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En realidad se llaman “prácticas afectivas muy poco responsables” y detrás de ellas se pueden esconder problemas de salud mental, trastornos de personalidad y baja autoestima. Las redes sociales han hecho proliferar estos anglicismos, pero también se han convertido en aliadas para visibilizar, desestigmatizar y combatir la discriminación. La generación Z está ayudando a dar más voz a este tipo de situaciones.
No somos entusiastas de la RAE, pero sí de nuestro idioma, el español. Nuestro desapego hacia la institución es por muchas de sus, para nosotros, incomprensibles decisiones. Aunque hay que resaltar su importante labor contra la moda anglicista.
Los desaires a nuestro idioma, desgraciadamente, tienen muchos padres, muchas madres y muchos hijos de sus respectivos. A ninguno de ellos, al parecer, le importa un pepino la implantación, lenta, sorda y permanente de anglicismos que devalúan nuestra bella lengua al sustituir palabras en castellano por esas feas expresiones (muchísimas de ellas terminadas en “ing”) que tiene el inglés.
Las lenguas, los idiomas, son cuerpos vivos, nacen, crecen, se desarrollan, reproducen y mueren. Ejemplo de ello tenemos en nuestro bello Español que, desde que dio sus primeros vagidos con las moaxajas y jarchas o el espléndido Cantar del Mio Cid, hasta hoy, ha evolucionado de manera tal que a cualquier hispanohablante le cuesta entender bien algo que esté escrito cuando estos se compusieron.
España es un país con una gran tradición cultural, artística, literaria etc. De España salieron grandes genios, pensadores, médicos eminentes etc. Y además tiene otra gran virtud, otro gran poder que es el idioma español, es un lenguaje, un idioma universal que hablan más de 500 millones de personas en todo el planeta y cada vez va más en aumento.
“Hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”, decía la letra de aquella zarzuela “la Verbena de la Paloma”, allá por el año 1894. Ya ha llovido desde entonces. A los coetáneos de finales del siglo XIX les asustaba la presencia de los “grandes descubrimientos de la época”. Posteriormente llegaron la electricidad en los hogares, los automóviles, el cine, la radio, los teléfonos, etc., etc.
No voy a escribir sobre los fenómenos atmosféricos, aunque para ello habría suficiente materia a la vista del panorama que tenemos delante de nuestras narices. Pero, una vez más, quiero referirme al acoso constante y permanente que padece el español, nuestro bello idioma, y no solo de nacionalistas de “poco pelo”, sino de adolescentes presumidos, de políticos estúpidos y periodistas aparentemente serios.
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