MADRID, 20 (OTR/PRESS) La enfermedad del Papa Francisco es acaso lo que nos faltaba para que el mundo esté sumido en el desconcierto y en una cierta desesperanza, y hablo principalmente, claro, de Europa. El Pontífice argentino, que en lo terrenal es el jefe de Estado con más súbditos --vamos a llamarlo así--, repartidos por todo el orbe, ha sido, él sí que sí, un 'hombre de paz', que ha dicho siempre las verdades muy claras y evidentes, y admito que quizá en alguna ocasión incluso se haya podido pasar de frenada. Creo que Bergoglio, Francisco I, es un personaje, e insisto en que hablo más allá de lo espiritual, necesario, más que nunca quizá de lo que lo fuera Pontífice alguno, en la escena internacional. Porque no está alineado, porque abomina, me parece, de las mismas cosas que nosotros, que la mayoría de nosotros, digo. Y porque, lo repito, no se calla. No sé si acudir al tópico de que rezo por su recuperación -primero, porque soy un muy mal rezador-, pero sí digo que va a ser una figura difícilmente sustituible en un planeta en el que la polarización y la confrontación van ganando, de la mano de unos personajes incalificables, terreno a la concordia y la paz. Un día, el padre Ángel me llevó en El Vaticano cerca de Bergoglio. Sabía que era el único Papa que podría entender lo que quería gritarle, y se lo grité: "Santidad, un par". Él entendió, por la sonrisa divertida que me dirigió, que lo mío era, no una falta de respeto, sino un elogio. Era mi modesta muestra de admiración por el valor y la decisión con los que se ha comportado en su trayectoria, combatida por aquellos que combaten a la gente como Francisco. Seguro que ni a Trump, ni a Putin, ni a Milei -eso ya lo hemos podido comprobar-- este Papa les gusta. Por eso las cosas están como están.
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