Si de algo debe resaltarse del toreo sevillano, desde El Gallo hasta Morante, es sin lugar a dudas, el don de la naturalidad sin ninguna afectación y amaneramiento. El buen gusto por hacer las cosas despacio, acariciando los engaños, presentando muletas cuadradas, la alegría en los remates, la profundidad abriendo el compás y esa hondura inigualable que parecen llevar en la sangre estos artistas excepcionales.
El pasado 8 de septiembre, Virgen de la Consolación en Utrera, se despedía casi en silencio Pepe Luis Vázquez Silva, penúltimo de una larga saga de toreros geniales sanbernardinos, bajo la sombra del gran Pepe Luis. Desde su alternativa con su tío Manolo y Curro Romero, el 19 de abril de 1981 hasta su última tarde de luces, han trascurrido mas de tres décadas, con triunfos apoteósicos grabados en la memoria de muchos aficionados como la de aquel toro de los Hermanos Sampedro en la reinauguración de la Plaza de Huelva el 29 de Julio de 1984, junto a Litri padre y Curro Romero; o la faena a “Ropavieja”, de Torrealta, el 22 de mayo de 1985 en Las Ventas, por citar solo algunas de sus mejores cumbres.
Aquella naturalidad, aquella clase excepcional, esa cadencia inimitable, temple prodigioso y arte sevillano, se han dado en él como a pocos toreros en la historia de la tauromaquia moderna. A veces me pregunto si su concepto es más Bienvenida que Vázquez, ambos tan partidarios y contemporáneos, por todo lo que hizo en el ruedo, reflejo de una herencia compartida entre Belmonte y Chicuelo. Nadie sabe lo que pudo haber sido si no hubiese llegado, en sus mejores años ochenta, aquel Corpus gris con ”Estudiante” de Gabriel Rojas… pero de lo que estamos seguros todos es que su paso por el toreo no ha podido ser más sincero, noble y cabal, propios de una máxima figura, digno de su casta y de su dinastía la Los Vázquez, guardianes del toreo eterno, clásico y puro.
De grana y oro y el corbatín verde esperanza, te fuiste a hombros en mitad de la noche. Las luces de tu traje no se apagarán nunca pues en aquella plaza de Utrera se quedaron grabadas tus últimas verónicas, tus últimos minutos de silencio, tus redondos y naturales como ejemplo de una vida llena amor al toro y al toreo bajo el clamor de los tuyos.
Por eso, hoy y ahora, casi en silencio también, te devolvemos mi suegro y yo, tu último trofeo para que sea testigo en tu casa y te impida olvidar de donde vienes, lo que has sido y lo que representas, maestro y sucesor de la mejor herencia de nuestra tierra. ¡Felicidades Pepe Luis!
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