MADRID, 17 (OTR/PRESS)Las calles están repletas de gente que camina de un lugar a otro, unos haciendo turismo, los de más allá intentado seguir con sus rutinas habituales. Los bares están abiertos, lo mismo que restaurantes, discotecas, salas de copas, etc. Nada indica que estemos en Semana Santa. Aún mantengo en mi imaginario las Semanas Santas de mi infancia, donde España entera parecía frenar porque no había donde ir salvo visitar iglesias e ir a las procesiones. La radio no emitía música y en la tele, como mucho, podías ver alguna película de "santos". No sé si realmente llevábamos a cabo un ejercicio de introspección colectiva o sencillamente nos resignabamos a formar parte de la inacción decretada. Y no, no es que sienta añoranza de ese pasado, solo que, al pensar en ese entonces soy más consciente de dónde venimos y dónde estamos. Esta semana los destinos de playa están a rebosar a pesar del mal tiempo. También la España interior recibe visitantes que, además de asistir a las magníficas y sobrecogedoras procesiones ,también pueden dedicarse al turismo gastronómico o incluso irse de copas cuando terminan las procesiones. Les confieso que cuando era pequeña aquella inacción impuesta me resultaba desesperante. Los días parecían no terminar nunca, si bien el primer día de Semana Santa lo dedicaba a hacer los "deberes" que nos mandaban en el colegio para entregar al regreso, luego me arrepentía de haberlos hecho tan rápido porque me sobraba tiempo. Esta semana, incluido el Jueves y Viernes Santo, en nada me recuerda a aquellas Semanas Santas de mi infancia. Acaso las normas religiosas las sentía entonces como una carga interminable y esperaba con ansia el domingo de Resurrección en que la vida volvía a hacerse presente y podíamos volver a cantar, reír, hablar en voz alta, salir a la calle a jugar. Sin duda aquella era una religiosidad impuesta y por tanto nos resultaba pesada. La Semana Santa se ha convertido en un paréntesis para las vacaciones y en muchos casos en una fiesta, acaso por eso ahora puedo valorar e intentar convertir este tiempo en silencio porque es fruto de una decisión personal y no de un decreto.
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