o Samarkanda y donde Tamerlán sustituye en los libros escolares a Lenin o Stalin, pues el Régimen sustituyó la doctrina marxista-leninista por la nacionalista. Uzbekistán suma a su papel tradicional de productor de algodón una tríada muy apetecible: oro, uranio y gas natural.
Este, a grandes trazos, es el lugar de donde prodece Googoosha, nomenklatura artística de la hija del dictador uzbeko y más conocida en Occidente por su nombre real, Gulnara Karímova, la misma que tras las presiones de organizaciones humanitarias fue vetada el año pasado de la Semana de la Moda de Manhattan. La misma que dice diseñar joyas además de ropa. La misma que posee una inmensa fortuna, derivada de su privilegiada posición en Tashkent. Un patrimonio que le debe mucho al hecho que ostente la dirección de Abu Sahiy, la empresa estatal -familiar- que controla las importaciones uzbekas. Gulnara, que fuera embajadora del estado asiático en España y entre cuyo elenco de contactos se cuentan afamados personajes de la jet-set internacional, también debe mucho de su fortuna, como el resto de la casta privilegiada de su país, a la explotación intensiva del algodón. Uzbekistán es un país donde la oposición es perseguida, encarcelada, torturada y asesinada, pues también tiene el deshonor de situarse al nivel de Corea del Norte o Birmania en cuanto al respeto de los Derechos Humanos. Un país que mantiene a más de un tercio de sus súbditos bajo el umbral de la pobreza. Y es ese país donde más de un millón de niños son esclavizados, en condiciones infrahumanas, para la recolección del algodón. De nada sirven las protestas de la Enviromental Justice Foundation, de la Human Rigths Watch o de las numerosas organizaciones no gubernamentales que insistentemente denuncian esta execrable práctica. Organizaciones a las que el Gobierno uzbeko no duda en calificar de "enemigos", de estar pagadas para difundir calumnias etc. La política exterior de Karímov bascula entre el Kremlin y Washington, con el concurso de China, jugando la baza de sus recursos naturales y su situación geográfica en una zona de alto riesgo. Su condición de estado fronterizo con Afganistán no es un asunto menor. Así se explica la perdurabilidad de un régimen que sobrevivió indemne a los sucesos de 2005 en Andijan, donde multitudes fueron masacradas y/o encarceladas; su nueva salida de la OTSC (Organización del Tratado de Seguridad Colectiva patrocinada por Moscú) , aunque Rusia siga siendo su principal socio comercial, y siempre con la coartada de servir de tapón al integrismo musulmán en un país de mayoría sunita.
Gulnara, esta mujer criada entre algodones, amenaza con difundir su "trabajo" musical, cuyo tema principal es "Dont forget me": nosotros tampoco te olvidaremos Gulnara. Tampoco a tu papá y a todo lo que representáis. Los algodones donde se crían los hijos de tu pueblo nada tienen que ver con los tuyos. Eres lo peor Gulnara. Y cada vez que aparezcas un aura de algodones de sangre te acompañará. Que asco, Gulnara.
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