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El rayo que no cesa

Colocar un anglicismo -u otra expresión en otra lengua- tiene doble castigo. Uno y principal: el de despreciar lo nuestro; y dos: el de regalar una oportunidad “al contrario”
Gabriel Muñoz Cascos
jueves, 18 de noviembre de 2021, 08:04 h (CET)

No voy a escribir sobre los fenómenos atmosféricos, aunque para ello habría suficiente materia a la vista del panorama que tenemos delante de nuestras narices. Pero, una vez más, quiero referirme al acoso constante y permanente que padece el español, nuestro bello idioma, y no solo de nacionalistas de “poco pelo” sino de adolescentes presumidos, de políticos estúpidos y periodistas aparentemente serios que, a poco que les den ocasión, emplean una expresión en otro idioma, para darse “pote”; sin considerar que al “colocar” un anglicismo -u otra expresión en otra lengua- tiene doble castigo. Uno y principal: el de despreciar “lo nuestro”; y dos: el de regalar una oportunidad “al contrario”. 


Empleando un símil futbolístico es como si un defensa, mediante una pifia, introduce el balón en su propia portería, en lugar de alejarlo de ella con contundencia. Ejemplos tenemos cada día y, la verdad, no comprendo que una cuestión tan importante se trate con tanta frivolidad y desidia. 


Voy a referir uno que descubrí hace unos días en un diario cordobés la siguiente noticia: “En Córdoba se van a crear varios hoteles de alto standing”. Señores informadores ¿no sería mejor decir hoteles de lujo que es como se han denominado siempre? ¿O es que temen -por algo- usar una palabra tan común y musical como lujo? 


Estoy harto de que me inunden los oídos o me hieran los ojos con parlamentos o escritos que contengan la palabra “fake” (por falso) o que terminen en ING. También de que prostituyan nuestro rico idioma con veleidades de carácter separatista, como en Cataluña que ya tienen prácticamente prohibido el español, a pesar de que nuestra Constitución (Art. 3.1) les obliga a conocerlo. Si los catalanes quieren escribir Girona en vez de Gerona, allá ellos, pero es una aberración que nuestros escritores, periodistas, políticos y locutores, se bajen los pantalones y no pronuncien como Dios manda. Si se escribe Girona, fonéticamente es Jirona y no Llirona.

Como última reflexión me pregunto: ¿Hasta cuándo vamos a seguir siendo tan papanatas?

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