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​El mundo irreal de la buena gente

​La movilización de la riqueza privada está desplegando en silencio pero sin pausa sus peones para la batalla en ciernes
Armando B. Ginés
lunes, 27 de abril de 2020, 08:16 h (CET)

Muchas buenas gentes piensan que cuando lo más duro de la pandemia pase el mundo entrará en una fase irreversible de amor, solidaridad, armonía y coherencia. Está siendo tanto el dolor que confunden su generosidad con la creencia en la bondad infinita y natural del ser humano. Su postura moral extrema puede ser instrumentalizada con cierta facilidad por líderes y discursos provenientes del arco conservador o fascista. Tal moral benefactora desea tocar cuanto antes la piel de la desesperación, reclamando respuestas inmediatas: la sonrisa de un niño pobre, la gratitud de un indigente, el afecto de un inmigrante. Estas gentes buenas solo ven efectos individuales pero nunca se remontan a los orígenes de las desdichas: su extraordinaria entrega deja intacto el orden social.

No necesariamente son personas religiosas, solo se dejan llevar por una sinceridad e ingenuidad voluntarista: su visión de tunel les impide ver que la injusticia siempre es causada por la mano de los humanos y que si no se cambian de forma radical los valores sociales y las estructuras económicas su ética será incapaz de penetrar los corazones de sus semejantes. Hace falta la política, se quiera o no. Y si no se quiere o se rechaza entrar en la confrontación de ideas y actos, hay que ser plenamente conscientes de que esa pasividad también es una actitud política. Hasta la antipolítica resulta ser mera política.

Esa pasividad genérica suele llevar consigo una pereza mental paralizante ante hechos públicos que no merecen su crítica o, cuando menos, una velada desconfianza ante protagonistas -y eventos o sucesos de naturaleza dispar- que toman el pelo o se ríen descaradamente de la ciudadanía, pueblo llano o clase trabajadora, elijan ustedes su propia adscripción sociológica. Veamos algunos ejemplos recientes.

Una familia usa a sus dos hijas para crear corrientes de opinión favorables y apoltronarse aún más en el poder a través de un audiovisual en el que comunica al país que ambas viven confinadas como millones de niñas y niños de España. La desfachatez es descomunal. Sí, nos referimos al actual rey Borbón y su consorte. La mayoría de la gente consume esta noticia de modo superficial: ¡qué princesitas tan simpáticas! De momento, ellas no tienen responsabilidad alguna ya que son utilizadas por su padre y su madre, con el beneplácito ímplicito del régimen que les da sustento, como estrategia de mercadotecnia para lavar la imagen de la institución real. Y nadie se inmuta.

Si la familia hubiera sido de etnia gitana y los pequeños pulularan alrededor de sus mayores en una tienda improvisada de mercadillo o fueran infantes con mocos en la cara que acompañaran a mendigos del Este europeo por las calles de la ciudad, el grito en el cielo se oiría más allá de Tombuctú: ¡explotadores de niños y niñas; no tenéis ni alma ni vergüenza; escoria humana, ladrones, sucia chusma de arrabal! ¡Qué escándalo! Si son personas de la clase alta que se mofan con elegancia y distinción de la inmensa mayoría, la cosa se queda ahí, en el silencio cómplice, el conformismo cívico y la resignación cristiana.

¿Niñas como el resto cuando viven de lujo en un palacio de cuento de hadas? ¿Leyendo el Quijote mientras otros y otras de su edad comen con dificultades una vez al día? ¿Ese uso de la imagen de las dos princesitas no podría incurrir en explotación laboral de menores? Al fin y al cabo, su padre vive de la imagen -¿qué otra cosa hace un rey que no hace nada?- y ha utilizado a sus retoñas, si se permite la licencia de lenguaje inclusivo, para elevar la estima de su producto -su simbología o marca política- ante sus clientes, esto es, los súbditos del reino que abona sus facturas. Hace falta una niebla espesísima para aceptar esta situación tan sangrante: se burlan de todos porque pueden realizarlo en completa impunidad. Una sociedad sana hubiera recriminado con dureza esta actitud torera de desplante chulesco o incluso hubiera mandado a la familia real -constitucionalmente, of course- a hacer puñetas a cualquier lugar democrático donde pudieran ganarse la vida decentemente, como el resto de currantes. Y sin exponer a dos pequeñas al escrutinio del espectáculo mediático.

El segundo hito que traemos a colación en este relatorio de horrores antiestéticos que no suelen dejar huella en la memoria más allá de la imnpronta de un telediario tiene como protagonista estelar a Pablo Casado, líderzuelo de caspa aznarista que quiere llegar por méritos propios y empujones ajenos a la cumbre de los elegidos, aquellos que son recordados por la veleidosa posteridad.

Su última ocurrencia es hacerse una fotografía posando a lo Montgomery Clift como modelo de tercera categoría ante el espejo en actitud de director general o CEO de una empresa con plantilla reducida por un ERTE, muchas deudas imputables a la megalomanía de los accionistas y un ego dirigente que no cabe en la oficina: el de Casado mirando con cara ceñuda el vacío de sus propuestas políticas. Con la que está cayendo y el líder de la oposición dedicado a fruslerías de mercadotecnia barata. Penoso. Sus expertos han de justificar el sueldo que reciben: cuando faltan las ideas brillantes cualquier ocurrencia es mejor que buena.

En el fondo, el posado refleja la nadería del político en cuestión: su personalidad está hecha de retales, de recortes, de migajas, de improvisaciones que no albergan sentido alguno. Todo rezuma falsedad; es inverosímil hasta para su alter ego. Ese rostro de cristo doliente que pretende extrapolar su sufrimiento íntimo por los estragos causados por el coronavirus no se lo cree ni él mismo. Hasta el detalle más nimio es gesto calculado, pasto de guion encorsetado: donde no hay verdad alguna hay que inventar una historieta para encandilar a las masas de consumos todo a un euro. Imagen, en definitiva, de la peor calaña que intenta suplir la carencia de argumentos elaborados y de discurso mínimamente veraz.

Otro suceso transversal que ha saltado a los medios de comunicación es que dos centenares de personalidades de Sudamérica y España han firmado un manifiesto contra el autoritarismo de algunos gobiernos en el confinamiento actual -estado de alarma- contra el coronavirus. Sus dardos van dirigidos fundamentalmente, después de vueltas retóricas de aliño, contra la coalición entre PSOE y Unidas Podemos -en realidad, el objetivo es en exclusiva Iglesias y sus huestes- y contra los regímenes de Venezuela y Cuba, los comodines de siempre.

El instigador de estas burdas maniobras acicaladas de verborrea ideológica oportunista es el Nobel e ínclito prócer Mario Vargas Llosa, liberal ultra de pro donde los haya que nunca deja de ceder su prestigio para asonadas fachas de esta guisa tan elitista y de esmerado buen gusto. Entre los firmantes, ¡cómo no!, se encuentra el no menos afamado y eminente espada internacional José María Aznar, alma mater intelectual de todas las derechas muy de derechas y patriotas de las últimas décadas.

La intoxicación del manifiesto es, valga la redundancia, manifiesta y manipuladora a conciencia. Busca únicamente confundir a la opinión pública y crear un estado de opinión caótico: aventar mentiras para provocar tempestades sociales. El confinamiento es general y ha sido adoptado por razones sanitarias y de salud pública por gobiernos de signo ideológico o político muy distinto: Alemania, Italia, Francia, Reino Unido, China, España, EEUU y un largo etcétera. Se habla de 3.000 millones de personas que deben quedarse en sus hogares salvo para ir a comprar víveres o desplazarse a consulta médica inevitable, esto es, nadie puede salir si no es por razones de fuerza mayor o de necesidad inexcusable.

Todo lo apuntado parece evidente para una mente sensata con buen juicio más allá de las críticas que puedan esgrimirse contra medidas, acciones u omisiones concretas de cualquier gobierno. En este sentido, el Ejecutivo español está haciendo, mejor o peor, lo que hacen las demás instituciones homologables en el ámbito internacional. Ni más ni menos.

No obstante, las derechas españolas -las elites, los que guardan millones de euros en paraísos fiscales, las multinacionales, las posaderas reales y campechanas que reciben mordidas de dictaduras árabes- intentan sacar beneficio de la crisis a cualquier precio: quieren convertir cada muerto en decenas de miles de sufragios. Su inmoralidad es más que obvia. ¿Quién repara en estos aspectos tan escabrosos? Mejor es sobrevivir en la ignorancia y votar al que más alto grite, al mejor vestido o de porte más elegante o al que sea más osado voceando prejuicios con mayor fanatismo y de fácil digestión mental: ¡viva España!, los inmigrantes nos quitan el trabajo y se lo llevan crudo en ayudas sociales, la violencia de género discrimina al hombre. Y lemas arcaicos y falaces de idéntico tenor.

Sería curioso constatar cómo son los domicilios de los firmantes de este exabrupto colegiado del neoliberal a ultranza Vargas Llosa. A buen seguro superan los 50 metros cuadrados. Y eso sin reparar en las segundas residencias donde han huido a las primeras de cambio la familia Aznar-Botella -a Marbella- y Manuel Valls, ex primer ministro francés y concejal en el ayuntamiento de Barcelona. Que se sepa Valls no ha suscrito el texto de marras pero se sabe que salió disparado a su chalé de Menorca raudo y veloz en cuanto el coronavirus se hizo notar de manera más amenazante.

¡Qué hipocresía! Hablan de confinamiento y viven en casas de lujo -algunos con escolta policial, gimnasios bien pertrechados y amplias zonas de recreo al aire libre- con servidumbre de librea y cofia a su entera disposición y lejos, muy lejos, de la virulencia mortífera del maldito Covid-19. Cuestión de clase.

Por solo referirnos a España, este club de personajes vips debería conocer que en tierra hispana hay 40.000 compatriotas sin hogar y millón y medio de familias que malviven en infraviviendas que no tienen agua corriente, calefacción, electricidad, ni baño o ducha, todas las carencias a la vez o en parte.

En esa cifra se incluyen un millón y medio de mayores de 65 años de edad y 40.000 personas de etnia gitana que ocupan literalmente chabolas. Tampoco debemos olvidar que 600.000 familias en España no cuentan con ingresos de ningún tipo.

Y no es que haya necesidad de construir más viviendas. La realidad es que existen alrededor de tres millones y medio de pisos vacíos y 500.000 a estrenar todavía sin vender. El mercado es así: especulación exenta de emociones. Que se vulnere la norma constitucional del derecho a la vivienda de esta manera tan alevosa no moviliza las energías de prácticamente nadie. Todos estamos pensando en nuestras propias penalidades. El neoliberalismo lo tiene claro: vivir es competir, si te quedas atrás nadie más que tú es el culpable de tu situación. Y si tú no eres el responsable, échale la culpa al otro, al diferente: el extranjero, el terrorista, el rebelde, el radical, la mujer que te quita el empleo por no quedarse en casa con sus labores. Este egoísmo metido en vena social subliminalmente provoca disonancias cognitivas graves y fundamentalismos ideológicos muy nocivos: lo que no cuadra con mis ideas o creencias es malo o esconde algo oscuro e ilegal. En esta visión parcial y tendenciosa de la realidad, el sistema capitalista resulta invisible o demasiado abstracto para ser tenido en consideración.

Hablando de fundamentalismos, un tercer aspecto no menos reseñable de los obligados días de asueto hogareño es la intransigencia del catolicismo carpetovetónico. Además de las sandeces multitudinarias del credo evangelista en Brasil -dios puede con el coronavirus-, España se está significando como reducto especial de vestigios integristas del catolicismo apostólico y romano de épocas pretéritas. Decenas de curas y hasta un monseñor arzobispo se han saltado el estado de alarma porque les ha salido de sus santos cojones. Esgrimen que la libertad de culto y religiosa está por encima de las decisiones gubernamentales. Las derechas recalcitrantes aplauden esta supina estupidez y aquí no pasa nada: el concordato con el Vaticano mantiene las prebendas de la curia a buen recaudo; una lluvia anual de miles de millones de euros para subvencionar la pura y dañina irracionalidad.

Y si alguien levanta la voz razonada contra estas tropelías y barbaridades sacrosantas lo habitual es que le tilden de intransigente. Siglo XXI sí: la farsa continúa contra viento y marea lo cual viene a corroborar que a pesar de que las vocaciones sacerdotales escasean y la desbandada de las iglesias aumenta, el factor católico sigue rindiendo excelentes beneficios al sistema por la vía de la evangelización lavado de cerebro y del puro negocio lucrativo bajo los rubros de la cultura y el jondo sentimiento enraizado en las arterias populares, vamos que lo pide el clamor de las febriles muchedumbres.

Llevar las creencias en divinidades exóticas y la espiritualidad interior a lugares de acceso reservado a sus fieles resulta una quimera por mucho laicismo razonado que se arguya. Los agnósticos y los ateos deben callar y aceptar porque sí que la plaza pública sea escenario de liturgias privadas que van contra la razón democrática más elemental: que cada cual pueda elegir su dios o su mito o el nihilismo más absoluto sin proselitismos pagados por el erario común y en ámbitos estrictamente particulares. ¿Es mucho pedir? Lo es. Ya se sabe que los fundamentalistas son los otros no los nuestros.

Con estos mimbres mentales que subyacen en la España de hoy desde diversas perspectivas políticas se nos está convocando a un pacto de reconstrucción nacional. ¿Para una sociedad nueva? ¿Para conseguir mayor igualdad? ¿Para erradicar la pobreza? ¿Para un mundo más justo y solidario? Nada se dice sobre ello, incluso raro es que estas preguntas salten a la palestra de los medios de comunicación. Es más apropiado guarecerse en tecnicismos y palabros (sic) absurdos antes que hablar con claridad meridiana: si todos entendemos el discurso, le quitamos importancia a los políticos y sus asesores.

No cabe duda alguna que las medidas sociales promovidas por Unidas Podemos dentro del gobierno de coalición con el PSOE son infinitamente mejores y más amplias que las hipotéticas que las derechas hubieran podido implementar -véase la crisis de 2008 y el despilfarro de miles de millones regalados a la banca-. Pero Unidas Podemos sabe perfectamente que son coyunturales y solo palian un poco las acuciantes y apremiantes carencias de aquí y ahora pero no las que se vislumbran por el horizonte: más paro, más pobreza, más indigentes, más hambre, alza de precios abusivas, desahucios bajo presiones en la penumbra, irregularidades empresariales de todo tipo y condición e intensificación del conflicto social por razones objetivas y también alentado por el caos interesado de las derechas conservadoras y fascistas.

De Bruselas tampoco cabe esperar demasiada comprensión y solidaridad -recuérdese Grecia hace nada y como la estrangularon adrede los burócratas de la troika compuesta por la Comisión Europea, el Banco Central Europeo y el Fondo Monetario Internacional-. Los ricos y los lobbies financieros presionarán para conseguir soluciones inminentes que no aminoren sus beneficios ni los dividendos de sus inversiones. Si se precisara más mano dura, la habrá, para eso están la policía y el ejército, jamás lo olvidemos.

El colectivo de personas más vulnerables -¡vaya eufemismo diabólico!- no tiene quién le represente directamente. Los ideólogos de Unidas Podemos no pueden desconocer este aspecto tan obvio. Los que no tienen voz no pueden reivindicarse en la calle ni optar a cargos parlamentarios o en la administración. Los sindicatos sociopolíticos hace tiempo que dejaron de representar las inquietudes anónimas de la precariedad vital. La mayoría silenciosa es compleja.

No obstante, Unidas Podemos deber ser consciente de que tras el apagafuegos de las medidas sociales adoptadas hay un tigre que rugirá furioso en breve tiempo: ¡queremos pan y casa, queremos un poco de futuro, queremos un trabajo digno, queremos una jubilación decente, queremos educación y sanidad públicas de calidad! Esas medidas de urgencia no darán respuestas satisfactorias a medio y largo plazo. El peligro acecha: las derechas van a por todas; lo suyo es, por definición aúrea, innegociable.

Pero Unidas Podemos sabe también que sin expropiaciones y nacionalizaciones, España seguirá igual a sí misma. De la Unión Europea podría decirse algo similar. Y de EE.UU. Y de la globalidad mundial.

No nos engañemos ni por recogimiento piadoso o compasivo ni por benevolencia o discreción intelectual, propiedad y necesidad son antagonistas irreductibles. Donde la propiedad ordena y manda, la miseria es una posibilidad muy cierta y más que probable; donde la necesidad muerde, la explotación laboral se ejerce sin cortapisas. No parece un círculo vicioso, lo es.

La movilización de la riqueza privada está desplegando en silencio pero sin pausa sus peones para la batalla en ciernes. En el tablero histórico de la denostada lucha de clases. Ya empiezan a leerse titulares en los media occidentales que indican que la gente tiene hambre -las capas más vulnerables y personas que estaban previamente al borde de la pobreza-: ese sí que es un maximalismo de emergencia inmediata y una bomba de relojería que pudiera explotar en el momento más insospechado. Sin embargo, la ética paliativa de la ingenuidad por muy generosa y sincera que sea nada podrá contra las bestias acorazadas del capitalismo. El rico, cuando no puede subyugar mediante sus marcos ideológicos, sus leyendas y sus mitos, tira a matar, sin dudarlo ni un ápice: solo cederá poder si siente el miedo en sus propias carnes.

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