MADRID, 3 (OTR/PRESS) Las infantas Elena y Cristina aprovecharon una visita a su padre en los Emiratos Árabes para vacunarse contra la covid 19, según ha desvelado El Confidencial y las propias señaladas han reconocido. La infanta Elena ha hecho público un comunicado en el que justifica que "con el objeto de tener un pasaporte sanitario que nos permitiera hacerlo regularmente, se nos ofreció la posibilidad de vacunarnos, a lo que accedimos". De no ser por esta circunstancia habríamos accedido al turno de vacunación en España, cuando nos hubiera correspondido". Hombre... sólo faltaría. Desde que abdicó su padre, las infantas ya no forman parte de la Familia Real, pero constitucionalmente siguen en la tercera y la sexta posición en el orden sucesorio y sería exigible que guardasen unas normas de conducta a la altura de la dignidad que, eventualmente, podrían ostentar. Y no parece de recibo aprovecharse de unos privilegios que otros españoles y españolas de su edad, que aguardan su turno para ser vacunados, no gozan. Pero si polémica es la actitud de las infantas, polémica es también la reacción de algunos representantes políticos. El vicepresidente del Gobierno Pablo Iglesias ha manifestado que actitudes así "empujan el debate hacia un horizonte republicano". Mientras, el portavoz del PP, José Luis Martínez Almeida, ha quitado hierro al asunto porque, en su opinión, las infantas "no se han aprovechado de su condición ni se han colado ni le han quitado la vacuna a ningún español". Deben de tener mucha confianza en sí mismos estas cuatro personas para creerse sus palabras. Porque hoy hay una inmensa mayoría de ciudadanos españoles legítimamente indignados, incapaces de tragar la justificación de las infantas y la indulgencia cortesana del portavoz del principal partido de la oposición. Como hay un buen número de republicanos convencidos que no creerán ni en sueños que un par de vacunas indebidas abrirán las puertas de la III República. Deberían medir más sus palabras y aterrizar definitivamente en el país que habitan para tomar conciencia de una vez de que sus compatriotas no son imbéciles. Y el rey Felipe, a quien no le arriendo la ganancia, debería manifestar públicamente su indignación por la actitud de algunos miembros de su familia, al menos con la misma intensidad con la que, justamente, reivindicó el papel de su padre en las horas críticas del 23F.
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