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Recuerdo con verdadero placer aquellas lecturas de mi juventud en las que devoraba cualquier cosa que se me pusiera delante, sin fijarme demasiado en las enseñanzas que pudiera sacar de ello, buscando el entretenimiento, el disfrute y especialmente un contenido que fuera capaz de abstraerme de cualquier otra cosa que no fuera el desenlace del relato en el que estaba enfrascado.
Lo peor de las guerras no es que solo los muertos vean su final, sino que a veces el odio al inventado enemigo subsiste por generaciones, solo para encubrir las propias culpas. El rencor sobrevuela la memoria y conspira contra las verdades, recluyéndolas en una penumbra creada a veces por los mismos responsables de un enfrentamiento armado.
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