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Abel Pérez Rojas
Abel Pérez Rojas
Los poemas con un toque singular, tienen una vibración que nos cimbra y reconectan la cabeza con el corazón: la 'mentecorazón'

Para muchos, entre ellos yo, el tránsito por la reciente pandemia fue más llevadero gracias a asirse a la poesía. La poesía fue una especie de refugio en los días aciagos de incertidumbre, miedo generalizado y confinamiento. El primer año de la enfermedad ha sido uno de los periodos en los que más he asumido el estado poético permanente.

Aullar por cada estrella pedir perdón en silencio mirar para adentro... -Indulgencia estelar-

Dicen que mentalmente, en un tris, hacemos un recuento sintético de lo que ha sido nuestra vida cuando se está al borde de la muerte o ante un peligro inminente de proporciones desconocidas. Los que saben afirman que esa especie de película que corre a velocidad luz es producto de la llamada “respuesta de estrés”.

Dadme un punto de apoyo que encontraré mi refugio interno

No sé cómo explicar lo que siento cada vez que tengo en mis manos el más reciente número de Filigramma, la revista del Círculo de Escritores Sabersinfin, pero de lo que sí estoy seguro, es que es más parecido a la alegría que a cualquier otra emoción negativa.

Insoluble cuestión que merodea, vueltas y vueltas en mi cerebro, misterios profundos vuelan, cuestiones sin respuesta a la primera

Quizá el pretexto sea mi afán por desarrollar la narrativa, pero siento que estoy empezando a escribir como viejo, porque los años no pasan en balde, aunque me justifico arguyendo una segunda opción: la necesidad de acudir frecuentemente a mi pasado para no repetirlo y comprender quién soy verdaderamente. Esta semana no fue la excepción.

Los viajes son la recreación de la vida misma. Frecuentemente “viajamos” la vida tan rutinariamente que vamos durmiendo con los ojos abiertos. El trayecto se convierte en algo que hay que transitar y no importa si se hace con o sin atención el recorrido. La rutina termina convirtiendo a los viajes en una carga, en algo que hay que pasar para estar del otro lado.

Ayudar es prestar apoyo y auxilio a alguien, al otro, a los otros, a veces a sí mismo cuando desde sí nos observamos fuera de sí. Ayuda quien puede hacerlo, quien tiene fuerza y potencia para hacerlo. No se suple al otro cuando se ayuda, es más, quien ayuda sabiamente lo hace en el momento oportuno. No antes, no después.

Tengo claro que en gran medida no somos lo que verdaderamente somos o fuimos, sino lo que reconstruimos con pasajes de la realidad. Reconstruimos el presente y también el pasado. Lo más seguro es que también el futuro será una reconstrucción de piezas sueltas, aunque cuando es presente se trata de una realidad holística imposible de registrar a plenitud.

Me conmueve los esfuerzos de quien busca salir adelante pese la adversidad y las propias limitantes. Me emociona y me enternece ver cómo es que pudiendo quedarse en la comodidad de la somnolienta cotidianidad, hay quien se sacude la modorra, se despabila y busca nuevas formas de vincularse con la realidad.

Sé que cada vez es más difícil confiar en la bondad de las personas. No es para menos, la bondad es usada como una especie de careta para timar, defraudar, enriquecerse, mentir, aprovecharse –paradójicamente–, de quienes aún confían en la bondad.

Cumplí una semana en Mar del Plata, Argentina, pero parece que es mayor el lapso que he pasado en esta hermosa ciudad. No he tenido tiempo para conocer a pie sus atractivos turísticos, porque mis queridos amigos, encabezados por Aurora Olmedo y Esmeralda Longhi Suárez, satisficieron cabalmente mi petición inicial: mi viaje es de trabajo y el propósito es interactuar con el mayor número posible de escritores, gestores culturales y artistas.

Afuera una lluvia leve termina de decorar la escena que me inspira a escribir. A mi costado el libro más reciente de mi querido amigo Carlos Pereira Cohen: Los colores del amor. Wafles con un sabor por el que recuerdo inevitablemente las populares crepas de dónde vengo, acompañados de jamón, queso y jitomate. Jugo de manzana. Señal wifi, ¡bendita señal wifi gratuita!

Gracias a los buenos oficios de mi querido amigo, el brillante literato, cronista y gestor cultural mexiquense, Francisco Javier Estrada, llegó a mis oídos la destacada labor de la Barra Literaria Alí Chumacero. Es un emprendimiento colectivo iniciado en diciembre de 2010 por Carlos Martínez Plata, Octavio Campa Bonilla, Celso Delgado y Francisco Javier Estrada, para preservar la memoria del poeta, ensayista y editor.

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