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Armando B. Ginés
Armando B. Ginés
Con un sistema fiscal progresivo, una sanidad y educación pública eficientes y un dispositivo comunitario de cuidados a la infancia, la dependencia y la vejez, con 1.000 euros al mes cada cual, como dice el aforismo, podría vivir de vicio


El Ingreso Mínimo Vital no es ninguna revolución. Por supuesto, es un gran avance comparado con lo que antes había, de eso no cabe la menor duda, pero hay que expresarlo con crudeza crítica: estamos ante una rara mezcla social entre solidaridad y caridad aunque quiera venderse de logro extraordinario sin tapujos.

​La semilla fascista jamás ha dejado de brotar en el capitalismo: se trata de una vacuna del régimen contra veleidades del común excesivamente reivindicativas

Demasiados vacíos utópicos y existenciales en las izquierdas mundiales, unidos a las profundas y concatenadas crisis del capitalismo, ya sean éstas de carácter económico, político, bélico o sanitario, han provocado una eclosión de ideas fascistas a escala internacional.


Esos sindicatos otrora anticapitalistas son ahora muy minoritarios, no solo en España también en Europa y en el resto del mundo

Hace ya décadas que la lucha de clases se transformó en el bendito diálogo social, un concepto muy querido por los sindicatos de gestión procapitalistas para erradicar, al menos semánticamente, el conflicto entre patronal y trabajadores de la esfera pública. Y de las mentes calenturientas de revolucionarios pasados de moda por los eufemismos estado de bienestar y economía social de mercado de las socialdemocracias pactistas de dimes por aquí y diretes por allá.

Se ha ido Anguita; nos queda Julio, de profesión maestro de escuela, comunista de sangre anarquista, de la estirpe machadiana que siempre quiso ser pueblo llano

Fue alcalde, fue diputado; se jubiló y solo quiso ser jubilado renunciando a las prebendas de exparlamentario. Como Gerardo Iglesias, exsecretario general del PCE, que volvió a la mina, su oficio, y se retiró por enfermedad.


Después de cada crisis, las derechas lo tienen meridianamente claro, trabajar más horas por menos salario, aumentando la productividad, esto es, la intensidad de la explotación laboral, para ensanchar los beneficios empresariales. Luego, si tal, ya se repartirá la riqueza, algo que jamás sucede. Es el déjà vu acostumbrado. Los ciclos históricos de bonanza relativa y crisis del régimen capitalista son viejos conocidos del eterno retorno para que todo siga igual.


Bajo la presión de la crisis provocada por el coronavirus y el confinamiento generalizado estamos asistiendo a un descubrimiento sensacional: para vivir más o menos feliz no se precisa tanto, amar y ser amado, tener algo que hacer para ganarse dignamente el sustento diario y ver el porvenir razonablemente despejado de incertidumbres.

Muchas buenas gentes piensan que cuando lo más duro de la pandemia pase el mundo entrará en una fase irreversible de amor, solidaridad, armonía y coherencia. Está siendo tanto el dolor que confunden su generosidad con la creencia en la bondad infinita y natural del ser humano. Su postura moral extrema puede ser instrumentalizada con cierta facilidad por líderes y discursos provenientes del arco conservador o fascista.

Se abre paso a marchas forzadas el enésimo lema del capitalismo para intentar reciclar sus propias basuras ideológicas y parecer otra cosa distinta dentro de nada, a la vuelta de la esquina cuando la pandemia aminore su virulencia mortal a cero o casi cero u oficialmente se dé como neutralizada aunque el bicho siga matando pero sin reflejo mediático excesivo en las estadísticas de guerra. Todo por la economía; todo por el beneficio; todo por la reconstrucción nacional.

A pesar del confinamiento universal son tantas las urgencias que hay que pensar entre sobresaltos y reflexionar, si se puede, aprovechando algún recodo de la incertidumbre. Sin embargo es necesario e imprescindible intentarlo, pensar y reflexionar al tiempo que hacemos camino al andar, como dijera el inolvidable Antonio Machado, aunque sea tropezando en la misma piedra.

Las derechas y la patronal piden un gobierno de emergencia nacional, dejando fuera a Unidas Podemos, o directamente un golpe de Estado blando y el PSOE quiere promover unos segundos pactos de la Moncloa para reconstruir el país, esto es, en román paladino, recuperar la tasa de beneficio empresarial sin sobresaltos procedentes del movimiento obrero.

A pesar del profundo olor a distopía que recorre el planeta como consecuencia de la pandemia de coronavirus Covid-19, en sordina pero de modo sistemático, se está levantando dentro de la izquierda una tendencia a escala internacional supuestamente espontánea procedente de una vanguardia política e intelectual difusa y en ocasiones confusa que predica que después de esta crisis el mundo cambiará a mejor, esta vez sí, sin duda alguna.

Las derechas y los políticos inmorales usan, abusan y hacen mucho ruido mediático para sembrar el caos y denigrar al adversario hasta convertirlo en caricatura cosificada y esperpéntica o animal burlesco. El discurso de la confusión impide la reflexión pausada y el diálogo mediante argumentos.

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