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Kepa Tamames
Kepa Tamames
Hay que actuar para procurar el bien a los demás, si acaso les falta, y para aumentarlo si algo tienen, porque hay cosas que nunca son demasiado

Desde que tengo uso de razón (se lo pongo a huevo a mis amigos graciosetes, quienes seguro comentarán que entonces no hace tanto, o incluso que ni se han enterado de que adquirí sin anunciarlo dicha mayoría mental) orino sentado en el inodoro. Simplemente porque me resulta más operativo en mi particular caso, por cuanto tal postura me permite reflexionar un ratillo sobre lo que surja, a veces nada.

Quizá el recto lector criticará que utilice el término mutilado y entre comillas para referirme al agente de policía...

Como cualquier operario sudado tras dura jornada, los imagino dejándose caer sobre el banco corrido del vestuario, descansarán unos segundos, y procederán con rapidez a desprenderse del uniforme, pues lleva lo suyo quedarse en pelota picada, deseosos de tomar una reconfortante ducha. Ni andares normales tienen enfundados en la ropa de trabajo. Son los 'antidisturbios'.

Deberíamos plantearnos si queremos seguir contribuyendo con nuestro dinero a convertir la vida de millones de seres sensibles en una experiencia horrenda, o reconocer nuestra responsabilidad ética y optar por un consumo más solidario

La explotación y matanza de animales para la obtención de su piel es cada vez más conocida por el gran público, gracias a las constantes campañas llevadas a cabo por las diferentes entidades proteccionistas, y está siendo en consecuencia cuestionada por una parte significativa de la sociedad, en especial el apartado que hace referencia a la llamada industria de la «peletería de lujo».

Ante lo crucial no debe desdeñarse lo importante, y considero que el tema que esta vez traigo a colación lo es

Leído el título, pensará alguien que me dispongo a abordar la situación política española, y yerra en el diagnóstico. Porque entiende uno que ante lo crucial no debe desdeñarse lo importante, y considero que el tema que esta vez traigo a colación lo es, aunque acontezca en lo que siempre fue una ciudad provinciana, y que hoy se erige en capital autonómica, menudo cambio.

Nunca he comulgado con las historias minimalistas de buenos y malos, donde los primeros despliegan su papel de ángeles melosos y a los segundos se les reserva el de villanos sanguinarios. Supongo que, al menos en el caso de los humanos, las cosas vienen a ser bastante más complejas de lo que ofrece un guión como el descrito. A poco que se observe con ojos críticos, la vida cotidiana nos ofrece ejemplos diáfanos de lo que digo.

¡Bingo!, gritará el ocurrente de turno, o acaso alargará el título con tan conocido como ordinario pareado, que no por repetido hasta la saciedad deja de hacer gracia a un sector de la población. De todo tiene que haber, supongo. Pero ya imaginarán ustedes, conociendo mi seriedad en esto de la escritura, que el tema del presente texto tiene algo más enjundia que una gracieta fácil.

La persona encargada de limpiar el descansillo de la escalera se afanaba en dejar todo como los chorros del oro, cuando oyó que algo se movía dentro de una de las cajas apiladas junto al ascensor. Se acercó entre asustada y curiosa… ¡Un conejo tricolor! Solo un milagro salvó al roedor de acabar en la basura.

“¡Políticos estafadores, juegan a vivir de ti!”, bramaba Evaristo allá por los pasados ochenta, entonando una canción cuyo contenido sigue por desgracia tan vigente como entonces. O casi. ¿Pero qué hemos hecho para merecer esto? Les confesaré algo en lo que a buen seguro se verán reflejados no pocos lectores: la práctica totalidad de mis allegados echan pestes sobre los políticos, así, en general, sin pararse a analizar caso por caso.

Con cierta frecuencia aparecen en los medios noticias sobre determinadas «irregularidades» observadas en visita oficial por los funcionarios de turno en esos horribles centros llamados mataderos (no puede ser más claro y paralizante el término), prescribiendo en los casos más groseros el cierre cautelar del recinto, al no cumplir los estándares exigidos por la normativa de aplicación en materia de bienestar animal.

Así, a bote pronto, podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que nadie desea estar entre rejas: en la cárcel, jaula, chirona, trullo o talego, vamos. Apreciamos la libertad de movimientos como una de las cosas más deseables de la vida, y por lo que estamos dispuestos a luchar con denuedo… o quizá tan contundente afirmación haya que ponerla en remojo con los tiempos que corren, y visto lo visto.

Parece que el veinticinco de abril se empeña en vincularse al concepto de revolución en la Península Ibérica, si nos atenemos a dos acontecimientos que tuvieron lugar durante la mencionada fecha en el último medio siglo. Por un lado, la famosa Revolución de los Claveles, que acabó con cincuenta años de dictadura salazarista en Portugal, y de paso con una interminable y dolorosa descolonización para el país vecino en sus posesiones africanas.

No siempre. Solo a veces. Por ejemplo, en casa no suele sucederme; aunque confieso que procuro no mirar los espejos cuando paso frente a ellos, por evitar disgustos. Pero me ocurrió hace escasos días, en uno de esos centros comerciales a los que, por mor de las circunstancias, a veces uno debe acudir.

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