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Las relaciones familiares son algo complejas según el número de integrantes, es decir, cuantas más personas existan en nuestro núcleo, más divergencias aparecerán porque a pesar, de contar con la misma sangre no desarrollamos perfiles idénticos. Anteriormente, el número de hijos que se tenían no es parecido al de hoy, siendo escasos los nacimientos o incluso, renunciando completamente a ellos.
Desde tiempos inmemoriales, el tacto ha sido una vía de comunicación primordial entre los seres humanos, y en el ámbito de la intimidad romántica, adquiere una relevancia aún más profunda y significativa. Las caricias, además de fortalecer el vínculo emocional entre las parejas, también tienen un poder terapéutico innegable.
Hay que cultivar todas las artes, con su sentido creativo y su quehacer persistente de elaboración mística, en nuestro diario existencial. Esta hazaña es un buen modo de reencontrarse. Somos gentes de acción expresiva, que deberíamos recuperar nuestro propio significado profundo, yendo más allá de lo meramente cotidiano. Son los cimientos de las sociedades armónicas, las que nos sustentan a través de esa fuerza auténtica, que nos impulsa hacia lo alto.
Estamos llamados a custodiar la vida y a sostenernos mutuamente como caminantes. Para ello tenemos que entrar en sintonía, extender los brazos especialmente hacia los más necesitados de aire, que son los desfavorecidos de un sistema excluyente por principio. Esto implica un cambio radical de actitudes, la aceptación y el respeto hacia toda existencia.
Enriquecidos intelectualmente, generaron decisiones sinceras, a veces muy dolorosas… decisiones que, hasta hoy en día, quisieran justificar el resto de sus vidas.
Para los romanos una de las virtudes de las que debían de verse adornados era la pietas, o sea, la piedad. Esta tenía varias formas de manifestarse, podía corresponderse con el: deber, la religiosidad, el comportamiento religioso, la lealtad, la devoción o la piedad filial.
Hay un proceder de odio que está ahí, en continuo incremento, instando a la violencia, socavando la cohesión social y la tolerancia, vertiendo en nuestros interiores multitud de daños psicológicos, emocionales y físicos, cuestiones que afectan no sólo a los individuos, sino también a las sociedades en general.
Aunque cada vez más residual, aún queda gente que no percibe a ciertos animales como seres capaces de relacionarse con sus compañeros de entorno (incluidos los humanos, por descontado) de una forma a la que difícilmente podríamos escatimarle el apelativo de «afectiva». Me refiero a las especies que nos resultan más familiares y cercanas, como los mamíferos y las aves. Sobre el resto de vertebrados (reptiles, peces, anfibios) el asunto ofrece ciertas dudas.
Hay una energía ciega que nos degrada como seres pensantes, que nos enfrenta entre sí y nos deja sin alas armónicas para poder expresarnos en libertad, con nuestras creencias y semánticas. La atmósfera no puede ser más inhumana. Parece que nos gobierna lo salvaje, puesto que todo se confía a la fuerza y a la barbarie. Estas simientes de odio, sembradas por todo el planeta, nos están dejando sin raciocinio.
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