Dependemos de nuestro lenguaje, utilizar unas palabras u otras no sólo hace que tengamos unos u otros resultados, sino que además crea una experiencia distinta en nuestro interior. La riqueza de las palabras es infinita, lo sabemos todas aquellas personas que escribimos de vez en cuando, y también las personas que piensan antes de hablar.
Vivimos tiempos de ligereza lingüística, de palabras dejadas caer y de faltas de ortografía. Disculpa si ves alguna por aquí de vez en cuando, las prisas no suelen ser buenas consejeras. Pero en estos tiempos tan volátiles, siempre podemos recurrir a la magia del lenguaje, ya que este tiene poder, tiene el poder de provocar cambios.
La magia del lenguaje
Si te dices a ti mismo “tengo un problema”, seguramente lo siguiente que te apetezca sea sentirte un poco víctima o quedarte bloqueado. Sin embargo si te dijeras “me enfrento a un desafío”, esto cambiaría tu experiencia, te podrías sentir más lleno/a de poder interior.
Creo que tenemos que elegir cada palabra, para así conseguir lo que pretendemos a través de la comunicación con el otro: que nos entienda, que nos valore, que haga alguna acción que necesitamos.
El difícil arte de elegir las palabras adecuadas, de pensar antes de hablar o escribir ¿se puede aprender? Sin duda, es un arte que se adquiere practicando.
Toma una hoja de papel y describe este momento ¿con qué riqueza lingüística serías capaz de hacerlo?
Cuando más disfruté de la magia de las palabras fue en mi viaje a la Toscana en 2006, donde me inspiré para escribir “El Jardinero en la Empresa” (Profit Editorial 2009). A esta bellísima zona de Italia fui sin cámara de fotos, por suerte tampoco existían los smartphones y tenía todo el tiempo del mundo para detenerme en un rincón y describirlo. Plasmé en mi cuaderno de viaje momentos irrepetibles, escribí poemas insitu, viendo como caía la lluvia en la Piazza de Siena o asombrado por la puesta de sol en la plaza del Duomo de Cortona.
Para poder describir con claridad hay que detenerse a sentir y a pensar. Un arte olvidado estos días.
La riqueza del lenguaje suele expresarse mejor cuando lo utilizamos a conciencia, cuando nos detenemos. De ahí que existan tan pocos buenos escritores que se atrevan a embarcarse en una aventura literaria, que nos describan los sentimientos de una escena o que nos hagan vibrar con la descripción de cualquier momento cotidiano.
Quizás ellos o ellas sí que logren poner en palabras toda esa magia, pero ¿Estas tú receptivo/a para escucharla?
Yo no era escritor, ni siquiera ahora me considero uno de esos buenos escritores, ni de los mediocres, simplemente escribo. Trato de ir aprendiendo según pasan los años. Escribo cada mañana, como este Lunes a las 6:56, mientras permito que mis dedos vayan haciendo su trabajo y mi mente, todavía algo dormida, trate de ofrecerme algo de luz sobre cuál será el inicio del siguiente párrafo y en definitiva del día que empieza.
Hace 15 minutos no sabía de lo que iba a escribir, pero ahora la intención ha creado algo delante de mis ojos. Para lograrlo sólo tuve que detenerme ante la pantalla del ordenador. Lo interesante del lenguaje es que a medida que escribes te das cuenta de lo mucho que tienes que contar, de todas las cosas que podrías aprovechar para decir, de cuantas palabras están todavía escondidas en el corazón de las personas, palabras que se quedarán ahí por siempre. A no ser que quien las posee se atreva a mostrarlas al mundo.
El Sábado tomaba el coche de vuelta a casa y recordé uno de los pasajes más inspiradores de una de mis películas favoritas. En los últimos años la he visto unas cuantas veces. Si quieres profundizar en la riqueza del lenguaje y de las sensaciones te recomiendo verla al completo, se llama “En un rincón de la Toscana“.
Como dice en un momento extraordinario de la película “Escribes todos los días, sin embargo has dejado de apoyar la pluma en la página”.
Que tengas un día elegante.
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