Años, en realidad. De toda nuestra historia, a decir verdad. Y poco queda ya que escribir sobre el llamado “procès” por el que Cataluña se ha lanzado de cabeza a la piscina vacía de la secesión de una de las democracias más consolidadas del mundo. En la Europa de las libertades, garantías y democracias. En pleno siglo XXI.
A estas altura se ha escrito todo y creíamos que se había visto todo. Pero nos equivocábamos, y la realidad no ha podido ser, a mi juicio, más desoladora: hace unos días contemplamos con estupor la imagen de un par de centenares de alcaldes secesionistas llenando un avión en el que viajaban a Bruselas con el único y siniestro fin de dar su apoyo al político más irresponsable de nuestra historia reciente, y que no es otro que el jefazo Puigdemont. El mismo que hace días se encuentra huido del único poder realmente independiente en España: la justicia.
Muchos argüirán ahora que la más desoladora de las imágenes se produjo el 1 de octubre, cuando nuestras fuerzas de seguridad actuaron para impedir la ignominia golpista en una votación con nulas garantías; y otros tantos harán lo propio al referirse al referéndum mismo. Ambos bandos yerran en su elección. Mantengo que la imagen de los alcaldes merece, como mínimo, el calificativo de vergonzosa más que ninguna otra.
Y lo merece porque en una sola fotografía se condensan lo peor del momento que nos ha tocado vivir: por un lado, es un ejemplo más, uno de tantos, de la necesidad de limitar el Estado, de que los politicastros saquen sus manos muertas de nuestros bolsillos; y es que, coincidirán conmigo, el coste del viaje es excesivo para un país que, al parecer, se moría de hambre en la pasada campaña electoral.
Por otro lado, el hecho de que el movimiento anticonstitucional se haya hecho fuerte mediante mentiras contra España, entre las que se cuentan la represión ejercida por el Gobierno y el expolio de Cataluña por el mismo, torna en más burda que nunca esta trágica comedia cuando doscientos políticos menores pueden permitirse el lujo de viajar sin impedimento alguno, sin represión y a costa de todos los contribuyentes, para participar del proceso del modo más increíblemente estúpido posible: yendo a dar ánimos.
Mas con todo, lo más grotesco de la imagen se refleja en sus caras. En sus sonrisas. Parecen escolares que alegremente partieran de excursión a conocer la fábrica de turno, la estación, el parque de bomberos o un espacio natural de apabullante belleza. Me recuerda a aquellos días de la niñez, que gracias a Dios no vuelven nunca, en los que íbamos riendo y cantando porque la jornada se adivinaba más amena que su alternativa entre las cuatro paredes del aula.
Lo grotesco, empero, no es la alegría con la que parten estos Ulises del secesionismo; sino ese recuerdo de otrora que despierta en nosotros, y que no es más que el epítome del infantilismo que se ha apoderado de las sociedades occidentales en general y de la española en particular. Un infantilismo que comienza con proclamas pegadizas en las calles, sigue con la más caótica de las simplificaciones del entendimiento del mundo y su historia en casa, la televisión y el colegio; y termina, como no podía ser de otro modo, en locura y violencia colectiva al son de nuevas viejas proclamas.
Es su sonrisa, como he dicho antes, entre insolente y cándidamente infantil, lo que hace desoladora la imagen del avión. Porque demuestra que saben que, mientras millones de ciudadanos trabajan duro y producen para sí y España, la castuza extractiva de políticos se va de viaje con nuestros impuestos. Porque demuestra que saben que, si como decía Ayn Rand, “las definiciones son las guardianas de la racionalidad, la primera línea de defensa contra el caos de la desintegración mental”, muchos en nuestro mundo han visto derribada esa línea de defensa, entregados completamente a la orgía del simplismo y la irracionalidad con la falta de conocimientos más profundos que el comentario irónico de turno.
Por suerte, quedan el mundo haces de luz como rayos de esperanza que, al levantarse contra esta tendencia infantiloide, hacen más actual que nunca aquel lema austriaco de “Tu ne cede malis sed contra audentior ito” (no cedas al mal, combátelo con más audacia). Veremos en qué acaba, si es que todo ha de acabar.
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