MADRID, 4 (OTR/PRESS) Claro que no están las cosas como para echar las campanas al vuelo, pero lo menos que puede decirse es que la política irracional de Trump, que solo es susceptible de ser compartida por los extremistas al borde de la insania (en mi opinión, claro), ha servido para acercar a los lejanos, en un esfuerzo al menos aparente por dar una mano de pintura de concordia hacia un objetivo común. Me refiero, entre otras cosas, a ese encuentro entre lo mejor del Gobierno, el ministro de Economía Carlos Cuerpo, y lo mejor del PP, el responsable económico Juan Bravo. Que, si la lógica imperase, debería ir seguido la semana próxima por otro entre Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijoo, aunque esto último que escribo es más un 'desiderandum' que una previsión constatable en las agendas de ambos. Bueno, al fin y al cabo lo de Trump va a acabar haciendo bueno aquello de 'los enemigos de mis enemigos son mis amigos', y me da la impresión de que España, Europa y el mundo -Rusia y Estados Unidos exceptuados-empiezan, por ejemplo, a mirar a China con otros ojos. El inminente viaje de Pedro Sánchez a Pekín, donde me consta que goza de simpatías oficiales, bien lubricadas por el trabajo de 'lobby' de Zapatero, nos demostrará hasta qué punto el euro-acercamiento a la China de Xi, hasta ahora mirada con mucho recelo, es un hecho: "¿a quién le vamos a vender, si no, nuestro vino y nuestro aceite, penalizados con aranceles salvajes por la Administración Trump?, Pues a los chinos: ¿a mí qué más me da si son o no comunistas?", resumía la situación un exportador amigo. El daño que el inquilino de la Casa Blanca ha hecho a la imagen de los Estados Unidos es ya incalculable, por mucho que a corto plazo dé marcha atrás en sus locas medidas, que sobresaltaron a las Bolsas de todo el mundo y pusieron al borde del ataque de nervios a cientos de miles de empresarios y a millones de trabajadores de todos los continentes. Esa inseguridad jurídica, esa autarquía medieval, ese desprecio por las normas de cortesía internacionales, claro, no pueden durar hasta que se extinga el mandato de Trump, que a este paso le apuesto a usted algo a que no llega hasta 2028. En eso, desde luego, confían los europeos en general y Sánchez y Macron -que, por cierto, no comparten idénticos puntos de vista sobre cómo salir de esta- en particular. Pero a mí lo que me interesa destacar hoy es que una simple conversación entre Cuerpo y Bravo sobra para constatar que los programas económicos de los dos principales partidos españoles no difieren tanto -bueno, no difieren casi nada-. Y que ambas partes están de acuerdo en que ni los extremistas de un lado ni los de otro -la guerra de Madrid tiene que acabar, los excesos verbales de la vicepresidenta Montero tienen que acabar-, para no citar ya a la'trumpista' Vox ni a la desmadrada Podemos, que pide nacionalizar las casas de fondos norteamericanos en España, pueden tener cabida en unos nuevos 'pactos de La Moncloa'. Si es que la cordura y el sentido común pudiesen llevarnos tan lejos, que me temo que no. Aguardemos, en todo caso, con cierta esperanza los días y semanas venideros: ya digo que de esta tenemos que salir, no como salimos del Covid, más fuertes y más unidos. Europa ya ha hecho, en la práctica, su 'gran coalición'. Hay acuerdo entre los liberales y los socialdemócratas, como no podía ser de otra manera. Lo fundamental no debe afectar al juego de los partidos, y, así, bien presentada esté la reprobación que el Senado presentará la semana próxima contra la ministra de Hacienda y varios cargos más, doña María Jesús Montero. Que con las cosas de comer no se juega, y eso lo saben tanto en Moncloa como en Génova y Ferraz, espero. Si otros aún no lo han entendido, allá ellos.
|