MADRID, 09 (SERVIMEDIA)
La población europea se ha adaptado mejor a las bajas temperaturas que a las altas en las dos últimas décadas.
Esa es la conclusión principal de un estudio liderado por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), centro impulsado por la Fundación "la Caixa', en colaboración con el Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación (BSC-CNS) y publicado este jueves en la revista 'The Lancet Planetary Health'.
La investigación muestra que en los últimos años ha habido una disminución significativa del riesgo de mortalidad relacionada con el frío en comparación con la primera década de este siglo, así como una menor reducción del riesgo de muertes relacionadas con el calor.
Tras analizar los registros de temperatura y mortalidad de más de 800 regiones de 35 países europeos entre 2003 y 2020, el equipo científico descubrió que el riesgo relativo de muerte en las temperaturas más bajas disminuyó en un 2% anual, por un 1% anual con calor extremo.
Tradicionalmente, los estudios de este tipo se han basado en umbrales térmicos fijos para calcular los riesgos, sin tener en cuenta que la vulnerabilidad ante unas mismas temperaturas no es igual en todas las regiones de Europa.
Para superar esta limitación, el equipo desarrolló un nuevo concepto: la temperatura de riesgo extremo (ETR, por sus siglas en inglés). Al cruzar los datos regionales de temperatura y mortalidad, este enfoque permitió calcular la temperatura a la que el riesgo de muerte supera un determinado umbral para cada zona geográfica.
Los investigadores también tuvieron en cuenta las variaciones en la mortalidad para reflejar las adaptaciones a la temperatura a lo largo del tiempo.
DÍAS DE FRÍO Y CALOR PELIGROSO
Utilizando esta metodología, el equipo observó que Europa experimentó 2,07 días menos de frío peligroso cada año entre 2003 y 2020. Por el contrario, los días de calor peligroso aumentaron en 0,28 días por año.
No todas las partes de Europa se vieron afectadas de la misma manera. Por ejemplo, las regiones del sureste, a pesar de sus condiciones más cálidas, tuvieron más días peligrosos de calor y frío, que causaron un mayor riesgo de mortalidad asociada.
"Con el tiempo, hemos mejorado en el manejo de las temperaturas frías, un proceso conocido en ciencia como 'adaptación'. En cuanto al calor, las personas también se están volviendo resilientes, aunque en menor medida que frente al frío", apunta Zhao-Yue Chen, investigador de ISGlobal y primer autor del estudio.
Chen añade: "La vulnerabilidad ante temperaturas extremas varía mucho de un lugar a otro, y las regiones del sur de Europa son más sensibles a los cambios de temperatura que las del norte. Esta disparidad se debe en parte a factores socioeconómicos, como un aislamiento inadecuado de las viviendas, un menor gasto en salud pública y un acceso limitado a la ayuda social para las poblaciones vulnerables".
Joan Ballester, investigador del ISGlobal y autor principal del estudio, apunta que, "si bien "Europa ha realizado notables progresos en la adaptación al frío, las estrategias para hacer frente a la mortalidad relacionada con el calor han sido menos eficaces".
Un estudio de 2024 reveló que sólo 20 de 38 países europeos implantaron sistemas de vigilancia de la temperatura y 17 aún no disponían de planes de acción calor-salud.
"Las disparidades espaciales observadas subrayan la necesidad de estrategias específicas para cada región con el fin de proteger a las poblaciones vulnerables", añade Ballester.
TEMPERATURA Y CONTAMINACIÓN
El equipo también analizó la frecuencia con la que se producían temperaturas de riesgo extremo en días con niveles de contaminación superiores a los límites recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS).
La coincidencia de estos dos factores, conocida como 'días compuestos', se produjo en el 60% de los días de calor peligroso y en el 65% de los de frío peligroso. Con el tiempo, estas jornadas compuestas han ido disminuyendo, excepto la combinación de días peligrosamente calurosos y altos niveles de contaminación por ozono (O3), que aumentó a un ritmo de 0,26 días por año.
El O3 es un contaminante secundario que se forma en la atmósfera por la interacción entre otros gases y la radiación solar. "A medida que se intensifica el calentamiento global, los episodios combinados de calor y ozono se están convirtiendo en una preocupación inevitable y urgente para Europa", recalca Chen.
Este investigador subraya: "Debemos tener en cuenta los días compuestos y desarrollar estrategias específicas para hacer frente a los contaminantes secundarios como el ozono, porque los efectos de las temperaturas extremas y la contaminación atmosférica en la salud no son completamente independientes. Existe una interacción entre ellos que puede amplificar los efectos adversos para la salud".
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